Uno de los blogs que uso de ejemplo, que me han animado a recuperar mi diario y que en cierto modo, están influenciando mi nuevo estilo de escritura (que creo es más ameno que mi método previo de contar en plan listín telefónico todo lo que me ha sucedido día por día) es el de mi amiga DeVice, miembro fundador de la Cuchipandi y con un estilo literario y una dedicación a su blog claramente envidiable.
Para los que no conozcais esta perla, aquí va un enlace:
http://blogs.ya.com/thelostboys/
DeVice, o Elena para los que la conocemos en la vida real, escribe prácticamente todos los días y si un día no leo algo nuevo en su blog, me siento como si me faltase algo. Reconozco que hay razones egoístas. Desde que creamos casi sin querer la Cuchipandi, que es como llamamos a nuestro grupo de 9 amigos embobados por las BJDs, en su blog salimos a menudo nosotros y nuestras anécdotas, así que como siempre, la razón de que me guste tiene su puntito egoista y egocéntrico. Otro pedacito de fama que guardar conmigo.
El caso es que me admiro a menudo de pensar como personas tan diferentes a nosotros como Elena y su marido Miguel pueden ser amigos tan tan importantes para nosotros, y por lo que puedo ver, viceversa… Cualquiera que nos viera alucinaría y pensaría que no tenemos nada en común (ellos son una pareja moderna, sin demasiadas ataduras, con una forma de vestir y actuar totalmente distinta a la nuestra, y desde luego, solo por el aspecto, cualquiera pensaría que somos como el aceite y el agua). Sin embargo, compartimos muchos gustos y hobbies, desde las muñecas y el rol hasta gustos literarios, autores favoritos, etc. Supongo que esa es la clave de que nos gustemos y nos queramos tanto.
Y veo que me estoy alejando del tema.
Porque lo que iba a ser una introducción al tema que da título a esta entrada se ha convertido en una loa (merecida) a dos grandes amigos.
Pero de lo que yo quería hablar es que ha sido una entrada de su blog lo que me ha impulsado a escribir esta.
Y es que ella da su opinión de la Navidad. Y su opinión no me sorprende, después de lo que la conozco, pero me hace reflexionar, de nuevo, en lo diferentes que somos…
Parece, de un tiempo a esta parte, que está de moda decir “La Navidad no me gusta”, “la Navidad es una maniobra comercial”, “La Navidad no significa nada”, y todo eso. Las revistas se llenan de cartas al editor sobre el tema, de editoriales varias (aún recuerdo una del “Mujer Hoy” que me sorprendió porque se atrevía a decir lo contrario, que la Navidad aún significa algo, y que debería haberme guardado), todas ellas intentando restar valor a estos días. Nuestros amigos Elena y Miguel son de esa cuerda, cosa que no me sorprende ya que tampoco dan valor a otras tradiciones (pero admiten que nuestras postales de Navidad les hicieron mucha ilusión, así que… algo hay), y nosotros lo respetamos, porque la clave de la convivencia, y sobre todo, de la amistad, está en el respeto mutuo. Pero, ya que ella da su opinión y sus razones en su blog, me ha apetecido dar mis razones y mi opinion en el mío. Sin animo de discutir ni nada parecido, solo para contar lo que yo siento realmente.
Ahora sí que sí.
El espíritu Navideño…
Luces que se encienden los días más oscuros del año. Llenar la casa de adornos, quizás un poco horteras, que me dicen que se avecina algo especial. Recibir cartas y postales de gente con la que no tienes contacto el resto del año, pero que te recuerda y lo demuestra en Navidad. Pegarme unas semanas rompiéndome la cabeza pensando en qué podría regalar a mis seres queridos que realmente les guste y vaya con su personalidad. Perder el tiempo buscando esos objetos en concreto y la alegría que da encontrarlos… Hace poco dijeron en la radio que el que regala siente más placer que el que recibe el regalo y aunque sea difícil de creer, en mi caso es así. Es un pequeño reto que me impongo todos los años y que disfruto casi más que nada. Luego está la emoción cuando les ves abrir los regalos, y la alegría, o la decepción de ver si has acertado o no…
Entiendo que haya gente que no lo disfrute, que lo vea como una maniobra comercial (como San Valentín) y que se sienta obligada a según qué cosas. Supongo que esa gente se ve forzada a regalar cosas a gente a la que no aprecia de verdad, se ve forzada a sonreír simplemente porque es Navidad y a gastarse un dinero que preferiría gastarse en otras cosas. Así que es comprensible que esa gente odie la Navidad, porque la hipocresía es dura.
También hay quien dice (tuve una conversación con el portero al respecto el día 24) que si te falta un ser querido las Navidades se hacen insoportables. Es posible. Pero como dice mi madre al respecto, unos vienen y otros se van, y si bien la falta de un abuelo o padre se hace muy cuesta arriba, la presencia de un niño cura todos los males. Aunque es posible que si el que faltase fuese el niño, no se pudiera levantar cabeza. Llamadme cobarde, después de lo del año pasado, no quiero ni pensarlo.
Yo tengo suerte.
Quiero a mi familia, aunque tenga mis más y mis menos con ellos, y reunirnos la Nochebuena para compartir una cena que mi madre hace con todo su cariño, y esconderme luego para poner los regalos frente a la chimenea sin que mi hijo se entere, y ver que cuando mi padre abre su regalo se pega horas y horas mirándolo para ver como funciona porque realmente le ha gustado, es uno de los momentos más hermosos del año para mí.
Todos los años, o casi todos, los nervios previos al día D, incluso al momento M, amenazan con empañarlo. Recuerdo claramente (aunque por suerte a los pocos días se me olvida) que me digo a menudo, sobre todo cuando Josema empieza a gritar porque se pone nervioso, “No conseguirás joderme las Navidades”. Supongo que eso dice mucho. Cuando me echan en cara el retraso (hace 17 años que mi proverbial puntualidad se fue al garete*), también hay unos instantes en que me siento mal.
Pero se pasan.
Y no solo a mí. El pasado 24, tras llegar tarde y comerme bronca por no haber traído pan (juro solemnemente que mi madre no me dijo que lo trajera, aunque ella diga que sí), tras venir de morro porque Josema había salido nervioso y gritándonos tanto a Leo como a mí, el propio Josema me hizo acompañarle a comprar pan a una gasolinera, y por el camino me apoyó y me animó como si de pronto se hubiera convertido en otra persona.
Y vuelvo a creer y disfrutar en la Navidad. Cuando Leo reconoce que sabe, en cierto modo, que los regalos de Papá Noel los compramos y ponemos nosotros frente a la chimenea, pero no puede evitar estar pendiente de la ventana entre las 11,30 y las 12. Cuando se encienden las luces del pueblecito en miniatura que Josema me regaló el año pasado, y me levanto por la mañana y siguen ahí, atenuándome el madrugón. Cuando las calles oscuras no lo parecen tanto porque todos los árboles están llenos de bombillitas. Cuando en el buzón descubro una tarjeta de alguien a quien creía desaparecido (y, ¡oh Dios mío, justo la única persona a la que no escribí este año!), y veo que hay quien piensa en mí, aunque yo no me acuerde de él...
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