viernes, 30 de julio de 2010

TIEMPOS DE CAMBIO



Ya es oficial. Tras unos días de papeleos y hasta un viaje a Calatayud a tomar posesión de mi plaza, por fin tengo un puesto de trabajo fijo, mío y sólo mío, aunque sea a 80 kilómetros de Zaragoza, y lo que es mejor, a pesar de mis dudas y de mi inseguridad sobre mi situación en el Hospital Miguel Servet, me han vuelto a dar la Comisión de Servicios reafirmándome en este hospital-jungla que al menos, está a cinco minutos andando desde mi casa. Por los pelos, no se crean, porque la convocatoria ha salido publicada en el BOA hace escasamente 15 días y ha habido que hacer todos los papeleos rápidamente para tenerlo todo en orden antes de las vacaciones. Pero ahora, y después de unos días de vacaciones en los que he somatizado todos mis nervios previos, empiezo a sentir que pertenezco a este sitio. Ojalá dure. No soy de las que se dan por vencida fácilmente, pero en estos seis primeros meses juro que ha habido veces en las que he estado a punto de tirar la toalla. Ahora, aunque todavía sé que me falta mucho camino por recorrer, me veo con fuerzas renovadas para aprenderme los entresijos de un centro sanitario compuesto de cinco edificios, más dos centros médicos de especialidades, en el que parece ser que la única forma de que se note que trabajas sea poniéndote histérico cada vez que hay un problema, en vez de buscar una solución. Quizás hasta pueda cambiar eso, porque nunca ha ido con mi estilo.

Y para redondear las cosas, nos embarcamos en la compra de un piso. Añadiría “nuevo” pero mentiría estrepitosamente. Ni es nuevo ni conlleva el cambio de domicilio. Hemos conseguido por fin que el vecino del piso inmediatamente superior al nuestro se decida (llevaba un par de años entre dos aguas) y venda su vivienda, y si todo sale bien y nos conceden la hipoteca que hemos solicitado, pasaremos a engrosar las listas de la gente endeudada a final de mes durante 30 años, pero tendremos (tras las correspondientes reformas y permisos, eso sí) un maravilloso dúplex el doble de grande que lo que tenemos ahora. Solo espero que no lo llenemos tan rápidamente.

Todo esto a solo una semana y poco de las vacaciones. Y aun se sorprende la gente de que no tenga tiempo y tenga abandonado el blog. Ains.

sábado, 10 de julio de 2010

FAME



Lo sé. Estoy desaparecida. Y gran, grandisima parte de la culpa la tiene mi nuevo trabajo, pero no es la única. Desde la entrada del 19 de abril, la que estais cansados de ver en mi blog desde hace varios meses, me he vuelto adicta. Y no a los videojuegos, ni a cierto videojuego en concreto, aunque también éste sea otro culpable a señalar, pero no por el tiempo que pueda pasar jugando (que es, creedme, más bien poco), sino adicta a Deviantart.

Deviantart es una página para que los artistas muestren sus trabajos en cualquier campo. Allí puedes encontrar desde el típico niño de 14 años que postea los garabatos que hace en clase hasta artistas consagrados como Adam Hughes. Mi marido lleva años navegándola, y descargándose maravillosos dibujos que luego utiliza como fondo de escritorio, o simplemente como referencia para sus partidas de rol o para cualquier otra cosa que imagine. Nunca se creó una cuenta en la misma, pero como conté hace casi dos años, las navidades en las que me regaló la tableta gráfica decidió añadir a su regalo una cuenta de Deviantart para mí, para que yo subiera a la misma mis dibujos.

Pero en todo ese tiempo yo apenas le hice caso a dicha cuenta. Y es que aunque toda mi vida me ha gustado dibujar, los diversos “tozolones” que he recibido me hicieron perder el interés. Luego, como dicen, la vida tuvo otros planes, y al final abandoné casi completamente el dibujar a favor de otros hobbies como los juegos de rol, los muñecos o, simplemente, relacionarme con otras personas a través de los foros de internet.

Supongo que todo influye. Cuando yo era niña, me podía pasar horas muertas dibujando. Dibujaba sobre todo en clase, porque si hay algo que no he dejado de hacer, es abocetar etereas damiselas mientras escucho hablar a otras personas, siempre que tenga un boli y un papel a mano. Es algo que sale de mi interior sin poder evitarlo, ni siquiera pienso lo que dibujo (es más, si intento pensarlo, entonces no me sale), y lleno las hojas de caritas de mujer, algunas mejor hechas que otras, mientras juego a rol o mientras estoy en reuniones de trabajo. En ese sentido, creo que moriré con el lápiz en la mano.

En el colegio esa era una de las cosas que te hacían popular. A los profesores, los que me conocían bien, no les molestaba, porque sabían que yo atendía igual en clase (mis notas lo demostraban), y alguno incluso llegó a ofrecerme algún proyecto, como el comic sobre la historia de la Filosofía que nunca se materializó. A los compañeros, sobre todo los más pequeños, les volvía locos. Me pegaba todo el viaje de vuelta a casa en el autobús haciéndoles dibujos sobre los personajes de las series de moda (a veces me tocaba comprarme un sobre de cromos de tal o cual serie como referencia porque no los conocía), y al mediodia solía ir media hora antes sólo para sentarme en uno de los bancos de la entrada y hacer dibujos a los niños que se quedaban a comer, que hacían fila para conseguir uno de mis garabatos como ahora hago yo fila para conseguir uno de Mike Mignola.

Aquellos eran buenos tiempos.

Con el tiempo, y a pesar de que los adultos insistían en que dedicarse al dibujo no tenía futuro, tuve bastante claro que quería dedicarme a dibujar mis propios comics. Y cuando empecé la universidad empecé también a moverme en círculos más cercanos a mis hobbies, empezando por pequeños concursos organizados por organizaciones de jóvenes como el Cipaj y luego uniéndome a grupos de dibujantes en mi misma situación para publicar nuestras obras en aquellos modestos fanzines que hacíamos a base de fotocopias.

De aquellos fanzines surgió gente que acabó consiguiendo publicar en serio, pero yo no fui uno de ellos.

Desgraciadamente, nunca conseguí el nivel mínimo de calidad que exigían los editores.

Me recorrí salones del comic y editoriales, en España y en Europa, y la respuesta era siempre un “Sigue intentándolo”. Participaba en concursos y a veces incluso me llevaba la alegre sorpresa de llegar a la final, pero nunca ganaba ningún premio.

Con esos pobres incentivos al final mi interés se fue apagando. Mis estudios “serios” (esos que no me gustaban pero hacía “por si acaso”) y mis siguientes trabajos en ese campo; mi relación de noviazgo y luego matrimonio, el nacimiento de mi hijo, me hicieron ir perdiendo el interés, y al final la cosa se quedó en un “fue bonito mientras duró”.

Y a pesar de los muchos intentos de mi marido por incentivarme a coger los lápices de nuevo, ver que estos cada vez me obedecían menos, y solo seguían saliendo las damiselas que dibujaba sin pensar, me terminaron de desmotivar.

Quizás me haya pegado más de 10 años sin dibujar en serio.

Y entonces vino Dragonage y su fandom en Deviantart.

Y es que en la comunidad de artistas de Deviantart, muchos dibujantes aprovechan para subir sus dibujos sobre peliculas, novelas, y, por supuesto, videojuegos… Y en mi adicción por el mismo, y en mi búsqueda de más información, de pronto me encontré con montones de personas que hacían hermosos dibujos y más aún, divertidas historietas, inspiradas en sus experiencias con dicho juego. Y de pronto se me ocurrió una a mí. Y decidí dibujarla. De forma sencilla, sin complicarme la vida. Lo iba a hacer sólo para divertirme, para compartir con gente que iba a entenderla, a reirse conmigo. Y la subí a Deviantart.



El éxito que esa pequeña tontería tuvo me sorprendió enormemente. Recibía montones de mensajes, comentarios, y gente que simplemente, la añadía a sus favoritos. Y pedían más. Y a mi se me ocurrían más. Y las fui dibujando. De nuevo, apenas sin esfuerzo. Si no se me da bien hacer fondos, no hago fondos. Si una postura no me sale, hago otra o la oculto. Solo quiero transmitir mis ideas. Al fin y al cabo, no cobro por ello, me puedo permitir el lujo de trabajar lo mínimo que me de la gana.

Y, como cuando era niña, ahora hay gente a quienes les gusta, comparten su afición conmigo, y más aún, se han compartido en grandes amigos. De pronto me he dado cuenta de que eso es lo que quiero hacer. Disfrutar de algo que me gusta, sin la presión de hacerlo por obligación. ¡Qué suerte la mía!

 
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