miércoles, 24 de febrero de 2010

PARADO POR REFORMAS

Habréis visto que este pobre blog se ha quedado en blanco durante bastante tiempo. Como comenté en la entrada del 23 de diciembre (recién posteada, por otro lado), el pasado 19 de enero cambié de hospital. Las semanas que han rodeado al cambio han sido moviditas, de trabajo y de despedidas, y ahora que estoy trabajando en el hospital más grande de Aragón, todavía me queda mucho que aprender y mucho en lo que asentarme.

Lo peor de todo es que, como creo haber dicho algún día, las entradas se me siguen ocurriendo, así que conforme tengo un rato las esbozo, con su fecha correspondiente, en un archivo de Word. Luego, cuando las termino, cuelgo 3 ó 4 de golpe, maquetadas, bonitas, con enlaces y alguna foto, así que las actualizaciones son, lo reconozco, bastante desconcertantes... no me lo tengáis en cuenta. Mi intención es buscar un ratito cada día e ir actualizando poco a poco, pero seguiré con mi ritmo anárquico... avisados quedáis: probablemente en estos días os encontréis un buen montón de entradas anteriores a ésta que no habréis leído aún. De todos modos, si seguís vigilando este blog es que o sois muy fieles, u os aburrís mucho, o... reconocedlo, tenéis un puntito masoquista...

lunes, 22 de febrero de 2010

OREGON YE NAZION

Hace algún tiempo me pasaron en uno de esos correos electrónicos en los que la gente comparte contigo cadenas en pps, chistes en formato word y enlaces de las más diversas índoles un enlace a un video sobre un grupo reivindicativo llamado “Comando Almogávar”. Pinché el enlace y de inmediato me aficioné a las andanzas de este grupo en Youtube, porque sabían reirse de los nacionalismos extremistas, daban un buen repaso a la historia de nuestra región y denunciaban situaciones de actualidad con un sentido del humor sano e imaginativo. Se trataba de escenas cortas de un programa de humor de Aragón TV, llamado “Oregón TV”, y ya entonces la cosa prometía ser interesante.

Así que cuando pocos meses después me llego otro email con una serie de enlaces para aprender “Oregonés en 14 lecciones” y vi que era de la misma gente, aparte de empaparme con dichas lecciones y de reirme como una descosida al verme identificada con ellas la mayoría de las veces, me apresuré a reenviar el mensaje y publicitarlo entre todos mis amigos de internet, para que nos conocieran un poco más a los Oregoneses/Aragoneses…

Ahora Oregón TV vuelve a saltar a la actualidad a raíz de un video musical. Y es que en otra de las secciones de su programa, que por cierto no suelo seguir en antena, sino a través de los videos que ellos mismos cuelgan en Youtube, hacen versiones de canciones de todos los tiempos con temas que nos tocan de cerca, desde los trajines inmobiliarios en la localidad de La Muela y su a pesar de todo popular alcaldesa (Hija de la Muela) hasta las obras del tranvía (la parodia del Smells like teen spirit de Nirvana).



Pero la que ha saltado a todos los medios, por las reacciones que ha ocasionado en la región vecina, ha sido la versión de la Ranchera de Rocío Durcal “Me gustas mucho”, en la que se mete sin tapujos con la manía de ciertos sectores catalanistas de pretender cambiar la historia, de negarnos a los aragoneses nuestra identidad histórica y de barrer para casa diciendo por un lado que la Corona de Aragón de toda la vida ahora resulta que era Catalanoaragonesa y por otro, traduciendo los nombres de nuestros Reyes e incluso cambiando su numeración. Y es que, como bien dice el estribillo de la canción y yo he dicho muchas veces, les jode mucho que los que tuvieramos el título de Reino, los que salimos en los libros de historia que todavía no han conseguido cambiar (entre ellos los Archivos de la Corona de Aragón que ellos conservan en Barcelona, o toda la bibliografía que se conserva sin ir más lejos en el Sur de Francia), seamos los aragoneses… porque Barcelona, por importante que fuera comercialmente, por mucho que le interesase a Ramiro I el monje aliarse con ellos y por mucho que fuese nuestra salida al mar, nunca dejó de ser un condado…

Que triste es el complejo de inferioridad…

lunes, 15 de febrero de 2010

JUZGAR UN LIBRO POR LA PORTADA

En diciembre vi un libro en la Fnac, y como dice con cierto humor un buen amigo, “se me quedó pegado a la mano”. Vamos, que tuve que comprarlo y llevármelo a casa porque algo en la portada me susurraba al oido y me seducía enormemente. El libro era “La mecánica del corazón”, y la portada mostraba un dibujo delicioso y ofrecía un argumento tierno, original y con cierto aire Tim Burton/Neil Gaimanesco que me hizo caer en la tentación.

Al final resulta que me equivoqué. O quizás no, con muy contadas excepciones (particularmente los libros que me parecen panfletos propagandísticos de ideas con las que no comulgo), nunca he considerado un error comprar un libro. Pero he de reconocer que este me decepcionó. La historia era tierna y no estaba mal contada, pero me quedé con la sensación de que podría haber sido algo más, podría haber estado mejor trabajada… podría haber sido un libro más maduro, y no el cuento infantil que al final resultó ser, a pesar de que, mira por donde, y contradiciendo lo que comentaba en esta entrada, lo vendían más para adultos que para adolescentes. Misterios de la publicidad, en cualquier caso.

En resumen, juzgué a un libro por su portada, a pesar de que el dicho recomienda con insistencia que no lo hagamos, y me llevé lo que me merecía, un libro con una portada preciosa, y poco más.

El caso es que hace unos días (somos reincidentes, sí), volvimos a pasar por la Fnac, y esta vez mis ojos se fueron de cabeza a un libro de ilustraciones, Genealogía de una bruja. Era una bonita oferta: cuento ilustrado, libro de ilustraciones y bolsa de regalo, todo en el mismo pack. Y de nuevo la portada me llamaba con canto de sirena. Aunque esta vez iba sobre seguro: la portada de un libro de ilustraciones es más fiel al interior del mismo que si solo vas a encontrar texto. Así que puse ojitos, y al final se vino con nosotros como futuro regalo de San Valentín.

Mi ajetreada vida estos días me permitió ser muy formal y no abrir el libro hasta la fecha señalada, ayer domingo… Y esta vez, no me defraudó. El cuentecito ilustrado no deja de ser un cuento sencillo, una simple excusa para engranar las deliciosas ilustraciones. El libro de ilustración es simplemente maravilloso. Y el estilo… ese estilo me recuerda algo… Miro el folleto de publicidad que venía con el libro… Quizás los otros libros que anuncian son del mismo autor? Benjamin Lacombe… pues no, no coincide con ninguno de los otros, que además no me han flechado como este… Entonces, ¿dónde he visto ese estilo, esos ojos enormes, ese colorido con riqueza de rojos y negros que me recuerda en algunas cosas al también francés Yslaire?...

Y se me hace la luz, y corro a coger mi ya aparcado ejemplar de “La mecánica de corazón”, y miro la hermosa, delicada portada, que parece sacada de una caja de música, y paso a los créditos y leo el nombre del autor. Benjamin Lacombe. Eso explica muchas cosas.

Este hombre va a ser un peligro. Por que no hay que juzgar un libro por su portada. Pero las portadas de este hombre son taaaan hermosas….

viernes, 5 de febrero de 2010

LIBROS DE NIÑOS NO TAN PARA NIÑOS


Hace poco he leído algo sobre el fenómeno de los libros para jóvenes que están siendo un éxito de ventas entre los adultos. Sagas como Harry Potter (y que conste que no soy una gran fan de esta saga, pero al menos ha conseguido que mucha gente joven lea) o Crepúsculo (a pesar de muchas cosas, sí) enganchan a padres e hijos por igual, y cuando ves la calidad de algunos libros “para adultos”, tampoco te sorprendes tanto. Aunque a mi lo que me sorprende es, como tantas veces, que descubran eso ahora como si no hubiera pasado nunca (y mira que conozco gente que se ha leído “El principito” de adultos).

Porque sinceramente, dada la calidad (y la amenidad) de algunos libros “para adultos”, desde que tengo uso de razón me he ido de cabeza, en la revista de Círculo de Lectores, a la sección de literatura juvenil. Y es que cuando te gusta la fantasía, muchas veces tienes que ceñirte a esa triste etiqueta (porque en el fondo, todas las eytiquetas son tristes, ya que conllevan un prejuicio), ya que en cuanto en un libro salen hadas, elfos o dragones, o es Tolkien, o es subrealista, o ya te lo engloban sin leerlo en literatura juvenil (y porque a menudo tienen demasiadas páginas para poder etiquetarlo como literatura infantil directamente) – las contadísimas excepciones lo son o bien porque las editan editoriales que saben lo que tienen entre manos (como la experimentada Gigamesh, que se hizo muy a tiempo con el filón de “Canción de Hielo y Fuego”) o porque los contenidos de violencia o sexo son tan evidentes que salta a la vista la imposibilidad de encasillarlos en el género juvenil (eh, esto también se puede aplicar a “Canción de Hielo y Fuego”).

Así que yo estos días me he leído el maravilloso “El libro del cementerio”, de mi siempre admirado Neil Gaiman, y como cuando leí Stardust, lo he cerrado con un suspiro y he sentido que se acabase, y aunque desde luego tengo la sensación de que está escrito pensando en que lo lea un niño, no he podido evitar encontrar muchos niveles en su lectura, muchos detalles que un niño no entendería, y un poco de pena porque creo que Gaiman, si no se hubiera constreñido a la idea de hacer un libro infantil, todavía podría haber sacado más partido a una gran historia, no tanto por su argumento (quizás la premisa quede un tanto coja), sino sobre todo por la pequeñas historias menores que encierra (la de la bruja es desde lejos mi favorita) y como siempre, por la forma maravillosa que tiene este hombre de contarlas. Es un libro que en cuanto lo he terminado se lo he pasado a Leo, y la pena es que con los libros de lectura del colegio, no le está dando tiempo a leerselo al ritmo que debería, pero me enorgullece ver que, por fin, un libro como Dios manda, que no sea uno de esos refritos de “El barco de Vapor” (colección que encierra perlas, no lo niego, pero también muchos despropósitos de esos que confunden la literatura para niños con literatura para tontos), y que le haga querer leer más cosas del mismo autor.

En verano también cayó en mis manos “Tamsin”. Este libro venía avalado por ser obra de un poco prolífico autor al que adoro, Peter S. Beagle, que me enamoró con “El último Unicornio”. Y de nuevo venía con la etiqueta de “juvenil”, agravada por el hecho de que según el propio libro, la historia había empezado siendo un proyecto para la compañía Disney. Pero Beagle, como siempre, va más allá. Tras un comienzo un poco flojo, efectivamente, “infantil” (adolescente con problemas de adaptación, la constante en todos los libros juveniles, aunque da igual porque para hacer el libro “adulto” solo teneis que cambiar el personaje por “escritor sin inspiración”, “periodista fracasado que intenta solucionar un enigma” o “exmarine borracho que intenta rehacer su vida”), la trama se enreda con una historia de fantasmas que te atrapa para conducirte a un final colosal, aprendiendo de paso muchos detalles sobre la mitología anglosajona. Y a pesar de tener muchos elementos en común con el Libro del Cementerio (dos libros en los que los fantasmas no te dan miedo, sino que acabas encariñándote con ellos), son completamente diferentes. Y que no me pongan en duda su calidad literaria, por favor.

El otro libro “juvenil” que leí, justo a continuación de éste, ha sido “Graceling”, y aunque no lo pondría en mi lista de los 10 mejores libros de la historia, de nuevo me ha sorprendido verme atrapada en una historia ágil, bien escrita, atractiva y con tintes inesperados. No me atrevo a ponderar su originalidad, pero desde luego, el argumento al final ha tenido poco que ver con la idea preconcebida que me había forjado al leer la contraportada y eso me ha sorprendido varias veces, lo cual siempre es de agradecer, porque con eso ves que no te están contando la historia de siempre (o al menos, la han disfrazado mucho mejor que en otros casos). Aún no sé exactamente por qué ese libro venía como literatura juvenil, a menos que sea porque los protagonistas son jóvenes (pero no adolescentes), y no aparece sexo ni violencia explícitos… ah, claro. Será por eso. (Porque violencia sí que hay - y sexo, pues también se sugiere, oigan)

En resumen, lo llamen como lo llamen, nos digan lo que nos digan, yo no tengo reparos en buscar en las estanterías de literatura juvenil mi próximo libro de fantasía, porque sé que muchos pequeños grandes momentos se esconden entre esas hojas. Aunque no descarte otros géneros, otras edades, otros autores. Hay muchos mundos que visitar. Y los libros, todos, son una puerta maravillosa para acceder a ellos.

SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA...

Hace algún tiempo comenté la frase del genial Doctor Beik “Prefiero que mis amigos me den envidia a que me den pena”… y estos días ha habido un par de ocasiones que me han hecho volver a reflexionar sobre la envidia.

Yo soy muy envidiosa, no lo voy a negar. Pero quiero creer que mi forma de envidiar es lo que comunmente se llama “envidia sana”. Esto es, cuando alguien tiene algo que a mí me gustaría tener, no le deseo ningún mal a esa persona, sino que me busco la vida para conseguir yo lo mismo o algo parecido. Y si no puedo, pues mira, ajo y agua. Demasiadas preocupaciones hay en la vida para encima darse mal por algo que tiene otra persona.

El caso es que hace un par de días me encontré de refilón, en mi nuevo trabajo, con una compañera del colegio, de cuando yo tenía la edad que ahora tiene Leo. Ella venía acompañar a su madre a una prueba diagnóstica, y yo iba volada porque llegaba tarde a una de mis numerosas reuniones, así que apenas pude cruzar con ella un “¡Hola, ¿qué tal va todo?!” cuando me reconoció. Curiosamente, la reconocí a la primera, apenas había cambiado a pesar de tener 30 años más que entonces, y supongo que si ella también me reconoció, yo también habré cambiado poco. Y la verdad, aunque no era la mejor amiga que he tenido, estuvimos muchos años juntas (desde parvulario hasta los 13 años, en que ella se fue a un instituto público, y yo me quedé en el colegio privado al que íbamos), y eso no se olvida.

A pesar de lo poco que hablamos, luego me sorprendí dándole vueltas a muchos recuerdos comunes. Como vivíamos muy cerca la una de la otra, muchas veces iba a su casa a hacer trabajos del colegio, o incluso a jugar. Y recuerdo que, a pesar de que mi abuela solía decir que ella me tenía envidia a mí y que no era realmente mi amiga, yo le envidiaba tres cosas. Sólo tres cosas, pero que fueron mi espinita hasta que las conseguí: una, el comic de “Invasores del Cuerpo Humano” del que no sé si hablé hace unas entradas. Otra, una casita de muñecas que ella tenía, que a mi me parecía enorme, con la que pasábamos las horas jugando, y que creo que fue, también, la culpable de que no haya parado hasta tener una. Y la tercera, la Enciclopedia de El Mundo de los Niños, que nos ayudó en muchos trabajos escolares, que me fascinaba por sus portadas que, juntas, formaban un arco iris, y que al final, también conseguí en un rastrillo benéfico.

Nunca le guardé rencor por haber tenido esas cosas antes que yo, es más, siempre agradecí haber aprendido que existían gracias a ella. Eso sí, la envidiaba, claro que sí. Yo también las quería. No tengo muy claro si eso es realmente malo.

Curiosamente esa tarde, cuando fui a buscar a Leo por la tarde, nos embarcamos en un tema similar. El pobre Leo anda teniendo problemas en clase. Sus compañeros se meten con él y creo que, como me pasaba a mí a su edad, no tiene amigos de verdad. Me sorprendí a mi misma diciéndole lo que mis padres me decían a mí y yo nunca me creía: eso es que te tienen envidia. Y lo gracioso es que ahora sí que me lo creo. Porque lo he visto. Y porque me consta que muchas cosas de la vida de Leo son envidiables… sus viajes, las cosas que comparte con nosotros, la información que recibe de la tele (debe ser el único niño que cuando se aburre de los dibujos animados solicita que le pongan Discovery Channel o el Canal Historia), su relación con algunos profesores… incluso el hecho, cada vez más raro en nuestros días, de que sus padres no nos hayamos separado…

Y él, en su inocencia, como me pasaba a mí con mi amiga de la infancia, va y me confiesa que él envidia a su amigo Pedro, porque tiene algunos de los juguetes de Lego que él no tiene… y yo me sonrío, porque sé que su envidia, como la mía, no es de la mala, sino que conlleva un mensaje subliminal: “Jo, mamá, comprámelos a mí también”

lunes, 1 de febrero de 2010

QUIEN TUVO, RETUVO

La verdad es que ya me vale. Las pasadas navidades pedí expresamente como uno de mis regalos el nuevo disco de Spandau Ballet, Once More. Y conforme lo recibí, me lo eché al bolso con la intención de ponerlo algún día en el coche, pero lo fui dejando, lo fui dejando, básicamente porque, como todos los temas excepto dos eran los clásicos de siempre, no tenía ninguna prisa en oirlo.

Pero en el camino de vuelta desde Angouleme, 6 horas de coche, daba tiempo a escuchar mucha música, así que al final me decidí y los pusimos. Y me quedé muda de la sorpresa.
El caso es que en el disco ya ponía que eran “nuevas versiones”, pero yo ni lo había leído (hay que leer más!)… Y sí, eran nuevas versiones, más suaves, más intimistas. Temas como With The Pride acompañado solamente con una guitarra española ponían los pelos de punta, y los temas antiguos como To Cut A Long Story Short y Chant Nº 1 tomaban una nueva dimensión y ganaban, al menos para mi gusto, calidad y belleza a raudales.



La verdad es que me sentí tonta por no haberlo escuchado antes, pero lo disfruté como pocas cosas. Volví a recordar porqué habían sido mi grupo favorito durante tanto tiempo, y recuperé la ilusión por el concierto del próximo 12 de Marzo. Como bien dicen, quien tuvo, retuvo.

CAZADORES DE MITOS

El pasado salón del Cómic de Zaragoza, mientras esperábamos a que el también Zaragozano Álvaro Ortiz nos hiciese un dibujo en nuestro Hall of Fame particular (y de paso, abrumado por la petición y encantador como tantos dibujantes a los que aún no ha pervertido el precio de la fama, nos hacia complejos dibujos también en los dos álbumes de su obra que compramos), se le acercó otro chico de rasgos asiáticos que también parecía ser artista de cómic (resultó ser Ken Niimura), y entabló conversación con él. Entre los dos nos informaron de las fechas del Salón del Comic de Angouleme, y nos cantaron maravillas del mismo. Como las fechas coincidían con el 29 de enero, festivo en Zaragoza capital (San Valero, patrón de la ciudad), decidimos un poco a última hora hacer una escapada y ver si era tan maravilloso como lo pintaban.

Para empezar, lo organizamos tarde, así que no hubo forma de encontrar un hotel decente más que a 25 kms. de distancia, en la ciudad de Mansle. No nos ocasionaba demasiado problema porque íbamos a ir con nuestro propio coche, pero no dejaba de ser una pequeña faena. Para colmo, Angouleme no está precisamente al lado de casa, así que tras darle un par de vueltas (una pequeña vocecilla en mi interior no tenía la menor gana de ir), le comenté a Josema que si queríamos que nos cundiese un poco el tiempo, teníamos que salir el jueves por la tarde y hacer noche de camino, porque si no el primer día llegaríamos a la hora de cierre del salón y encima ya de noche, así que no podríamos ver ni salón ni ciudad. Fue una buena decisión, aunque como siempre, trajo consigo nervios y discusiones porque hubo que preparar las maletas el jueves por la tarde, dejar al gato en casa de mis padres, recoger a Leo del cole y salir directamente desde allí rumbo a Bayona, donde hicimos la primera escala. Si además le sumamos que el GPS (al que hemos acabado bautizando “El Tontorron”, muy a pesar de mi padre, su legítimo propietario) decidió no funcionar en todo el camino y que en Bayona debía haber habido fútbol o algún otro acontecimiento mediático agilipollador de multitudes y no se podía ni circular, al final encontramos el hotel tras muchas vueltas casi a las 12 de la noche, y los nervios que hicimos no se los deseo a nadie.

Aún así, entre que llegamos a Angouleme y encontramos un parking con plazas libres, se nos hicieron casi las 3 de la tarde, así que había pocas opciones para comer. Vimos una hamburguesería Quick en la plaza del ayuntamiento y no nos lo pensamos dos veces (aunque nuestra idea inicial era pasarnos por la Oficina de Información y Turismo, para que nos dieran un plano de la ciudad. Oficina que, por cierto, en dos días fuimos completamente incapaces de encontrar)… Y allí fue donde empezamos a encontrarnos españoles: comiendo en las mesas (al pasar solté un “Buenos días” y no me hicieron ni caso, pero bueno…), al ir a pagar… pero la rematadera fue cuando fuimos a coger mesa.

El burguer estaba petado, pero al fondo se veía una mesa libre. Sin embargo, para cuando llegamos ahí sorteando gente, yo ya ví que dos chicas, abrigadas hasta las orejas, con gafas de sol, y con una bolsa porta-bjds (que por cierto, hablaban español entre ellas) estaban a punto de cogerla, así que me di media vuelta, pero entonces ellas al vernos empezaron a hacernos gestos de que nos sentaramos con ellas, que la mesa era grande, y a chapurrear en inglés. Me hizo gracia y les contesté en español que muchas gracias y que ya veía que ellas también eran españolas, y entre risas y tal nos fuimos acomodando. De pronto una de ellas se me queda mirando fijamente y dice: “¿Luna?”. Desconcierto total. En el mundillo de las BJDs hace años que dejé de ser “Luna” para volver a ser simplemente “Sonia”. Y desde luego, las chicas que yo tenía delante, con gorro de lana hasta las orejas y gafas de sol, me resultaban irreconocibles… así que asentí y les pedí que se quitasen las gafas porque si no no tenía ni idea. Resultaron ser Chyna y Thalassa, dos chicas de la época en la que aun compartíamos el difunto foro Soul of Doll y con las que ahora apenas teníamos contacto por estar en distintos foros (y por otros temas que no vienen al caso). La cosa es que alguien nos había dicho que iban a estar por ahí pero… ¡ya es casualidad, que sean las primeras personas con las que nos encontramos!

La verdad es que aparte de la sorpresa y el embarazo inicial, la comida fue agradable, casi no paramos de hablar y las diferencias que pudimos tener en su momento quedaron olvidadas (o al menos aparcadas). Y es que encontrarte con gente conocida en tierra extraña siempre une.

Tras varios intentos de cortar la conversación, al final terminamos de comer y nos fuimos a ver el Salón, que es a lo que habíamos venido, aunque he de decir que su experiencia previa (ellas ya llevaban un día allí) nos fue muy útil. Y es que Angouleme es una ciudad rarísima. Viven del cómic, está llena de referencias al comic, tienen murales pintados en las paredes dedicados al cómic (copiados de viñetas que van desde Little Nemo a Yslaire, pasando por Lucky Luke), una calle dedicada a Hergé y una a Goscinny... y no tienen una miserable FNAC y apenas un par de tiendas de comic (estan locos, estos angoulemenses...)

En cuando al Salón del Cómic es otro mundo. En cierto modo, toda la ciudad ES el salón. Cada plaza tiene una nave montada sobre un tema, para una exposición, para la prensa…. Hay megafonía por toda la calle y cuando llegamos estaba sonando Gorillaz. Hasta en los escaparates de las tiendas ponen cosas referentes al comic. En los bares y los restaurantes hay pequeñas exposiciones de autores noveles, y de hecho en la pizzería dónde comimos el segundo día, justo cuando nos íbamos, nos cruzamos con el autor que exponía allí, alias Monsieur Puzzle. Como a Leo le gustaron sus dibujos (sobre un gatito), le pedimos un autógrafo, y como pasa siempre con los autores noveles, el chico se emocionó y se esmeró como no se esmeran algunos de esos profesionales que se suben a la parra del “Yo soy Dios y todos me adoran”. En las iglesias y hasta en la Catedral hay exposiciones, no necesariamente de comic religioso (la de la Catedral era “Japón y Europa en el comic”), aunque luego sí que tienen una selección a la venta de comic religioso y cultural (me sorprendió descubrir que el irreverente Robert Crumb ha hecho una versión del Genesis, casi más que saber que existe un Manga sobre la vida de Jesucristo), e incluso sesiones de firmas propias.

Y ya que hablamos de las firmas, quizás ese fue el sector que más me decepcionó del Salón. Porque reconozco que, de un tiempo a esta parte, con la facilidad que hay para encontrar cualquier cosa por internet, mi interés por los Salones y otros eventos no es tanto el conseguir cómics o enterarme de las últimas novedades, sino (aparte de reencontrar a amigos comunes que puedan ir por ahí, como en el Salón de Barcelona) el ver en persona a los creadores y conseguir que me hagan un dibujo o una pequeña firma. La prueba, en cualquier caso, de que ellos existen y de que yo les he visto en persona. Compartir por unos instantes el mismo tiempo y lugar, para reafirmar mi pequeña existencia anónima. Así que sólo por eso soy capaz de tragarme filas eternas, de saltarme la comida como hice con Mignola, madrugar para ponerme la primera en la fila… en fin, todas esas cosas que no puedes hacer cuando vas acompañada, porque cuesta arrastrar a otra gente, porque te sientes culpable por hacerles perder la tarde en una fila, porque sabes que acabarán hechos polvo porque simplemente, no les hace tanta ilusión como a ti. Sólo por eso a veces me planteo el ir sola a estos eventos, para ir a mi ritmo, no imponérselo a los demás, y por un lado no sentirme mal por haber perdido una oportunidad y por otro no sentirme culpable por hacer pasar mala tarde a mis seres queridos. Huelga decir, por supuesto, que en este viaje no lo conseguí.

La organización del sistema de firmas en el Salón del Cómic de Angouleme es un auténtico caos. Supongo que la gente que lleva varios años yendo ya se lo conocerá y sabrá organizarse, pero para alguien que llega por primera vez, es una pesadilla. El listado de autores y horario de firmas lo pone en cada stand, hasta ahí bien. Pero es que en algunos, la firma va por sorteo (esto es, compras el álbum, avisas de que quieres que te firmen, y te apuntan a un sorteo, y si sales puedes ponerte en la fila). Vamos, que si no te lo dicen al comprar el álbum, luego quedas como un gilipollas en la firma, porque además, ni es en todos los stands, ni son todos los autores del mismo stand. Así se quedó Josema sin la firma del dibujante de Okko. En otros, cogen los cómics y ya pasarás a recogerlos, o te dan día y hora (¿qué pasa si ese día no estás?), a pesar de que el autor esté ahí de brazos cruzados mirándote con cara de gilipollas. En otros utilizan el sistema tradicional: haces fila, y mira, como dicen los angloparlantes, first come, first serve, aunque en algunos casos sólo les hacen dibujo a los X primeros (igual que en Barcelona), y, si la fila se alarga y no va a dar tiempo a llegar al final antes de la hora en que se supone que termina el periodo de firmas, te dan un número y al que no le toca, ya se puede ir yendo. Mira, ese sistema me parece el más justo, y así funcionaban en el stand de Soleil, dónde había overbooking de grandes artistas… El problema es cuando dicho gran artista es un gilipollas subnormal redomado e integral y decide no respetar el horario y largarse antes de hora dejando a todo el mundo con un palmo de narices y en algún caso sin avisar: por ejemplo, Olivier Vatine (no compréis su obra, bajárosla gratis de internet. Que no vea un duro por cabrón), que nos lo hizo no una, sino dos veces, y la segunda tuvo delito porque estábamos en la fila (Leo guardaba el sitio como un campeón) desde antes incluso de la hora a la que él tenía que venir. Y vino tarde y se fue pronto, las dos veces. Joder, yo hago eso en mi trabajo y me despiden!

Otro colmo de la desorganización, descubrir de pronto que el autor tiene hora de firma en otro stand a pesar de que se supone que debería estar firmando en el que has hecho la fila. Y entonces coge el autor (en este caso era Dany, veterano y encantador) y da número a todos los que están esperando, sale a la calle y como un guía turístico, nos hace seguirle al otro stand (que además estaba en otra nave) y nos pasa por delante de todos los que estaban esperando allí. Que dada la hora que era, me pregunto si realmente les dio tiempo a recibir algún dibujo, lo cual maldita la gracia que les haría. ¿Quién ha confeccionado semejante agenda?

Gracias a Dios algunas cosas compensaban. Por ejemplo, el también veterano y más que clásico Loisel, a quien pillamos cuando ya “no podía hacer dibujos”, pero sí firmas, se portó de forma encantadora, hizo un enorme recuadro en mi album detallando que “no podía hacer un dibujo” (lo cual era un dibujo en sí mismo XD), y al pedirle la dedicatoria me contó que su hijo también se llama Leo. Estuvimos de acuerdo en que es un gran nombre para un hijo. Me hizo también una pequeña firma para mi amiga Concha, y le hizo mucha gracia que yo tuviera una amiga en Sevilla con ese nombre.

Otro grandísimo fue Arleston (el guionista de Lanfeust de Troy, serie que os teneis que leer YA si no la conocéis). A diferencia de su compañero de mesa, el ya nombrado Vatine, estuvo firmando durante más tiempo del que tenía asignado, y a pesar de ser sólo guionista, se entretuvo haciéndole a Josema un dibujo con un pequeño chiste que decía “No hay que abusar de las historietas, o acabareis convirtiéndoos en guionistas, como yo”. Que más quisiéramos. Sentí no haber estado presente, pero nos habíamos dividido en tres filas, porque aquello si no era imposible e improductivo…

Me quedé con las ganas de una Skydoll, con purpurina y todo, de Barbucci, y de una Rubia de Dzack, y seguro que me dejé algún otro famoso en el tintero. Sé que estuvo De Groot, y me hubiera gustado verle, y preguntarle si se acordaba de aquella novata de 20 y pocos años a la que invitó a una cerveza en Charleroi. Uno de mis grandes favoritos, Luguy (Perceván), tenía previsto venir, pero no vino. Sin embargo, habían publicado un libro de dibujos suyos y el chico del stand cuando me lo vendió me regaló láminas y todo... debí ser la única que lo había comprado. Al lado estaba firmando Nacho Fernández (Dragonfall), que tiene más éxito allí que en España, ya que la fila que tenía era impresionante... En cuanto nos oyó hablar español nos dió palique, tan encantador como siempre. Y descubrí de refilón, porque también vendían revistas especializadas en cómic, que acaba de fallecer Tibet, otro de mis favoritos de siempre. Que pena me dio pensar, como cuando falleció Isaac Asimov, que ya nunca podré conseguir un autógrafo suyo, o un dibujito de Chick Bill o de Ric Hochet, que fueron dos de mis amores comiqueriles de la infancia... Ah, y que si gritas "Es un grandísimo hijo de la gran puta" (sí, hablaba de Vatine) en español, los franceses lo entienden. Al menos, los que conocí, y con los que casi hice amistad (las filas siempre hermanan) en la fila de autógrafos de Dany.

En fin, una de esas experiencias para recordar, no sé si para repetir, pero que produjo
una pequeña nueva montaña de cómic que recoger, que me hizo saltarme la dieta una vez más, y que disfrutamos como enanos.

Por cierto, me di cuenta que tras un fin de semana llevando la misma ropa, embutidos en jerseys (porque hacía un frío que pelaba) y acumulando humores, pese a ducharnos todos los días, volvimos oliendo igual que la tienda friki por excelencia de Zaragoza, Freakland. Acabo de darme cuenta de que puede que ese sea, por desgracia, el más puro olor a friki. Y que quizás por eso esa tienda se llama como se llama (ejem)…

 
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