jueves, 29 de noviembre de 2007

SOÑANDO CON LARA CROFT

Pues eso… El sueño de hoy ha sido otro de esos sueños intensos en los que una no se quiere despertar. Y ha sido gracioso por los giros argumentales. Empezaba como una partida de la PS2 a un juego cualquiera de Lara Croft. Supongo que era Leo el que jugaba y yo lo veía como una película porque a pesar de la acción era relajante. Y además, quien quiera que jugase se lo sabía de memoria porque no cometía ni un error.

El problema era que al final de la fase, Lara montaba una especie de bomba atómica precolombina metiendo unas bonitas esferas brillantes en un dispositivo que había en unas ruinas en lo alto de una montaña. La bomba explotaba, ella esquivaba la explosión poniéndose a cubierto, y como si nada… Y eso hasta en sueños me chirriaba, porque la explosión, os lo aseguro, era de órdago. Así que mi subconsciente decidía recapitular… y hacíamos un replay de la escena – esta vez, Lara llevaba un traje anti-radiación…

No sé, debía decir mi cerebro… La cosa sigue sin cuajar. Que hablamos de una bomba atómica, leñe, no de un cartucho de dinamita de los del coyote… Así que replay otra vez!!. Esta vez vamos a hacer las cosas bien, y como los Aztecas, los Incas o quienes fueran eran muy listos (por eso se me hace tan extraño que un grupo de brutos españoles los exterminásemos, pero en fin), al ladito de la bomba hay un refugio nuclear en el que le da tiempo a refugiarse a nuestra Lara antes de que la bomba estalle. Esta vez sí, mi cerebro da su beneplácito, y la partida (o el sueño) puede continuar.

Lara se apoltrona en el refugio. Qué ha conseguido con la explosión, no lo sé, la partida estaba empezada, pero al poco aparece uno de sus amiguetes, un bombón despeinado al estilo del que salía en la segunda parte de la peli (Espartaaaaa!) y le dice que ha venido a buscarla con la moto para bajarla al campamento base, que se ha abierto camino a un valle perdido con dinosaurios y tal (ahhhh, para eso sería la bomba pues, qué listos estos precolombinos).

Y a mitad de camino el sueño cambia de golpe y ya no son Lara y su noviete, sino Leo y yo los que vamos a un rudimentario campamento en dicho valle, y ya no vamos en moto sino en Jeep y bien pertrechados… No parece haber peligro inminente de T-Rex o velocirraptores psicópatas, pero yo veo como en el mismo camino de tierra por el que va el jeep una pareja de carnotauros o giganotosaurios, tamaño perro grande y sospechosamente “plasticosos” (vamos, sacados claramente de la imagen mental de los dinosaurios de juguete de Leo) se descuartizan mutuamente rodando por el barro; y cuando llegamos al claro entre arbustos donde nos espera mi madre, eso está cuajado de dinosaurios en miniatura, tamaño casi de insecto (como mucho 1,5 cms. de largo, sin exagerar), mansos y encantadores, que se pasean por mi mano si los cojo como una mariquita, y que también tienen un extraño tacto y aspecto como de juguete, pese a que no hay duda de que están vivos. Es como un paraíso. En mitad del claro, incluso hay un nido con dos cardenales, esos preciosos pájaros negros y rojos, bueno el macho, la hembra es de colores más claros, y ahí están los dos, en su nido, mientras pululamos a su alrededor, como si nada, y mi madre me los enseña orgullosa, ¿has visto qué bonitos?

Pero algo no me cuadra. Como en las pelis cuando dejan de cantar los pájaros, aquí también hay algo extraño. El cardenal macho está quieto. Vivo pero quieto, y su ojo izquierdo, el que veo desde donde estoy, está legañoso y pitañoso… Ese animal está enfermo, muy enfermo… Me da muy mala espina… (y el plano del ojo purulento y asqueroso se va agrandando en mi mente, que mis sueños son muy cinematográficos…)…

Cuando en ese punto, suena el despertador y me arranca literalmente de ese paraíso onírico. ¡Mierda, otra vez a trabajar! ¡Prefería quedarme a averiguar porque tenía el cardenal el ojo pitañoso!

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