jueves, 28 de enero de 2010

FALSOS MITOS SOBRE FUNCIONARIOS


Hay un falso mito por ahí que dice que los funcionarios trabajan poco. Supongo que como todos los mitos tendrá su pequeña parte de verdad, al menos las personas que lo han difundido se habrán encontrado con funcionarios que, acomodados en su trabajo seguro y en su horario fijo, nunca están disponibles o no hacen todo lo que deberían o con la eficiencia que deberían. O no dan palo al agua, que gente así hay en todos los trabajos y no sólo los funcionarios.

Yo no soy exactamente funcionaria, sino estatutaria, que es como nos denominan a los trabajadores de lo que antes de las transferencias se llamaba INSALUD. Pero para el caso, es lo mismo. Las plazas de estatutario, como las de funcionario, se consiguen por oposición, para entrar como sustituto, con contadas excepciones (los médicos son una de ellas, pero los médicos son caso aparte para muchas cosas), tienes que estar en una bolsa de trabajo, y en general, son plazas codiciadas por la seguridad que ofrecen a pesar de la dificultad para acceder a ellas (y más aún en tu ciudad de residencia).

Así que creo que puedo hablar por lo que veo en mis compañeros de trabajo, y decir que el mito, al menos en mi experiencia, no solo es falso sino que también es insultante.

Ya cuando estaba en el hospital Royo Villanova veía a mis compañeros administrativos llegar antes que yo, marcharse (a menudo) más tarde que yo, y no parar de trabajar incluso cuando no daban abasto. Que a veces salías a poner un fax, y te distraías echándote unas risas con ellos, pues sí, oigan, son humanos y hay que desconectar de vez en cuando. Que la hora del almuerzo (para la que se turnaban, dejando siempre a alguien al cargo) era sagrada, pues también. Que uno de ellos está mas tiempo fuera fumando que en su despacho, pues sí, pero esa misma persona siempre se iba por las tardes más allá de las 4 o las 5, y siempre, siempre, dejaba el trabajo terminado. Así que, sí, de nuevo con contadas excepciones, daría un brazo por ellos.

Ahora me encuentro en un ambiente nuevo, otra vez rodeada de administrativos, y mi asombro ha ido en aumento. Mi trabajo en este momento es el mismo en un centro 6 veces más grande que el que estaba. El trabajo es 6 veces mayor en volumen, y probablemente 20 veces más complicado, porque en estos casos el aumento es exponencial. Y descubro que los compañeros hacen guardias, vienen los fines de semana, y, de nuevo, están aquí antes de la hora oficial de llegada y se van más tarde.

Y entonces alguien te cuenta un chiste sobre funcionarios y te paras a pensar… ¿qué funcionarios ha conocido? ¿Tendrá la suerte de un amigo nuestro que siempre se encuentra con el único funcionario borde? ¿Simplemente se deja llevar por los tópicos? ¿O quizás están confundidos los papeles, ya que aquí, en los hospitales, los únicos que vienen tarde y se marchan antes de hora son, a menudo, los laureados médicos (de nuevo no todos, que no hay que generalizar)?

miércoles, 27 de enero de 2010

AMULETOS, KARMA Y SUPERSTICIONES VARIAS

Hace la tira de años, allá por principios de los 90, y a raíz de nuestra primera escapada al Salón del Cómic de Barcelona, Josema y yo descubrimos que había un Salón del Cómic en Charleroi, ciudad de Bélgica poco conocida a nivel turístico que ahora se ha hecho famosa por ser donde te dejan los aviones de la Ryan Air, pero que por aquel entonces sólo conseguía rivalizar con sus hermosas hermanas por el Salón que intentaba promocionar (hoy en día aún se vende a sí misma como capital belga del cómic). Como yo entonces me apuntaba a un bombardeo, y con la excusa del concurso internacional de cómic que organizaban y en el que participé dos o tres veces con tristes resultados – para qué negarlo (al menos Josema llego a ganar como guionista con su talentoso amigo Oscar Royo, aunque lo único que consiguieran fuese la publicación de un álbum con el primer capítulo de un proyecto que no llegó a terminarse nunca), en dos de sus ediciones me lié la manta a la cabeza y me fui, petate en mano, 20 y pocos años y mucha libertad y ganas de ver mundo, yo solita en tren a pasar el fin de semana en Charleroi codeándome con grandes del cómic como De Groot, quien me “adoptó” en una de las ediciones intentando animarme a seguir adelante y a llegar a publicar mis tristes proyectos.

Ambos años, en la efervescencia del comienzo del noviazgo con Josema, lo que más me dolió fue el irme sin él (no tanto como el ir sola) y no tenerle a mi lado, cosa que él suplió con cartas para que las leyese por el camino y hasta cintas de cassete que me grababa para que las escuchase en el tren.

El primer año, además, me regaló un caballito de plástico negro, pequeñísimo, que no sé de dónde lo sacó, pero que me dijo con todo cariño: “Te traerá suerte”. Yo llevaba el caballito en el bolsillo como la casi niña que era, aferrada a él como si me hubiera dado un anillo de diamantes.

Ese primer año yo estaba obsesionada con conocer a mi dibujante favorito belga de todos los tiempos, Peyo, el creador de “Los Pitufos”. Irracionalmente pensaba que si él era belga, y el salón era en Bélgica, él tenía que estar allí por narices, aunque obviamente no tenía por que ser así. Pero yo, cabezota, no hacía más que preguntar en el stand de la semidesconocida editorial que ahora tenía la licencia para publicar los pitufos, y ellos me daban largas con un “no lo sabemos, pero igual viene mañana”…

Al final, quizás a uno de los chicos le di pena, o le caí bien, o simplemente estaba hasta los mismísimos de mi, porque me dijo confidencialmente que esa tarde Peyo iba a estar en la “mediatheque”, un local donde había una exposición de originales suyos. La verdad es que ahora lo pienso y tuve una suerte loca, porque ni siquiera sabía que existía esa exposición, y probablemente si no hubiera existido, Peyo ni se hubiera pasado por ahí. Pero una combinación de conjunciones astrales, mi buena estrella habitual, un extraño sexto sentido y mucha, mucha potra se aliaron a mi favor para que Peyo estuviera en el mismo Salón del Cómic que yo.

Lo demás fue pan comido. Me planté allí una hora antes, la única fan histérica, curiosamente, que estaba allí (quizás nadie más lo sabía, quizás a nadie más le importaba). Cuando vino Peyo, me mezclé entre los periodistas, me presenté, le dije que era fan de Johan y Pirluit (a lo que él me dijo que quizás debía hablar con su esposa, allí presente) y conseguí que me dibujase una cabecita de Pirluit que atesoro como oro en paño. PhotobucketMe dio la mano (sí, me la he vuelto a lavar desde entonces, que conste…) y se metió en la exposición. Ahora creo sinceramente que cuando me señaló a su mujer me estaba diciendo claramente que mientras a él le estaban distrayendo los periodistas, me acercase yo a hablar con ella, pero en ese momento solo pensé “¡Tengo un dibujo de Peyo!”, y ante las sonrisas de los empleados de la Mediateca que siguieron mi odisea, me fui flotando en mi nube. Siempre he sido muy estúpida para esas cosas, como cuando la esposa de Moebius se interesó por las BJDs y nos dio su tarjeta, o cuando Neil Gaiman contestó a mi primer correo electrónico y yo ya no supe que más preguntarle. Tampoco soy avariciosa. Tuve mi pequeño momento de gloria, ya no necesitaba más.

Cuando salí de la Mediateca me eché la mano al bolsillo y vi que el caballito de plástico se había perdido. Me puse muy triste, y cuando esa noche hablé por teléfono con Josema, entre todas las emociones del día se lo conté apesadumbrada. Él intentó animarme con un “no tiene importancia, no tenía valor”… pero luego añadió “Mira, era un caballo-demonio de la suerte cargado con una sola carga. Una vez la ha gastado, ha desaparecido. Es normal”.

Llamadme supersticiosa, pero me quedé con esa respuesta. De hecho, a veces, estoy convencida de que el destino, el karma, o como quiera que le llamen, va por ahí. Como comenté la otra vez, mi nuevo puesto de trabajo me ha costado varios amuletos… Me refiero con ello a que tengo comprobado que cuando pierdo algún pequeño objeto al que le tengo cariño (como los angelitos de cristal que se me rompieron para Navidad, o mi amuleto japonés que se me ha perdido ya tres veces, y que la tercera, esta semana, ha sido la definitiva – a cambio de conseguir un muñeco de colección que daba por imposible), o cuando tengo que pagar un dinero inesperado como una multa o un paquete de aduanas que me retienen y no hay forma de justificar por un valor inferior, o me roban la cartera como este verano pasado… Cuando me pasa una de esas cosas, es porque va a pasar algo bueno a cambio: se soluciona un problema del trabajo, consigo algo que hace tiempo que quería conseguir, o simplemente volvemos sanos y salvos de un viaje o, como cuando Josema aprobó su proyecto de Fin de Carrera (ese mismo día me clavaron una multa por ir a 70 por la recién inaugurada prolongación de la calle Gómez Laguna, diseñada para correr pero con limite de 50), salvamos un escollo que parecía imposible de salvar…

Hasta cuando Leo, hace unas semanas, dio por perdido su escarabajo de la suerte de la Expo, ese que le regalaron en el Pabellón de Egipto por reconocer a Anubis entre todas las figuritas que allí vendían, y que llevaba al cuello como un pequeño tesoro, utilicé ese argumento para animarle. Por supuesto, no le ayudó mucho. Para él ese escarabajo era especial y que su “carga” de suerte se hubiera gastado no le servía de mucho, y cuando al final lo encontró enredado en el pantalón, la verdad es que decidió dejar de llevarlo “por si acaso”.

Quizás sea una superstición, o un consuelo, o un simple “estaban verdes”, pero al menos me consuela pensar que todo lo malo, por poco malo que sea (aunque emocionalmente me ponga triste), va a conllevar algo infinitamente mejor a cambio. Lo mejor es que, normalmente, ocurre.

lunes, 25 de enero de 2010

AL SEÑOR ALEMÁN ME LO CARGO SÍ O SÍ


En algún momento del verano pasado, quizás durante el concierto que vimos en Viena, se nos ocurrió a mi marido y a mí (tanto monta, monta tanto) que, dado que la ilusión de la vida de mi madre era ver algún día en directo el concierto de Año Nuevo en Viena, podíamos regalarle las entradas y el viaje un año de estos por aquello de que hoy es hoy y de que a pesar de todas nuestras diferencias (sobre todo respecto a la limpieza y mantenimento de la casa), la queremos. Así que a la vuelta del viaje, todavía más animados cuando, al contarles el conciertEnlaceo que habíamos visto, mi padre comentó “¿Quizás tu madre se conformaría con esto?”, me dediqué a informarme sobre precios, horarios, y, sobre todo, como conseguir las entradas para dicho concierto.

Aparte de los precios, que me dejaron con la mandíbula desencajada (700 euros por butaca?????), la principal dificultad estaba en que, dada la gran demanda de (ricachones) que querían comprar entradas, estas se adjudicaban por riguroso sorteo. Esto es, tenías que apuntarte en una lista de espera para ver si tenías la oportunidad de gastarte una pasta en las entradas correspondientes. El plazo se abría unos días en enero, y en Marzo te contestaban diciendo si tenías derecho a pagar el pastón o no. Y encima agradecidos, oigan.

Bueno, un año es un año, y la ilusión de la vida de una madre vale la pena, así que decidimos que este año lo intentaríamos, a ver que pasaba. Y lo apunté en algún rincón de mi cerebro y me dije “En enero lo miraré”. Sin decirle nada a mi madre, por supuesto. Queríamos que fuese una sorpresa.

Y en enero, concretamente ayer día 24, domingo, mientras mi madre me enseñaba unas fotografías de Brujas que le habían mandado por email, me acordé. ¡Mierda! ¡El sorteo del Concierto de Año Nuevo!. Con todo el sarao del cambio de trabajo y esas cosas, no me había ni acordado de mirarlo en todo el mes. Así que me cambié el anillo de dedo para que lo primero que hiciese al poner el ordenador al llegar a casa fuese mirar la página de la Filarmónica de Viena y apuntar, rápidamente, todos los correos electrónicos que me permitiese el sistema y la dirección IP para tener el máximo de oportunidades posibles.

Así que dicho y hecho, llego a casa por la noche, abro la página y leo “El plazo es del 2 de enero al 23 de enero”. Por un momento, mirando un calendario equivocado, creo tener una mínima esperanza: “Hoy estamos a 23, ¿no?” “No”, me dice Josema. “23 fue el sábado. Hoy es 24”.

Desilusión, cabreo conmigo misma y desesperación. Por más que miro y remiro la página, los muy puñeteros lo tienen bien calculado: si había algún enlace para apuntarse, ya lo han borrado. Se me ha pasado… ¡por un puñetero día!

Y me siento estúpida, cabreada y con ganas de darme yo misma de collejas, porque ahora, hasta el año que viene, no tendremos otra oportunidad de intentarlo (ni siquiera de conseguirlo, solo de intentarlo) y todo por mi maldita cabeza despistada monotarea que sólo puede estar pendiente de una cosa a la vez: en este caso, el cambio de trabajo…

domingo, 3 de enero de 2010

FELIZ GUARRO VIEJO

Este fin de año nos hemos ido al Monasterio de Boltaña, por hacer algo diferente. Ha sido una pequeña escapada familiar, Josema, Leo y yo solicos. Cena (exquisita, y con una orquesta bastante buena) y baile (con una discomovil que nos aguó la noche porque sólo sabían poner pachanga y además de la cutre). Luego desayuno, visita al pueblo, hora en el spa (muuuuuuy pijo, los baños Japoneses y los de Budapest nos han acostumbrado a cosas más naturales) y visita nocturna al precioso pueblo de Ainsa, donde los efectos del agua a presión se hicieron notar en mis cervicales y casi se nos fastidia la fiesta.

A la vuelta, como Leo se había quedado chafado porque no nos nevó, dimos un rodeo y encontramos algo de nieve, y vimos algunas de las maravillas del Pirineo como el Collado de las Hadas o el precioso pueblo de Roda de Isábena. Pero la guinda del pastel la puso el retorno a casa: nuestros maravillosos vecinos habían celebrado su fiesta de Año Nuevo el día anterior (o quizás la de Nochevieja, a saber), habían sacado la bolsa de la basura al rellano con sus correspondientes restos de pescado y marisco que, dos días después, olían que apestaban, y por supuesto, pasaban olímpicamente del tema.

No era la primera vez que lo hacían: si algún día no había recogida de basuras por ser festivo (como este caso) y se les ocurría dejar la bolsa en la puerta, ahí se quedaba hasta que al día siguiente por la noche la recogía el portero. Unas navidades incluso dejaron TODOS los cartones de TODOS los regalos de los nietos, que no se podía ni pasar de la escalera a nuestra puerta, y pese a que les llamé la atención, ahí siguieron todo el puente. Pero al menos eran cartones: la impresión que daban (encima esa noche vinieron a cenar mis suegros y tuvieron que apartarlos todos para pasar) era pésima, pero no olían mal.

A pesar de que había luz en su casa, llamé a la puerta varias veces y nadie me respondió, así que al final les pasé una nota por debajo de la puerta. La nota decía que dejar la bolsa con pescado podrido durante tres días era antihigiénico y que por favor, la bajasen al contenedor o daría parte a Sanidad. No la firmé, es cierto. Pero al día siguiente cuando salimos de camino a casa de mis padres la bolsa seguía ahí (daba arcadas cada vez que abrías la puerta) y oí como cuchicheaban al otro lado, así que llamé al timbre. No les quedó más narices que abrirme. Cuando les comenté que si no iban a bajar la bolsa al contenedor se me pusieron como fieras diciendo que si les había mandado un anónimo, que si patatín que si patatán. Pero ¿qué tonterías dices de anónimo, si ahora estoy dando la cara, gilipollas? Y si ayer no te dio la gana abrir, no me vengas con historias. En fin, malas caras, malos modos, y por supuesto, y a pesar de que el hijo, que pudo poco, pudo mucho, me dio con la puerta en las narices, aseguró que sí, que sí, que luego la bajaba al contenedor, cuando volvimos por la tarde la bolsa seguía ahí, apestando todo el rellano. Solo desapareció cuando la recogió el portero (porque según ellos, es que ese es su trabajo y para eso le pagan, va a ser que tiene que venir el hombre después de las uvas por capricho de unos guarros que se las dan de señoritos), dentro de su horario habitual de trabajo, por supuesto. Sobre todo seriedad.

En fin, un comienzo de año de lo más prometedor. A pesar de que me quejé a la Comunidad de Vecinos, me dijeron que poco se podía hacer, excepto comunicarles la queja. Pues que se la comuniquen, porque a partir de ahora y vista su actitud, cada vez que vea una bolsa suya en el rellano lo voy a pregonar a todo el vecindario. Aunque imagino que de poco servirá – a mí se me caería la cara de vergüenza, de hecho, si algún día saco la basura un poco tarde y me la encuentro al día siguiente en la puerta cuando voy a trabajar, me pongo como un tomate y la bajo corriedno al contenedor. Pero claro, hay gente que no sabe lo que es eso de la vergüenza. Ni el respeto, ni la educación. Aunque claro, a lo mejor tampoco saben lo que es un esternocleidomastoideo o un ornitorrinco. Vamos, que su coeficiente intelectual llega a dos cifras de pura casualidad. Si no no se explica…

 
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