Uno de esos sueños maravillosos, a los que te aferras todo el día y que incluye varios sentidos…
Volviamos a estar en Japón. Dios, ese viaje me ha marcado. Creo que me dejé un trocito de corazón por ahí. O quizás últimamente estoy más receptiva porque la verdad es que todo me parece maravilloso.
El caso es que entrábamos a una cafetería. Por fuera era como muy americana, muy tipo café de carretera de los de las películas, aunque supongo que estaba en un área comercial, que los japoneses viven la vida como un parque temático (y hacen bien, qué puñetas). Pero por dentro era más al estilo europeo, casi diría que italiana. Eso sí, la dueña era una adorable ancianita japonesa, que nos veía sentados a los tres gaijins (mis padres no estaban) y se desvivía por nosotros.
Y empezaba a sacarnos postres.
Yo flipaba. Desde el viaje a Japón me he vuelto adicta a la repostería japonesa, y muy especialmente al Mochi. Espero mochi en los paquetes de Higashi, pero nunca me lo manda. He pedido Mochi a una tienda de venta por internet, pero dicen que no pueden importarlo. Mi cerebro quería Mochi esa noche. Y tampoco lo tuve.
La señora nos sacó varias cosas, una especie de pastelitos pequeños como caramelos en un cuenco, gelatinas y macedonias… Y algo que parecía una crema con una bola de helado de chocolate. Yo la probaba… ¡puaj, que cosa más sosa! Era puré de patata, mondo y lirondo… Y entonces la señora me indicaba que removiera con la cuchara y lo mezclara con el helado de chocolate. Bueno, de algo hay que morir, pensé, e hice lo que me indicaba.
Placer de dioses, señores.
No sé si en la vida real funcionará la idea. Puré de patata con helado de chocolate. Me quedé todo el día obsesionada con probarlo. Al fin y al cabo, el mazapán también lleva puré, ¿no?. Se lo conté a Josema, y creo que él también siente curiosidad.
Nunca se sabe. Definitivamente, tengo que probarlo….
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