martes, 22 de julio de 2008

CAJAS DE MÚSICA

ATENCIÓN: Compruebo sorprendida que esta página de mi blog tiene muchísimas visitas, e imagino que es porque ha sido utilizada como referencia en una respuesta de "Yahoo". Agradezco muchísimo todas las visitas, y todos los comentarios, que desgraciadamente llegaron en su mayoría en la época en que tenía abandonado el blog y por tanto no los pude contestar. Pero me gustaria dejar una cosa clara: NO SOY UNA EXPERTA EN CAJAS DE MÚSICA, NI LAS SÉ REPARAR A NIVEL PROFESIONAL. Todo lo que sé sobre ellas es lo que cuento en esta entrada de blog, y lo máximo que he conseguido hacer para reparar las cajas pertenecientes a mi colección ha sido reemplazar piezas siempre procedentes de otras cajas desechadas, y engrasarlas, nada más. Contestaré amablemente cualquier pregunta que me hagáis al respecto, pero no esperéis milagros, porque probablemente no pueda ayudaros. Gracias de todos modos. Me siento honrada.

He llegado a la conclusión de que soy como las urracas o como las ardillas cuando se acerca el invierno. Cuando algo me gusta, soy incapaz de contenerme, y de lo que podría contentarme con tener sólo una, acabo teniendo una colección. Hay incluso colecciones que se me hacen solas, sin querer, como una de juegos de tres en raya de cerámica que se compone exclusivamente de juegos que me han regalado (debieron de estar de moda un tiempo, porque tengo por lo menos 6 modelos diferentes), o unos graciosos peluches que eran como perros muy peludos que podían ser de pelo, de lana o de rizos, y que por lo menos tengo también media docena. Creo que ninguno me lo compré yo.
Pero sí que es cierto que hay cosas que me he ido comprando porque me apasionan y se van acumulando sin querer, como las muñecas de porcelana, las Nancys (que solo quería recuperar la que tuve de niña y acabé quedándome con todas las que se cruzaban en mi camino) o las miniaturas de perfume, que tuve que dejar de coleccionarlas simplemente porque ya no sabía cuales tenía y cuales no, y acababa comprándomelas repetidas.
Una de mis colecciones más valoradas es la de cajitas de música.
Como esta tarde nos vamos a Huesca a celebrar el cumple de Elena, y a raíz de este comentario en su blog decidimos comprarle una cajita de música, me han venido recuerdos de las mías y he vuelto a revisarlas y escuchar algunas de ellas para volver a disfrutarlas.
Y es que tengo muchas.
No recuerdo muy bien como empezó la cosa, pero quizás mi recuerdo más antiguo fuera un mecanismo musical que había pertenecido a mi padre. O más exactamente, imagino, a alguno de mis abuelos paternos. Mis abuelos paternos tenían la mala costumbre de permitir a sus hijos jugar con todo lo que tenían en casa, fuera o no de valor, lo que ha dejado una triste herencia de libros antiguos con hojas arrancadas o pintarrajeadas, fotos descuartizadas y otros restos de naufragio que mi padre lamenta hoy día terriblemente, como ha admitido a posteriori y ha intentado recomponer con mayor o menor éxito. Entre todos esos restos estaba el mecanismo desnudo que en algún momento debió pertenecer a una cajita de música, y que sonaba a trompicones afligido de óxido y de falta de componentes. Recuerdo que yo jugaba con él y hacía esfuerzos por reconocer la música que antaño podría haber sonado. Del peine (la parte metálica que produce el sonido como si fueran las teclas minúsculas de un piano) apenas quedaban media docena de púas, y el mecanismo, que periódicamente mi padre limpiaba y engrasaba, se deslizaba lentamente entre los espacios vacíos permitiendo de cuando en cuando un sonido que me hacía preguntarme cuales faltaban entre medias. Por supuesto, la apuesta final que era una melodía de la película “Qué grande es ser joven”, resultó ser errónea, pero eso ya lo contaré más adelante (es curioso que recuerdo más como sonaba ese mecanismo antes de ser restaurado que ahora).
La otra antigüedad que teníamos por casa eran los restos de una curiosa botella de licor. En la base de la misma había un mecanismo musical y, como encerrados en una burbuja, dos bailarines giraban e incluso daban pequeños saltitos eternamente abrazados al son de un vals. Cuando el vino, licor, o lo que quiera que contuviese dicha botella se acabó, mi padre desmontó la base con todo el mecanismo musical, muñecos incluidos, y yo pude satisfacer mi curiosidad y ver de cerca de esa pareja, él vestido con frac, ella con un precioso vestido de vaporosa falda de gasa púrpura, y descubrir que se podían sacar de la base y volver a poner, introduciendo una varilla metálica que había entre ellos, y que seguían bailando y bailando eternamente. Originariamente él moreno, y ella la típica rubia, pronto pasaron por mis manos de artista adolescente amateur y de acorde con los sueños que yo imaginaba viéndolos bailar, ella se convirtió en la morena que yo creía ser y él en mi rubio príncipe azul, y así siguen hasta ahora.
Supongo que a raíz de mi interés infantil por esos mecanismos, mi abuela paterna encontró ideas para varios regalos posteriores... Como a mis abuelos paternos los veía con menos frecuencia que a los maternos (que al fin y al cabo vivían conmigo), mi abuela María cada vez que venía a verme me traía algún regalo, y varios de ellos fueron cajas de música. La primera fue un cenicero (sí, sí, como lo leéis) con un caballo de bronce que era a la vez la cuerda del mecanismo, con lo cual mientras sonaba al son de España Cañí, iba girando lentamente. Creo que me lo trajo más por mi pasión por los caballos que por las cajitas de música, pero esa pequeña joya también se convirtió en uno de mis tesoros. Y luego llegó una japonesita dentro de una caja de plástico transparente que giraba al son del Lago de los Cisnes, y un joyero minúsculo con un dibujo bastante horrible que reproducía el Speak Softly Love de “El Padrino”.
Si a esos le sumamos la cajita clásica, de toda la vida, lacada con motivos chinos y con una bailarina con un imán que giraba sobre un espejo al son del “Anónimo Veneciano” que trajimos de Canarias, una cajita de metal redonda con la melodía de apropiado nombre “Cajita de Música”, que durante unos años puso de moda al piano Mari Cruz Soriano (ahora esposa de nuestro alcalde, casualidades de la vida) que me trajeron los Reyes porque yo adoraba esa melodía, y una que heredé de un regalo de Navidad que nunca llegó a su destinatario por esa pérdida de contacto que se va produciendo con los años, creo que acabé mi adolescencia casi sin querer con una colección más que respetable de pequeñas maravillas musicales.
Así que cuando empecé a tener autonomía, me apropié de todos los mecanismos similares en casa (aún había dos “souvenires” musicales más: una jarra de cerveza alemana y un joyerito de madera en forma de Chalet suizo, así como los mecanismos huérfanos de un cofre del tesoro de juguete de cuando yo era pequeña y de una muñeca que tocaba una nana a su bebé) y los reclamé definitivamente como colección propia.
Me empecé a interesar cada vez más por la magia del mecanismo de relojería en sí, guardé publicidad de museos y tiendas suizas, y decidí que había llegado el momento de restaurar el antiguo mecanismo de mi padre. De las pocas púas que le quedaban, al estar desprotegido, habían ido saltando todas ya hasta dejar solo dos, así que ya no se podía ni adivinar un sonido. Y con mi amiga Lourdes empecé una peregrinación por todo tipo de tiendas y relojerías intentando averiguar dónde comprar un peine nuevo.

Al final, en Redondo, precisamente la tienda especializada en abanicos, paraguas, muñecas de porcelana y cajas de música dónde han comprado esta mañana la cajita para Elena, me dieron la dirección de una persona que arreglaba cajitas de música. ¡Nuestra búsqueda empezaba a tener éxito!. Me dirigí, por fin, una tarde a la dirección que me dieron, con mi precioso mecanismo bien protegido en el bolsillo. No me importaba pagar si me lo reparaban. Y allá que nos fuimos, Lourdes y yo (entonces éramos inseparables), a un domicilio privado. Nos atendió un señor muy amable.

- Nos han dicho en Redondo que usted arregla cajitas de música.
- Así es, - dijo él.
- ¡Estupendo! Tengo una muy antigua, de mis abuelos, que quiero arreglar.
- Lo único, que no puedo garantizar que la melodía sea la misma que sonaba antes.
Aquí me quedé algo parada. ¿Cómo que no? Pues, si la melodía está en el rodillo (el peine sería como las teclas del piano, y la información de qué teclas se tocan está en el rodillo, que en mi mecanismo estaba intacto), ¿cómo puede ser eso?.
- No lo entiendo muy bien. ¿No arregla usted el mecanismo de la cajita? Pues entonces no puede cambiar la melodía, ¿no?
- No, no. Lo que arreglo es la cajita. Compro un mecanismo nuevo y se lo cambio, por eso la melodía puede ser diferente.
Me sentí timada. ¡Ese señor no arreglaba nada, era un farsante! Lo que hacía era poner uno nuevo... Me fui casi con ganas de llorar. Parece que hoy en día (y eso se puede aplicar a finales de los 80 que fue cuando ocurrió esta anécdota) es más fácil comprar algo nuevo que arreglar lo antiguo.
Pero yo soy maña, y por tanto cabezota. Seguí atesorando mi antiguo mecanismo, y vi la luz cuando a mi madre le regalaron otro joyero musical. En este caso era un joyero de estos tipo armario, todo de plástico, y al abrirlo sonaba la demasiado popular “It’s a Small World” de Disney. A esas alturas mi colección había crecido todavía más y ya tenía otra cajita, en este caso un tiovivo de plástico bastante cutre (ni punto de comparación con una pequeña maravilla que me regalaron mis padres, con un solo caballo de tiovivo, pero preciosísimamente hecho), que sonaba la misma melodía. Y decidí que podía sacrificar un mecanismo si la melodía que sonaba estaba repetida... Me puse manos a la obra, le quité el peine al mecanismo del joyero, lo descarté, instalé el peine intacto en el viejo mecanismo de mi padre, y lo puse en el joyero. Costó encajarlo (no siempre las medidas coinciden), pero ahora suena una música inteligible. Que no tiene nada que ver con la que yo creía que sonaría, pero funciona. Por fin. Y me siento muy feliz por ello.
El descubrimiento, además, fue el detonante de varios años buscando mecanismos sueltos, aunque estuvieran averiados, para piezas y reparaciones, así como la compra de un libro especializado para repararlas que, a la larga, me enseñó pocas cosas nuevas que no hubiera aprendido con la que desmonté mil veces con mi padre. El rastrillo Federico Ozanam, que llevan años poniendo al lado de mi casa, en el auditorio, era el sitio ideal, y siempre me iba con alguna cajita desechada por otro, algunas nuevas, otras necesitaban una restauración, y de otras apenas podía rescatar nada. Incluso de una me vendieron solo el mecanismo, que se sacaba con un clic, porque la cajita estaba rota y además ya tenía dos como esa, en forma de piano. Viajes, souvenirs, bajada de precios de las cajitas provenientes de China, venta de mecanismos sueltos a manivela, regalos de reyes y cumpleaños, “adopciones” de cajitas y otros objetos musicales regalados a otros miembros de mi familia (incluidos los pequeños mecanismos que se ponen en los objetos de los bebés) e incluso “crossovers” con otras colecciones (dos de mis Nancys y su moto vespa tienen mecanismos musicales, así como dos de mis muñecas de porcelana)...
El resultado: una base de datos de excell que clasifica casi 70 maravillas musicales desperdigadas (incluyendo mecanismos sueltos y piezas pendientes de reparar) entre mi casa y la de mis padres, y creo que sería incapaz de separarme de una sola de ellas... Muchas de ellas tienen valor sentimental (incluso hay una que heredé de la difunta madre de un amigo), y todas, todas ellas tienen su pequeña historia, ligada tanto en la forma en que llegaron a mi casa como a los sentimientos que sus hermosas melodías despiertan en mí.
Y un sueño, un deseo quizás imposible. Una de esas cajitas de música que sólo hacen los suizos, con cilindros larguísimos y quizás varias melodías. Mecánica, por favor. Esos sucedáneos de sonido electrónico que funcionan con un chip son un timo. Casi lo son incluso las que necesitan ser enchufadas a la red (tengo dos), aunque sea porque además del mecanismo musical de relojería llevan varios personajes haciendo bonitas actividades que requieren más energía de la que el mecanismo de cuerda puede darles.
Algún día quizás cuente la historia de alguna más de mis cajitas... Como digo, cada una de ellas es un mundo, un aluvión de recuerdos, un pequeño tesoro. Que explica porque mi piso de 85 metros se me ha quedado pequeño...

lunes, 21 de julio de 2008

ZARAGOZA, ZARAGOZA TIENE TREN...

... y ahora va a tener tranvía...

He leído que han dado ya el pistoletazo de salida al proyecto de tranvía para Zaragoza. Tenía la loca esperanza de que algo lo detuviera, pero no aprendo...Cuando a los políticos se les mete algo entre ceja y ceja, por descabellado que sea, estamos perdidos. Y si algo he aprendido en todo el tiempo que llevo sufriendo los diversos equipos que han manejado esta ciudad, es que da igual de qué color político sean, izquierdas o derechas, todos cojean de lo mismo. No miran qué es lo que más conviene a la ciudad sino quién les deja más beneficio, y nos envuelven en obras e infraestructuras no solo innecesarias, sino que van a empeorar la situación de la ciudad, sin tener en cuenta la opinión del pueblo.

Curiosamente la única alcaldesa que recuerdo que no hizo nada especialmente desastroso para la ciudad (aparte de recaudar muchas multas en la prolongación de Gómez Laguna, hasta el punto que yo llamaba a esa calle “El cobrador de la Rudi”) fue Luisa Fernanda Rudi, cuyas principales actuaciones fueron embellecer la ciudad con farolas de aspecto decimonónico y floreros por doquier. Yo entonces la tachaba de maruja, pero sinceramente, fue el mal menor.

Inolvidable fue la actuación de su sucesor (del mismo partido político) con el Paseo de la Independencia. Se empeñó en hacer un parking subterráneo cuando todos las voces decían que en esa zona era imposible porque estaba llena de restos arqueológicos. Todo el mundo decía que había cosas más urgentes que hacer en la ciudad que remodelar un paseo que estaba en perfectas condiciones. Pues le dio igual. Abrió, excavó, como efectivamente había restos arqueológicos tuvo que anular la construcción del parking, cerró y remodeló a su (horrible) gusto y supongo que se embolsó la comisión correspondiente por parte de la empresa que hiciera las inútiles obras.

El grupo en cuestión amenazaba con mover la Romareda de su sitio y hacer montones de viviendas. Sabía que si conseguían eso, con el boom inmobiliario de hace unos años, la calle Eduardo Ibarra, donde aparcaba la mitad del barrio que no tenía garage y todos los trabajadores del Servet y otros servicios de la zona, se recalificaría y se usaría para construir mas casas. Así que me alegré de que en las siguientes elecciones fuera elegida la oposición.

Y me dio lo mismo. Se empeñaron en convertir esa calle, ancha, práctica, en una plaza peatonal (con un parking subterráneo debajo, por supuesto). Aún estoy intentando comprenderlo. Veamos. La Romareda es un barrio residencial en el que de hecho ya no hay ni actividades populares como había años ha para el Pilar. Así que una zona peatonal, relacionada con lugares turísticos o comerciales, no tiene sentido. Además, es un barrio en el que no todas las casas tienen garaje, y las pocas que lo tienen, como la nuestra, no tienen para todos los coches ya que son de una época en la que no todo el mundo tenía coche (en nuestro edificio, para unos 160 pisos, habrá como 60 plazas de garaje en total, sin ir más lejos). Así que mucha gente usaba esa calle para aparcar su vehículo, derecho que creo que nos otorga el pagar el impuesto de circulación. Además, durante la jornada laboral allí aparcaban también los vehículos de los trabajadores y visitantes del hospital Miguel Servet. Vamos, que su argumento de que esa calle solo se usaba los días que hay fútbol era un poco peregrino. No había más que ver los problemas que nos ocasionaba los miércoles y los domingos la instalación del rastrillo. El cual, por cierto, fue desplazado con la promesa de volver cuando la plaza estuviera terminada, cosa que obviamente es mentira. ¿Por qué? Pues porque ahora que la plaza está terminada está claro que desde el primer momento estaba diseñada para que no volvieran... No hay espacio para ellos, ni para ninguna actividad decente, en realidad, que podría ser el único atractivo que dicha plaza tuviera.

La plaza, que una vecina muy bien engañada me dijo un día “¡Ay, con lo bonita que va a ser!” es FEA bajo cualquier punto de vista: fría, de cemento, dura, con unos incomodísimos bancos de cemento sin respaldo que están luchando por cambiar, árboles raquíticos y moribundos porque ya es la tercera vez que ponen árboles nuevos (apenas les ha dado tiempo a crecer a los que plantaron para el Mundial de Fútbol allá por el 82, después de sobrevivir a los despiadados ataques de los “hooligans” del fútbol que en su euforia los arrancaban y desgajaban después d elos partidos), estanques que tienen que vaciar cada dos por tres porque siempre tienen averías y que están puestos de tal manera que cualquier persona despistada se podría caer en ellos (sin contar con que se llenan de plásticos y porquería constantemente, cosa de la que en su día culpaban al rastro, y que nos han demostrado claramente que no, que es simplemente culpa de lo GUARRA que es la gente en el barrio), farolas torcidas para producir un supuesto “efecto bosque” y que más bien parecen cerillas, que además gastán más e iluminan menos que las que había antes, y por último, y mi favorita: la ridícula (y seguro que carísima) estatua del medio, “Monumento al rollo de papel higiénico” como bien la bautizó Josema.

En cualquier caso, tengo comprobado que toda actuación urbanística pasará siempre por discriminar al conductor medio que tiene que ir con su coche a trabajar o dejarlo en su casa por la noche. Ya antes de la maravillosa plaza, se dedicaron a quitar plazas de aparcamiento en el barrio con la excusa de hacer un carril bici. No tengo nada en contra del carril bici, es más, me parecería genial que lo hubiera en TODAS las calles y que la gente LO UTILIZASE. Pero cuando ves que quitan carriles al tráfico para hacerlo, aunque la acera sea lo suficientemente ancha para ponerlo en la acera, o que quitan plazas de aparcamiento por que sí, y que luego, los ciclistas, van por la acera o por la calzada, teniendo el carril al lado, derribarías a los ciclistas de un bofetón y luego destrozarías el carril bici con un martillo percutor. ¡Cuantas veces he tenido que esquivar a un ciclista con el coche en la plaza del Emperador Carlos V, en los dos estrechos carriles que han dejado de los cuales uno a menudo está ocupado por algún coche mal aparcado, porque el señorito decide que NO QUIERE usar el carril bici!

Y encima te dicen que no están obligados a ello, y no sé si es verdad o no, pero me pregunto, si los conductores estamos obligados a usar la calzada, y los peatones la acera, cuando los ciclistas tienen carril bici, ¿no deberían estar obligados a usarlo? Es que otra opción es, simplemente... subrealista...

Y con esto llegamos al tema con el que abro el post... El tranvía.

Quieren hacer una linea de tranvía que atraviese la ciudad, y por supuesto empiezan por nuestro barrio, donde maldita la falta que hace porque hay todos los autobuses del mundo y alguno más. Iría desde Valdespartera (barrio completamente nuevo, donde se podría excavar una línea de metro perfectamente) hasta la Plaza Paraíso, atravesando la Gran Vía y Fernando Católico, antaño grandes avenidas a las que poco a poco se les ha ido recortando carriles y ahora tienen sólo dos en cada sentido, uno de los cuales normalmente está ocupado por el autobús de línea. Así que está claro que si ponen tranvía, cerrarán esas avenidas al tráfico. Un carril para el tranvía, y otro para el autobús. Y el tráfico abundante que tienen dichas calles se desviará a las pequeñas callejuelas que las rodean, lo cual demuestra de nuevo la sagaz inteligencia de los responsables de esta ciudad. ¿Para qué permitir que los coches vayan por las grandes avenidas? Evitemos los atascos impidiendo que entren, así los atascos se formarán en otras partes. Sin contar la dificultad a la hora de circular... no es lo mismo ir a un sitio por una avenida hasta que tengas que tomar callejuelas secundarias, que buscar tu ruta entre pequeñas calles de sentido único... y no digo nada de la gente que venga de fuera, que no es lo mismo ir al Pilar por una avenida todo recto, que tener que organizarte con el mapa o el GPS por las callejuelas colindantes.

Vamos, una jugada maestra de las mentes pensantes de siempre.

Aparte que sigo sin entender las ventajas del tranvía. Zaragoza necesita metro. Metro del que va bajo tierra, al menos en la mayor parte de las zonas, para que no le afecte el tráfico, y sea rápido y eficaz. El metro comunica zonas en espacios muy cortos de tiempo, es mucho más fácil orientarse porque sabes perfectamente en qué parada te subes o te bajas (no como en el autobús o el tranvía que tienes que fijarte en las calles) y mientras lo esperas no te afecta que haga frío o calor. El metro es mi método favorito de transporte en las ciudades que lo tienen, y nunca he entendido porque en Zaragoza no lo hacen... no, no me vengan con la excusa de que hay filtraciones de agua por el Ebro. Ámsterdam y Estocolmo están cuajadas de agua y canales y tienen metro. Por Londres pasa el Támesis (que es como siete Ebros uno al lado del otro) y el metro pasa hasta por debajo. SE PUEDE hacer metro en Zaragoza.

Pero no les da la gana. Supongo que la compañía que ofrece el tranvía les da más dinero. No lo sé.

En nuestro barrio, sólo se opone al tranvía el PP. Es el único partido político que hoy, que está en la oposición, maneja los mismos argumentos que yo (por supuesto, cuando esté en el poder cambiará de idea que ya sabemos de que pié cojean TODOS los políticos). Tiene narices que yo que soy más de izquierdas que de derechas esté de acuerdo con ellos. Si lo llego a saber, les voto. Aunque a saber que habrían hecho de estar en el poder.

viernes, 18 de julio de 2008

INVITADOS Y EVITADOS

La gente que me conoce sabe que una de las cosas que más odio de este mundo es el teléfono. Me parece una herramienta imprescindible, pero no soporto las conversaciones que duran más de cinco minutos. Cuando salieron los teléfonos móviles, retrasé la entrada de uno de ellos en mi vida hasta que fue inevitable, porque sabía que ocurriría lo que en efecto, ocurre: si antes cuando uno estaba de viaje nadie se preocupaba hasta las tantas de la noche que encontrabas una cabina para llamar y decir que has llegado bien, ahora las llamadas por parte de mi madre son continuas, durante un trayecto pueden llamar por lo menos tres veces: una para ver si has salido ya, otra para ver por donde vas, y otra preocupados porque aún no has llamado para decir que has llegado. No niego que el movil hoy en día es todavía incluso más imprescindible aún: te permite contactar con la gente cuando no está en casa, o quedar al estilo “nos vemos en la expo, cuando llegues me llamas y nos encontramos...”. En resumen, que la libertad que te quita por un lado, te la da por otro.

Pero aún así, odio el teléfono. Desde luego, nunca fui la típica adolescente que subía la tarifa telefónica de sus padres. Por supuesto que tuve amigos con los que a veces tenía ratos largos de conversación, aunque casi siempre llamaban ellos, pero para mí el teléfono sólo ha tenido siempre una sola utilidad: comunicar algo brevemente. Si es para quedar, ya hablaremos largo y tendido en persona. Si es para felicitar, prefiero mandar una postal. Si es para contar mi vida, las cartas tradicionales u hoy en día, el correo electrónico o los foros me resultan mucho más atractivos. Cuando se trata de enrollarme, y si lees habitualmente esto, sabrás que tiendo a enrollarme, y mucho, prefiero hacerlo por escrito, sin prisas, y con la posibilidad de revisar lo que he escrito antes de enviarlo.

Por ese mismo motivo tampoco me verás frecuentar los chats o el MSN, que son exactamente igual que hablar por teléfono.

¿Y por que no me gustan ninguna de estas tres cosas? Es difícil decirlo, pero creo que se debe básicamente a que me atan a un momento y un lugar, y además muchas veces de forma involuntaria. El teléfono, con su timbrazo que odio (tiene siempre la mala costumbre de fastidiarme la siesta y otros momentos de paz, y siempre, siempre me sobresalta cuando suena) te ata durante el tiempo que dure la conversación al lugar donde está el aparato sino es inalámbrico, y lo mires como lo mires, tienes que tener una mano y parte de tu atención ocupada. Cuando a mi me gusta poder hacer varias cosas a la vez, el teléfono es un tirano que me lo impide muchas veces. Encima me aparta de poder conversar tranquilamente con mi familia. Con el chat y el MSN pasa lo mismo, aunque esos tienen la ventaja de que no entro si no quiero, y nunca quiero... pero las pocas veces que los probé me ponían histérica, porque las conversaciones, aunque se quedasen secas de contenido, nunca acababan. Eran como los novios de las parodias “Cuelga tú!” “No, tú!”, y así te podías pasar otra hora más: “Bueno, me voy” “Vale, hablamos mañana” “Venga, pues hasta manaña” “Hasta mañana” “Que lo pases bien”. Y así sucesivamente, porque parecía feo ser el primero en cortar, y eso si en el último momento no te decían “Por cierto, que mañana voy al dentista” (por decir algo) y tenías que contestar y seguir.

Así que evito todas estas cosas como la muerte, y por eso he titulado esta entrada “Invitados y evitados”. A veces no me molesta tanto que me llamen. Cuando es alguien que vive lejos, y hay algun tema urgente que no podemos solventar por escrito... pero en general luego cuando cuelgo, me siento muy culpable. Prefiero mil veces que la gente entre en mi vida por escrito, cuando puedo controlar cuando y dónde puedo contestar, y con tranquilidad.

Algo similar me pasa (y es a raíz de lo cual he empezado a escribir esta entrada) con las reuniones de trabajo. En el trabajo uso muchísimo el teléfono, cosa algo contradictoria con mi fobia a dicho aparato, pero básicamente porque es la forma más rápida de solucionar ciertos problemas (y aún así hay días que lo tiraría por la ventana). Pero a veces nos toca organizar una reunión. Y acaba siendo frustrante, por el mismo motivo. Horas y horas dando vueltas a los mismos temas. Y puede ser agradable, incluso divertido, porque a veces la reunión acaba derivando en una conversación sobre temas más entretenidos como me ha pasado hoy con el subdirector. Pero siempre pienso en lo mucho más que podría haber aprovechado ese tiempo si hubiéramos hablado rápidamente por teléfono (o por escrito) y me hubieran dejado tiempo a solas en mi despacho para solucionar lo que fuera.

Básicamente, no me importa perder tiempo con los invitados. La gente con la que me apetece hablar en ese momento, a los que he dado pie para que me llamen. Pero cuando la gente se autoinvita y me hace perder tiempo que necesito para otra cosa, se acaban convirtiendo en evitados.

martes, 15 de julio de 2008

EXPO 2008: TOMA 2

Ayer volvimos a visitar la Expo. Esta vez en serio, o sea, desde las 9 de la mañana haciendo fila para entrar, y saliendo a las 12 de la noche. 15 horas de visitas y pabellones varios.

La fecha se decidió porque a mi padre, que (a la vejez viruelas) ahora es concejal de Cadrete por el PSOE, le habían invitado a un acto en el Pabellón de la Diputación Provincial de Zaragoza porque conmemoraban el Día de los pueblos de la Rivera del río Huerva (entre los que se incluye Cadrete, pueblo con el que nada tienen que ver mis padres, pero dónde está la urbanización donde tienen su chalet). Así que yo me apañé las vacaciones para terminarlas justo el lunes 14 (tampoco podía estirarlas mucho más, porque mi compañero Carlos se marchaba ese mismo día y no era cuestión de dejar solo a nuestro ex jefe y tercer miembro del grupo mucho tiempo, ya que en teoría mis menesteres no son tarea suya), y tuve fiesta para irme con mis padres y Leo a ver la Expo.

En teoría Josema se nos uniría más tarde, cuando terminase su jornada laboral, y por ello le guardamos un “fastpass” para entrar en el pabellón de España con nosotros. Pero las cosas se torcieron y no pudo venir, lo que me hizo sentir culpable la mayor parte del tiempo.

Para empezar tengo que decir que la organización me impresionó. Desde el primer momento había voluntarios controlando las colas, indicando dónde podíamos ponernos y dónde no, y vigilando que nadie se colase. Dada mi obsesión a ese respecto (soy muy intolerante con la gente que le echa morro y pretende llegar y entrar antes que los que llevamos una hora esperando pacientemente y guardando turno educadamente), me pareció un detalle impresionante.

En cuanto dieron el pistoletazo de salida, eché a correr para coger el Fastpass del Pabellón de España. Explico para los pocos que no lo sepan: en la Expo de Zaragoza, como en muchos parques temáticos, han puesto en marcha el sistema Fast Pass en algunos pabellones para evitar las largas esperas. He leído por ahí que eso es contraproducente, porque a la larga haces una cola larga para conseguir un pase que hace que luego tengas que guardar otra cola, aunque esta sea algo menos larga. Además, y según mi experiencia en este mismo momento, precisamente los pabellones más conflictivos (Japón, Alemania, México y Kuwait) no tienen este sistema, así que no le veo demasiada ventaja. Sin embargo, hay dos pabellones que requieren FastPass lo mires como lo mires, el Acuario (que, puesto que después de la Expo va a quedarse ahí, tampoco tengo especial interés en verlo), y el Pabellón de España, que curiosamente tiene las máquinas de dispensación de FastPass (o en este caso, simplemente entradas) aparte de las de todos los demás pabellones.

Esto, por cierto, no es un invento nuevo. En la Expo de Sevilla había varios pabellones, y creo que uno era también el de España, que requerían sacar una entrada (por gratuita que fuera) previa para controlar el horario de las sesiones. Uno de los recuerdos más arraigados que tengo de ese evento (16 años atrás... ¡cómo pasa el tiempo!) fue la entrada en la Expo el primer día de los tres que estábamos. Decidimos (siempre se hacen planes en el rato largo que te pasas haciendo fila) que lo primero que haríamos sería salir corriendo mi primo Daniel (que iba con nosotros) y yo a coger las entradas para el pabellón de España, y dicho y hecho. Entramos y a correr como cosacos.

Tuvimos mala suerte, ya que de las múltiples entradas que había al recinto, cogimos justo la más alejada al dispensador de entradas al pabellón. Y, peor aún, la cola se estaba formando en sentido opuesto a la dirección de la que veníamos corriendo con la lengua afuera, así que la situación se pareció por un momento a una pesadilla subrealista: conforme corríamos, gente que entraba por la otra puerta se agregaba a la fila, por lo que cuando llegábamos al punto donde momentos antes terminaba, la fila se había agrandado varios metros más y teníamos que seguir corriendo. Era un poco como la historia de Aquiles y la Tortuga. Por supuesto, al final lo conseguimos, y probablemente nos costó menos que en el recuerdo a cámara lenta que tengo distorsionado en mi memoria... pero fue un momento inolvidable. Probablemente, el más inolvidable de la Expo de 1992.

Así que en esta Expo 2008, la entrada fue similar, y me tocó correr, esta vez a mi sola, hacia los dispensadores del Pabellón de España. No tenía ni repajolera idea de dónde estaban, pero el truco de “dónde va Vicente” suele funcionar y siguiendo a todos los que corrían, no tardé en ver la fila. Aunque llevaba mucha ventaja, fue frustrante. Primero, porque pese a que esta vez la puerta fue la más cercana y por tanto la correcta, el pabellón seguía estando MUY lejos. Y segundo, porque me desmoralizó ver a las abuelitas, las “marujas”, corriendo y ¡adelantándome!, con una agilidad y un dominio de la respiración digno del mismísimo Carl Lewis, mientras yo notaba el corazón saliéndoseme del pecho y tenía que reducir el paso porque definitivamente no podía mantener ese ritmo (lo sé, vida sedentaria de friki, qué se le va a hacer)...

De todos modos, todo esto es anecdótico, porque pudimos coger las entradas que quisimos (mi madre y Leo se reunieron conmigo poco después), y aún nos sobró tiempo hasta que abrieron los pabellones y pudimos empezar a hacer turismo (y a sellar el pasaporte que compré ilusionada en mi primera visita!).

Mientras mi padre estaba en su reunión, nos vimos los pabellones cercanos de varias comunidades autónomas, y aún nos dio tiempo a esperarle porque se retrasaron, como es habitual, antes de soltarle. Luego nos recorrimos la parte de arriba de dichos pabellones, dedicados sobre todos a empresas e instituciones, y he de decir que quizás fuera la mejor parte en general de toda la Expo, ya que los pabellones de Acciona y Grundfos son de los mejorcitos, y los de Correos, Ibercaja y CAI tampoco están nada mal. La nota discordante la puso el pabellón de Aguaviva. Con ese nombre, por supuesto, entramos inocentemente.... ¿Quién iba a imaginar que era el pabellón de una de esas sectas religiosas pseudocatólicas que pretendían captar nuevos acólitos? Cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos entrado a ver el audiovisual, y ya resultaba un poco feo salir corriendo, o eso debimos pensar las 20 o 30 personas que ahí estábamos. Y cuando me preguntaron si me había gustado, por educación respondí que sí, y me pidieron los datos para “mandarme más información sobre la Biblia”, por poco salgo corriendo.

No me malinterpreteis. Creo que todo el mundo es libre de practicar la religión que le venga en gana. Pero ni me gusta que me persigan para intentar que yo me una a la suya, ni me parece ético que en una Exposición Internacional esa gente (ni siquiera sé exactamente a qué religión pertenecen) tenga un pabellón propio, por mucho que lo hayan pagado: por esa regla de tres, el Islam, el Catolicismo, el Judaísmo, etc, también deberían tener uno cada uno en el que nos hablasen de las maravillas de su punto de vista religioso. Y si lo hubieran hecho, seguro que habría colectivos que pondrían el grito en el cielo. Y no me digais que La Santa Sede tiene uno. La Santa Sede es un país.

En fin, no es mi intención contar todo lo que vimos pabellón por pabellón. Algunos nos gustaron más, otros menos. En algunos nos tocó hacer cola, en otros entramos directamente. Algunos nos sorprendieron gratamente, pese a ser modestos, como el de Grecia, y otros nos parecieron una tomadura de pelo, como el de Suiza. En algunos regalaban cosas (en el de Cantabria me tocó una mochila que luego nos resultó muy util), en otros las vendían (en el de Aragón, vendían la película que proyectaban al final. El problema es que la vendían ANTES de que pudieras verla y juzgar si te había gustado lo suficiente para querer comprarla, y tras verla te sacaban del pabellón así que o hacías fila para volver a entrar y comprarla en la tienda, o te arriesgabas y la comprabas antes. Cuando se lo dije a la chica se sorprendió mucho. ¡No habíamos caído!, dijo).

En el de Egipto (interesante exposición de artículos egipcios auténticos traídos del museo del Cairo), además de un escriba que te dibujaba tu nombre en egipcio en un pergamino, había un tenderete en el que Leo se empeñó en comprar una estatuilla del Dios Anubis. No sé si el chico que le atendió sabía o no a qué dios se refería, pero le dijo “entra detrás del mostrador y cógelo tú”. Como tardaba, entré a ayudarle, pensando que no lo encontraba, pero mi sorpresa fue me dijo que el problema era que no sabía cuál elegir entre los dos modelos que había: correctos los dos. Elegimos uno, y cuando se lo dio al chico, éste le felicitó y le regaló un escarabajo de la suerte. Por listo.

En el de Japón, me sorprendió que anunciasen el evento en el que participaban Mabel, Damián y Alba para el día 22 de Julio. Pongo en antecedentes (sí, ya sé que mis entradas son kilométricas. Es lo que hay): nuestros amigos se habían apuntado como voluntarios para participar en un evento que se celebraba en la semana de Japón. Yo al principio me había pedido un moscoso para poder ir a la Expo el día 21, día de Japón, para ver todos los actos que se realizaran, pero ellos nos dijeron que lo suyo tenía lugar el día 23, y además varias fuentes de internet corroboraban esa fecha. Así que decidí que me cambiaría el moscoso para poder ir a verles y de paso pasar ese día entero en la Expo. Pero en el panfleto que daban en el Pabellón de Japón ponía 22 de Julio y eso me desconcertó. Necesitaba saber el día exacto, no fuese a venir el día equivocado!

Así que ni corta ni perezosa, le pregunté a una de las mocitas del pabellón. Ella se sorprendió mucho y dijo que tenía que ser el día del panfleto, pero cuando le insistí en que tenía mis dudas (no tuve que insistir demasiado, sabemos como son de solicitos los japoneses) ella llamó a alguno de sus superiores y pronto apareció otra chica que le dijo algo en japonés. Entonces ella muy asombrada nos dijo que efectivamente, se había cambiado la fecha al día 23, y que cómo podía ser que lo supiéramos, sí es que éramos de la prensa (aunque ya le había dicho que lo sabíamos por unos amigos que participaban en el evento). Me pareció una pregunta muy graciosa, aunque volví a explicarle la realidad. Y nos fuimos como siempre con muy buen sabor de boca, aunque si no corrigen esos panfletos, va a haber gente que irá a ver el Festival el día equivocado.

El último apunte que quiero hacer sobre mi primer día de Expo en pleno funcionamiento es sobre el espectáculo del iceberg. Tras varias horas de pabellones, un clima bastante bueno (en ningún momento hizo demasiado calor), un buen montón de sellos en mi pasaporte, agotados hasta decir basta, y sin problemas para comer en ninguno de los restaurantes (de hecho en el primero, tipo “fast food”, la atención por parte de la chica que nos tocó fue tan exquisita que estuve por pedir su nombre para dar algún informe positivo a su favor, que los humanos en general somos tan desaboríos que siempre nos quejamos cuando algo va mal, pero nunca felicitamos cuando va bien), intentamos coger sitio en algún sitio donde nos pudiéramos sentar para verlo, pero estaba ya todo abarrotado, y no teníamos ánimos ni para buscar la entrada a las gradas. Así que nos sentamos en la primera valla que vimos Leo y yo, le cambié luego el sitio a mi madre, y aguantamos dos de pie y dos sentados hasta que empezó el espectáculo.

No vayáis a verlo con niños.

A ver. Es un gran espectáculo. Impresionante, gran despliegue de medios técnicos, música bellísima e imaginería digna de los mejores espectáculos. Pero da miedo. Puede dar mucho miedo. Vale que hay que concienciar (TODA la Expo se dedica a ello, caray!). Vale que nos estamos cargando el mundo. Vale que las imágenes para que cojamos el mensaje tienen que ser impactantes. Pero llegar a los extremos de las escenas de pesadilla... ¡no, por favor!

Es curioso porque no he visto que nadie se haya atrevido a decir esto en internet, todos ponen el espectáculo por las nubes, pero todas las personas con quien lo he comentado de a pié dicen lo mismo. A muchos, simplemente no les gustó. Yo no voy a decir que no me gustase. Igual que me gustan las películas de terror, que pueden estar plagadas de escenas desagradables, incluso gores, me gustó. Era hermoso, a su manera, como una película de Tim Burton. Pero igual que tampoco recomendaría esas películas a todo el mundo, ni las echaría en un cine al aire libre de verano, creo sinceramente que ese espectáculo está fuera de contexto en un acontecimiento popular como la Expo. Imágenes de cerdos en el matadero (que vale que saquen imágenes de basura y deshielo, pero, ¿eso? ¿qué tiene que ver con la desertización?), del fin de nuestra civilización... una cabeza con gesto de desesperación muy parecida a una muñeca rota (símbolo que a mucha gente le aterroriza), con un ojo de video enloquecido que atraía toda la atención y daba escalofríos... No. Por mucho que el mensaje final fuera de esperanza, ese espectáculo está equivocado. Había otros muchos videos en la Expo con el mismo mensaje (incluido el del Pabellón de España) mucho menos desagradables.

Y la semana de paciente re-educación de Leo para que pudiera dormir solo, por supuesto, se fue a la porra. Se pasó el espectáculo llorando en nuestros brazos y sin mirar, aterrorizado.

Menos mal que a la salida, una fuente intermitente acaparó su atención, se puso a jugar y se le pasaron las lágrimas. Porque el broche final, si no, unido al cansancio, hubiera sido desastroso.

Eso sí, esta mañana estaba reventada. Me dolían músculos que no sabía ni que existían.... No se como se apañan la gente que vienen de fuera (como mi prima Ana, que ha estado este fin de semana por Zaragoza para visitar la Expo también) para llevar ese ritmo tres días seguidos.

domingo, 13 de julio de 2008

RECUERDOS DE LA ANTÁRTIDA

Llevo dos días permitiéndome el lujo de despertarme más allá de las 10,30. Creo que estoy intentando aprovechar al máximo lo poquito que me queda de las vacaciones, que me deprimo sólo de pensar que mañana madrugaré para ir a la Expo y ya, a sufrir con el trabajo una semana entera (menos mal que será sólo de 4 días).

El levantarme tarde me está permitiendo soñar y soñar y soñar a tope.

Hoy he soñado que estábamos en Nueva York. Era una escapada como de dos días, que nos la pagaba alguien, e íbamos en grupo, pero ya que estábamos esa noche queríamos aprovechar y ver un musical en Broadway. Lo que pasa es que ya eran las 10 y pico y estaban todos a punto de empezar, así que de ir a buscar esa oficina dónde venden los tickets a mitad de precio, como que nanay. Y además estábamos un poco fuera de la zona, estábamos casi en la parte antigua, la de Wall Street, así que había pocos teatros abiertos. En uno echaban “Millie, Una Chica Moderna”, que es un musical que me encanta, pero que al estar ya hecho en película, me daba un poco de pena desperdiciar la pasta en verlo en el teatro. Además, preguntábamos el precio y nos decían que sólo quedaban entradas de 100 y 150 dólares, a lo que la gente que estaba con nosotros ponía el grito en el cielo.

En otro teatro algo más cutre al lado del de dónde estábamos, echaban otro musical sobre un robot o algo así. Me era totalmente desconocido y por ello, me apetecía más verlo, así que intentaba convencer a la gente de entrar. Me costaba lo mío, todos querían mirar más teatros, y los demás teatros estaban lejos, las funciones a punto de comenzar, y no iba a dejarnos entrar. La chica dela taquilla era un encanto y nos decía que empezaba en cinco minutos, pero que esperaban a que nos decidiéramos. Y la entrada, en comparación con la otra, era más barata: 78 dólares. Vale, seguía siendo un pastón, pero si empezabas a multiplicar, era bastante menos.

Me costaba un poco conseguir entrar, y me veía en un momento fuera, con los enormes portones de ese teatro cerrados, y en otro dentro, ya sentados, en unos asientos estrechos e incómodos que valían las protestas y quejas de varias personas (los nuestros eran muy estrechos y dudaba que mi enorme culo cupiera en ellos, pero curiosamente una vez sentados no notaba ninguna dificultad), y veíamos una extraña obra en la que los protagonistas se parecían sospechosamente a los teleñecos (incluso teníamos sentado al lado a uno de los abueletes del palco. También había un ojo que se abria y cerraba en la pared de detrás nuestro. Todo muy de gomaespuma. A la larga, espectacular.

Tras un fundido en negro, que puede haber sido porque me desperté, o simplemente porque el sueño era así, la estancia en Nueva York había terminado y teníamos que coger un avión a Australia, que era nuestra siguiente etapa. Así que salíamos desde allí, y empezábamos a volar al sur. Pasábamos por una ciudad con enormes rascacielos, hermosísimos y tan altos que el avión pasaba junto a ellos en vez de por encima, y al preguntar me decían que estábamos sobrevolando Brasil y que luego pasaríamos por Argentina. “Claro”, pensaba yo, “es que hemos salido de Nueva York, así que iremos por Argentina, y luego torceremos hacia Australia”. Pero seguíamos hacia el sur, y yo mirando por la ventanilla veía que sobrevolábamos la Patagonia e íbamos a pasar por la Antártida. Supongo que, como en el viaje a Japón, la curvatura de la tierra, al menos en mi sueño, hacía razonable acortar por el polo en vez de en lo que un mapa tradicional parecería la linea recta (cuando fuimos a Japón sobrevolamos Siberia, y es que si miras una bola del mundo, es el camino más corto entre Europa y Japón, más que sobrevolar China o el Tibet como me hubiera gustado que hiciéramos, y fue una pena. Siberia es una de las zonas más aburridas para sobrevolar que existen, todo estepa sin signos de civilización…).

Lo más impresionante es que sobrevolar la Antartida, en mi sueño, significaba que el propio cielo estaba congelado, así que el avión iba cuidadosamente por debajo de un techo de nubes que todos sabíamos que eran de nieve y hielo, y conteníamos la respiración para que no rozara con un ala y tuviéramos un accidente.

Al final las nubes sólidas eran tan bajas que el avión se veía forzado a aterrizar. Nos decían que de paso, repostaría y haría tareas de mantenimiento, ya que aterrizaba en una zona civilizada, con aeropuerto y todo, y que podíamos aprovechar y dar una vuelta, que mandarían a buscarnos. Dicho y hecho, para mí cualquier ocasión de hacer turismo es buena, y nos empezábamos a recorrer la zona.

Aquí llegamos a uno de esos puntos en los que me gustaría haber podido fotografiar mi sueño (nota a posteriori: curiosamente he encontrado estas fotos reales muy parecidas a lo que soñé. ¡Viva Google!). Mi Antártida onírica estaba plagada de Géiser de agua caliente, por lo que había muchas zonas que no solo no estaban cubiertas de nieve, sino que tenían una frondosa vegetación. Al ser de origen volcánico, pasábamos por una zona en forma de cráter, llena de plantas verdes, y dónde los géiseres salían de forma oblicua y simétrica y cruzaban sus chorros como una fuente de un jardín de las mil y una noches. Además, el vapor de agua en el ambiente daba a todo un brillo plateado especial. Vagar por esas zonas, como pequeños jardines coronados por estanques de agua caliente y delimitados por zonas nevadas, era, nunca mejor dicho, como estar en un sueño, y a mi me faltaba tiempo para llenarme de esas bellísimas imágenes y recorrer todo aquello, pensando muy seriamente que no me importaría vivir en un lugar así.

De pronto me comunicaban que el avión estaba a punto de salir, y que venían a buscarnos con una furgoneta. Yo veía venir la furgoneta y resignada, junto con las personas que me acompañaban, me dirigía a ella diciendo adiós a ese paraíso, pero me parecía que había gente que estaba más lejos, que no se había enterado del aviso, y que no tenía especial intención de volver al avión.

Nosotros teníamos que ir a Australia, que ya estaba muy cerquita…

El único problema es que nunca llegué a ver la última etapa del viaje… ahí me desperté…. Lástima.

sábado, 12 de julio de 2008

FANTASMAS Y DIARIOS

En mi sueño de hoy, estábamos en una ciudad pequeña (¿quizás Lérida?), dividida claramente en un casco viejo y una zona moderna. Nosotros nos alojábamos en la zona antigua, pero por algún motivo estaba de visita en una casa de la zona moderna, hablando con una señora que estaba observando a un niño pequeño en una habitación. Entre los muchos temas de conversación, empezábamos a hablar de viajes y la señora empezaba a darme consejos al respecto. Entonces, de pronto, soy consciente de que esa señora con la que estoy hablando es un fantasma, aunque una parte de mí no lo sabe y por eso no tiene miedo, pero sé que si dice las palabras mágicas “ten cuidado, porque así me maté yo”, esa parte se dará cuenta y el sueño se convertirá en pesadilla, así que tengo que evitar que diga eso por todos los medios. Entonces llega una chica joven, sospechosamente parecida a mi cuñada Eva, pero que obviamente no es ella, porque yo sé que es la hija de la señora muerta con la que estoy hablando, que no es mi suegra, y me pregunta que con quién estoy hablando. Es obvio que ella no ve a la fantasma, sólo al niño de la habitación, así que ahora que se queda ella con el niño, me voy yo a otra habitación que hay en la entrada a buscar a Leo. La señora fantasma me sigue, y Leo sí la ve, pero como tiene que ir a hacer un curso de natación, podemos cambiar de tema y dejarla atrás, y no pensar demasiado en eso de que es un fantasma.

La clase de natación es un poco desastre, y el pobre Leo, además, ha retrocedido en edad y es un niño de unos cuatro años al que le cuesta bastante salir de la piscina, así que me alegro de que nuestra estancia en esa ciudad esté llegando a su fin. Vamos a nuestro alojamiento en el casco antiguo, y mientras esperamos a la casera para decirle que nos vamos, me entretengo mirando una especie de comic/revista donde ella lleva, a su manera, una especie de blog en papel. Cada página o dos páginas es como una entrada, con ilustraciones sencillas parecidas a los del libro de actividades que Leo está haciendo este verano, sobre cosas del pueblo, de la casa, incluso de nosotros. Estoy leyéndolo tranquilamente, y cuando estoy a punto de llegar a la última entrada, sobre un tal Alonso, un niño retrasado, que me parece que es el niño que estaba jugando en la habitación donde yo hablaba con la señora fantasma, en ese momento alguien me comunica que la casera se ha suicidado. Me quedo algo parada por el shock, y a la vez pienso eso dará más valor al diario que tengo entre manos. Entonces, de pronto, una mujer joven que está conmigo (¿la que me ha dado la noticia?) me lo quita maleducadamente de las manos para leérselo ella, y yo me enfado. Lo tenía yo, sólo me faltaba una entrada por leer y ella pretende leérselo entero antes de devolvérmelo. ¿Por qué no me deja que lo hagamos al revés?.

GENTE QUE CONOCES POR INTERNET

Dicen que es peligroso quedar con gente a la que conoces por internet, o que es peligroso relacionarse por este medio. Yo no estoy de acuerdo. Muchas de las mejores personas que he conocido ha sido a través del ordenador, igual que hace años lo era por carta.

Por ejemplo, a través de los grupos de BJDs. Hace dos años entre en el grupo de Yahoo de muñecos de Elfdoll Ryung-Soah. Ese mismo año una miembro de dicho grupo, Jillianne, australiana, venía de viaje a España. Yo la acogí una semana en casa y fue una experiencia inolvidable que no me importaría repetir.

Ayer quedamos con Vero (Rizelmine en BJDoll.net). Técnicamente a ella no la he conocido por internet, ya que la primera vez que nos vimos fue en un stand en el Salón del Comic de Zaragoza en el que ella promocionaba sus trabajos. Pero en realidad nuestro mayor contacto es a través de dicho foro, y es allí dónde realmente la he conocido a ella y a otras personas igual de maravillosas.

Y puede parecer una tontería, pero sigue sorprendiéndome lo mucho que tenemos en común, y lo mucho que disfrutamos en persona. Igual que nos pasó cuando nos conocimos la Cuchipandi, que no fue sino otra quedada organizada a través del foro que frecuentábamos por entonces, y a raíz de la cual decidimos repetir… y repetir… y tanto repetimos que excepto por las distancias (hay gente de Huesca, y de Logroño), se podría decir que somos una pandilla como cualquier otra que salen juntos para divertirse y charlar y punto, pues como digo, igual me sentí ayer hablando con esta chica.

Al principio también estuvieron Mabel, Damián y Gema, y trajeron a su nueva muñeca, una Hazy de Elfdoll de la que soy un poco culpable yo también, y a la preciosa Sachiko de Gema. Compartimos muchas cosas y casi no se marchan, aunque al final Mabel tuvo que dejarnos porque tenía una cena, y al final se marcharon los tres. Me dio rabia porque pensé que ahora sí que no iba a saber de qué hablar, pero no fue así. Iban saliendo temas, uno tras otro: rol, literatura, cómic, ilustración, religiones comparadas, y por supuesto, BJDs, y en todas ellas teníamos, tanto Josema como ella y yo, cosas de que hablar, cosas que aportar, cosas que compartir.

Y me sentí a gusto, y se nos pasó la tarde en un suspiro, y me quedé con ganas de repetir y quedar otro día, y hablar, como dice ella, sin stand de por medio, para seguir compartiendo cosas, que me pique para volver a coger los lápices (qué envidia – de la del método Beik, que conste – me dan esta gente que lo han conseguido, que publican sus trabajos, que se han hecho un nombre…), o simplemente, que podamos volver a reírnos con las ocurrencias de amigos comunes o pasarnos títulos de libros que no deberíamos perdernos.

La excusa para quedar, dejarle un libro de G.R.R. Martin para que éste me lo firmase a su paso por Barcelona, no era más que eso, una excusa, tan tan nimia, que hasta me olvidé del libro. Menos mal que estábamos al lado de casa y pude recogerlo un momentito.

viernes, 11 de julio de 2008

TERRORES NOCTURNOS

Cuando yo era niña, me daba terror dormir sola.

No es que tuviera miedo a los fantasmas(que lo tenía, pero no creía que hubiera ninguno por casa), o a monstruos (en muchos de los cuales no creía), o incluso a la oscuridad.

Yo tenía miedo a la muerte.

Era un miedo muy angustioso. Llegaba la hora de dormir, y como mi mente vagaba libre, porque en esos minutos previos al sueño no hay otra cosa mejor que hacer, acababa preguntándome qué había después de la vida, qué significaba que de pronto, uno dejase de existir, y miles de miedos y preguntas acudían a mi cabeza. Había diversas variantes, por supuesto, y recuerdo haber pasado auténticos sudores fríos pensando en la angustia que debía representar ser enterrado vivo, o en qué iba a pasar cuando se terminase el universo (porque entonces, incluso las almas inmortales, ¿a dónde irían?).

En resumen, creo que le tenía miedo a la nada. Por eso de niña quería ser famosa. No me importaba como lo consiguiera, si como pintora, actriz, científica o lo que fuese. Sólo quería que después de mi muerte, alquien me recordase.

Lo único que me tranquilizaba a la hora de dormir era abrazarme a alguien. Así que cuando podría (o sea, cuando mi madre tenía turno de noches) dormía con mi padre, y más tarde conseguí que mi abuela desterrase a mi pobre abuelo a mi dormitorio y durmiera conmigo. Pasé temporadas que no me quedaba más remedio que dormir sola, y en esas, cuando la angustia me podía, me levantaba, me iba al cuarto de estar y me pegaba un rato mirando por el amplio ventanal las luces de las farolas y la tranquilidad de la calle. Por algún motivo eso calmaba mi pobre corazón y volvía a la cama relajada y solía poder volver a dormirme.

Siempre he recordado una pesadilla que tuve muy de niña. No recuerdo la edad, y puede que fuese incluso más mayor de lo que pienso, pero seguro que tenía menos de 10 años. Era la época en la que Miguel de la Quadra Salcedo hacía un programa especial sobre los Viajes de Marco Polo (de hecho el sueño empezaba con algo relativo a uno de los capítulos de esos documentales), y también la época en que le cogí a escondidas a mi madre un libro sobre el desarrollo del bebé en el útero materno.

Tener una madre matrona te curte para según que cosas, y recuerdo que de niña no quería tener hijos porque ella nos contaba visicitudes de partos difíciles y nacimientos de niños malformados que me ponían los pelos de punta. También hacía que desde niña supiera de dónde venían los niños… lo de la cigüeña era una broma entre mi padre y yo, que decía que mi madre trabajaba en la estación dónde arribaban las cigüeñas con su carga.

El caso es que en realidad el libro aquel no me estaba prohibido, pero tenía cierto morbo mirarlo sin que nadie lo supiera. Las imágenes de los primeros estadios del feto eran aterradoras, y mi mente infantil por supuesto no las imaginaba a la escala real que tenía.

Esa noche, como digo, tuve la peor pesadilla de mi vida.

Tras recorrer las montañas de Marco Polo, había llegado a una especie de hotel, o casa, o lo que fuera, en la que iba a pasar la noche. Hacía allí un amiguito, sospechosamente parecido al Pedro de Heidi (otro elemento de la época en que lo soñé), y disfrutaba jugando con él. Pero llegó la noche, y por algún motivo no podía dormir, porque había algo siniestro en ese lugar.

Así que me levantaba y recorría las habitaciones, hasta que llegaba a los sótanos, donde, como en un laboratorio macabro, tenían varios recipientes con embriones humanos en su interior. Recuerdo la iluminación, en tonos rojos como las antiguas salas oscuras de revelado fotográfico, y los recipientes con esos macabros bichitos, que aunque tenían el aspecto de los fetos poco desarrollados de las primeras semanas de vida, tenían (ya he dicho antes lo de mi falta de escala), el tamaño de bebés ya formados, por lo que aún eran más horrendos.

Yo vagaba asustada entre las salas, hasta que al final llegaba a un pasillo y me encontraba a mi amigo Pedro. Intentaba decirle que teníamos que salir de allí, que algo horrible pasaba en ese lugar, pero de pronto una especie de brazo mecánico salía de una mesita de disección que allí había, y le agarraba del brazo. Pedro no se lo tomaba mal, y en una especie de danza macabra se dejaba arrastrar por el brazo en cuestión hasta la mesa. El brazo, pese a ser delgadurrio y endeble, le levantaba en volandas y le tumbaba en la mesa, y automáticamente, en cuanto quedaba tumbado, Pedro se derretía como si fuese de mantequilla.

Creo que fue en ese momento horrible en el que me desperté aterrorizada y corrí a mi ventanal, a relajarme viendo el aburrido mundo real.

Es curioso porque mis más terribles miedos parecen estar relacionados con el antes y el después de la vida. Los dos principales interrogantes: de dónde venimos, y a dónde vamos… ¿Qué era yo, antes de ser yo, y qué seré, cuándo deje de serlo?

En realidad, sigo teniendo ese miedo, pero con la edad he desarrollado un sutil mecanismo de defensa: no pensar en ello.

Pero ahora revivo un poco la situación con Leo.

Leo también es incapaz de dormir solo.

Asumo mi parte de culpa, porque cuando él nació, con su padre pasando la mayor parte del tiempo en Madrid por motivos de trabajo, para mí era mucho más cómodo (y gratificante) dormir con él en mi cama en vez de tenerle en la cuna, donde ver que él no se dormía me tenía en vela a mí también. Lo de tenerle en otra habitación ya era impensable… incluso cuando fue creciendo, la sola idea de levantarme 3 ó 4 veces durante la noche para tranquilizarle, darle agua, etc, me volvía loca. Además para mí mi sueño es sagrado, y despertarme varias veces durante la noche, más aún cuando al día siguiente tengo que madrugar, me pone de una mala leche tremenda.

Así que los primeros 3 años de vida de Leo durmió conmigo sin problema.

Visto el panorama, incluso nos compramos una cama de matrimonio más grande (1,60, lo máximo que cabe en nuestro dormitorio) para poder dormir juntos los tres.

Y así fuimos aguantando un poco más. Algún día hacíamos algún tímido intento para conseguir que Leo durmiese solo, pero nos rendíamos fácilmente.

Pero claro, cada vez es más difícil. Leo tiene ya 8 años, y abulta como si tuviera 11. Además, duerme inquieto y da muchas patadas, así que cuando duerme con nosotros, nos despertamos baldaos. En algún viaje, sobre todo los que hemos dormido en albergues con literas muchas personas juntas, conseguía que se durmiera estando un ratito con él en la litera y luego me iba yo a mi cama y dormía toda la noche de un tirón. Pero por algún motivo, en casa no hay manera.

Nos prometió que cuando comulgase empezaría a dormir solo. Así que esta semana de vacaciones, en la que no tengo que madrugar, hemos decidido que por fín pondría en práctica los buenos propósitos.

Hemos empezado gradualmente. Para mí, el famoso método Estivill está claramente escrito por un señor que no tiene hijos, o, al menos, no tiene instinto maternal. Dejar que el niño llore hasta desgañitarse a mí, por lo menos, me rompe el alma. Así que el trato ha sido el siguiente, desde el día de la comunión: Yo me quedo un ratito con Leo hasta que se duerme (normalmente me acabo durmiendo yo también), me marcho a mi cama, y si duerme toda la noche de un tirón, bien; si no, viene a buscarnos y, si tengo fiesta, yo me voy otra vez un ratito hasta que se vuelva a dormir, si no, le cambiamos el sitio o mi marido o yo, y duerme en nuestra cama lo que queda de noche, para no perder horas de sueño, que puede ser agotador.

No hay forma de que duerma de un tirón ni una sola noche.

Y estas vacaciones están siendo agotadoras. Todas las noches, sin excepción, se despierta sobre las 4,30. Si me quedo con él y me vuelvo a ir cuando se duerme, vuelve a despertarse. La otra noche me desperté con la horrible sensación de que me caía de su cama y me fui a la mía – a los 5 minutos vino él detrás de mío.

Estoy de vacaciones y puedo despertarme a la hora que me de la gana, pero esto es agotador. No puedo mas.

Hoy hemos pasado al modo “tirano” y le hemos dicho que nos encerraríamos para que no pudiera entrar a buscarnos, el resultado es que se durmió nervioso mucho más tarde, y cuando yo me he ido a mi cama la que casi no se duerme he sido yo, destrozada, asustada, pensando en cómo se iba a sentir cuando se viera con la puerta cerrada, y cuando a las 5,30 ha llamado a nuestra puerta casi he sentido una sensación de alivio y me he ido con él.

Me daría por vencida, lo juro. Por que además, por lo que he dicho antes, le entiendo. Yo también he tenido miedos, y con la edad he acabado decidiendo, yo, de motu propio, que quería dormir sola. Pero también entiendo que mi marido se casó conmigo para dormir conmigo, y quiera que el pequeño duerma ya de una vez en su cama. Y aquí estoy, partida por la mitad, sintiéndome culpable con respecto a los dos, al padre y al hijo, y preguntándome si no podría comprar una cama de 2 metros de ancho o más para meternos los tres sin problemas…

jueves, 10 de julio de 2008

EL ENCANTO DE LAS CASITAS DE MUÑECAS

Hay en el norte de Europa un palacio rodeado de misterio

Solo las hadas podrían vivir en él, puesto que es muy pequeño.

Para muchos no es más que una lujosa casa de muñecas,

capricho de un millonario que no sabía en qué gastar su dinero.

Pero hay un aura en él, un algo, que no es terreno…

Esta tarde he decidido dedicar un tiempo a una de las labores que quería hacer en vacaciones. En realidad apenas se ha notado lo que he hecho, pero ya le tenía ganas, y es que quería dedicarme a hacer habitable mi casita de muñecas para los tinies BJDs, ya que son perfectas para su tamaño.

Desde muy niña he adorado las casitas de muñecas. Tengo dos recuerdos infantiles asociados a ellas. Uno, que mi compañera de clase Maite tenía una. A Maite siempre le envidié tres cosas (aunque según mi abuela, era ella la que me tenía envidia a mí): el cuento de “Los Invasores del Cuerpo Humano”, de Fernando Fernández, que tenían ella y otra chica de mi clase y que poco después conseguí a través de Círculo de Lectores; la enciclopedia de “El Mundo de los Niños”, que nunca tuve de niña y que conseguí de adulta en el rastrillo benéfico de todos los años (y que bien nos ha sacado de apuros de vez en cuando con los deberes de Leo); y su casita de muñecas, con la que nos pasábamos horas jugando. Era sencilla, con mueblecitos de madera tipo rústico, no como las elaboradas casas victorianas que venden ahora, pero me encantaba recorrer mentalmente sus habitaciones y me pregunto si mi manía de recrear mentalmente espacios arquitectónicos (¿seré una arquitecto frustrada? Naaaa, para ser arquitecto hay que ser muy meticuloso y yo no lo soy) me vendrá de ahí.

El segundo recuerdo fue ver, cuando tenía 16 ó 17 años, ya no recuerdo, en el parque Legoland de Billund, en Dinamarca, el Palacio de Titania. Era, en realidad, una casa de muñecas, o al menos estaba construido a esa escala, pero para mí fue algo muchísimo más importante: era el lugar donde me gustaría vivir, al menos en mis sueños, hasta el punto que mi novela inconclusa está inspirada en ese lugar (y los versos con que abro esta entrada eran los que abrían la novela). Hay poco que decir de ese palacio. Mirad las fotos, y juzgad vosotr@s mismos.

En cualquier caso, mi intención era, cuando tuviera muuuuuucho tiempo libre, hacerme mi propia casa de muñecas. Sería enorme, inmensa, como el palacio de Titania, y sería real… sería un lugar donde se podría vivir si tuvieras el tamaño adecuado… Nada de subir a los pisos por el dormitorio, o de poder abrirla sólo por una cara. Mi casa de muñecas tendría, al menos, dos vertientes, se podría abrir por los dos lados, el baño sería más pequeño que los dormitorios y no sería una habitación de paso, haría pasillos donde hiciese falta, la distribución sería coherente con la fontanería y la luz, no habría ventanas cortadas por tabiques, y tendría todas las habitaciones que sueño con tener en mi casa de verdad…

Soñar es gratis, y tan fácil…

Un año, mis padres quisieron con su mejor voluntad hacer realidad ese sueño. Me compraron para Navidad un kit para construir mi propia casa de muñecas, y si bien por un lado me quedé extasiada, por el otro no sabía por dónde cogerlo. Puedo soñar despierta con manualidades prodigiosas, pero a la hora d eponerlas en práctica, seamos honestos, como dicen los angloparlantes, soy toda pulgares.

Así que le pedí ayuda a mi padre, quien me ayudó a su estilo, o sea, montando él preciosísimamente y con su perfeccionismo habitual el armazón completo… y así se quedó. Ya cabían muebles, ya me tocaba a mí decorar. Pero no pusimos nunca las puertas, ni el tejado, con lo que los muebles quedaban a la vista (me puse tonta de comprar todas las ofertas por fascículos que veía de muebles baratos, ya que aunque ahora los precios de las casas de muñecas y sus complementos han bajado mucho, en aquella época, recién nacido Leo, todavía eran prohibitivos), y yo no quería empapelarla ni pintarla hasta que no preparase el kit de iluminación, para lo cual requería de nuevo la ayuda de mi padre… que aún no ha llegado…

La pobre casita, o el pobre armazón, fue acumulando polvo, los niños que venían de visita (y el mío propio) fueron jugando con ella y rompiendo muebles, y al final ha acabado en la bodega de casa de mis padres con todos sus complementos, material para hacer otra similar (que iría por el otro lado para cumplir mi sueño de una casa a dos vertientes) y una sensación de fracaso…

Pero a cambio, tengo otra.

La gente de Club del Coleccionista insiste en mandarme ofertas de lo más variopinto. Me llama “cliente VIP” aunque casi nunca les he comprado nada, y a veces insisten en llamar y llamar por teléfono pese a que odio que me intenten vender algo que no quiero. Si lo quiero, me lo compro. Si no, sólo me molestan, no me van a convencer. Sé que es su trabajo, pero es bastante odioso.

Una vez me ofrecieron una casa de muñecas.

Venía completamente montada, con instalación eléctrica incluida y todos los muebles. Pedí más información, sin decidirme del todo, pero al final caí. Sé que seguramente pagué por ella mucho más de lo que habría pagado comprando las cosas sueltas, pero venía completamente montada!!!!

Así que por fín tenía una en casa. Amontoné todos los muebles que traía e incluso seleccioné algunos de los que había comprado para mi proyecto fallido y la llené, la llené, la llené… Hasta el punto que se parecía a la casa en la que vivimos, llena de trastos y de desorden. Además, no me atrevía a colgar los cuadros ni las estanterías porque no tenía todavía muy claro dónde iba a ir cada cosa, así que aún era más caótico. Y encima, metí a (mal) vivir en ella a la pobre familia de porcelana que me habían regalado en alguna promoción por fascículos y que también quería remodelar a mi gusto.

Y de pronto, cambie de rumbo (una vez más) y vinieron las BJDs. Y con las BJDs, las pequeñinas de 14 cms. como Paula, de quién ya hablé, o los elfitos de Josema, o su Puki Puki superheroína. Y vi que eran de la escala perfecta para habitar esa casita, y no solo eso, sino que además eran mucho más adorables y expresivas que la pobre familia de “dummies” de porcelana. Así que la idea quedó flotando en mi mente y en mi agenda: Organizar la casita de muñecas.

Pues bien, hoy ha sido el día. A media tarde Leo ha dicho que se aburría, y yo no sabia muy bien que hacer con él, así que le he preguntado si le apetecía ayudarme. “¿Esa casita le iría bien a mis hombrecitos de Lego?”, me pregunta en plan negociador. “Hombre, un poco grande, pero cabrían…” “Si te ayudo, ¿podrían vivir en ella?”.”Hagamos un trato, tu me ayudas, y te dejo el piso de arriba para ellos”.

Y hemos pasado una tarde deliciosa, organizando, re-decorando, y, eso sí, soltando maldiciones cuando algo pequeñito se caía y tiraba todo lo que ya habíamos organizado pacientemente…

Pero ahora la casita está habitable y adorable. A los pobres “dummies” los he desterrado a la caja donde guardo el proyecto de casa de mis padres, e increíblemente, no he descartado tantos muebles como pensaba que iba a descartar. Paula, Nightshade, Foxglove y Wolfsbane ya se han mudado, merecidamente tras ganar el concurso de fotografía veraniega del grupo Elfdoll Unlimited (ya es el segundo concurso que gano en ese grupo y empiezo a estar preocupada, al final van a pensar que hago trampa o algo así, pero os juro que es en buena lid y con bastante ventaja de votos…), junto con Luna Rosa. Están recogiditos, felices y protegidos, cogen poco polvo y los veo desde las ventanas de la casita… ¿quién puede pedir más?

Oh, sí, que alguien eche a esos duendecillos molestos que se han instalado en el ático…

Adenda: Después en un ratito arreglé también el adosado de Semiramis. Lo suyo es casi más un almacén de juguetes que otra cosa, pero ella tampoco necesita más.

 
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