miércoles, 26 de marzo de 2014

TODO SOBRE MI MADRE

Hace años una tía mía soltó, sin ambages y delante de sus dos hijas mayores, que "Todos los hijos son unos ingratos". Para mi completa estupefacción, sus dos hijas (a las que claramente acababa de insultar) asintieron dándole la razón sin titubear. Incluso yo me sentí insultada, pero ellas no. Nunca entendí por qué.

Supongo que el pensamiento de esta señora, como es de otros muchos padres es "Yo te he dado la vida, y te he críado, así que tú me lo debes todo, y por tanto debes mostrar eterna gratitud". Pero, como bien me dijo también hace años mi marido, y yo comparto esa opinión, cuando tienes un hijo es tu responsabilidad. Tu has decidido (o no, pero ahí está) tenerlo y tu tienes el deber de criarlo y hacer que salga adelante. Él no te debe nada, porque no te lo ha pedido. Viene de serie con el carnet de madre (o de padre).

Eso no quita, por supuesto, que los hijos tengamos que responder a esto con puñaladas traperas. Por supuesto que a nuestros padres (en la mayoría de los casos, siempre hay excepciones, pero hablo de lo que considero una relación familiar "normal") les debemos respeto, cariño y gratitud por habernos traido al mundo y habernos ayudado a salir adelante.

Pero ¿hasta dónde llega dicha gratitud? ¿Porque una señora con tres hijas que siempre han estado ahí volcándose en ella tiene la desfachatez de decir que sus hijas... no, que TODOS los hijos son unos ingratos?

Yo en su momento lo achaqué a la peculiar forma de ser de esta señora, pero a mis 46 años y después de muchos encontronazos con mi propia madre (quien, a pesar de tener una mentalidad completamente diferente, al fin y al cabo es prima hermana de mi tía y comparte con ella sangre y educación) me estoy dando cuenta de por dónde van los tiros.

Somos unos ingratos porque en fondo NUNCA seremos lo que ellos esperan de nosotros.

Si es que a eso se le puede llamar ingratitud, claro. Que para mis estándares no lo es, pero ese es otro tema.

Mi madre jamás ha dicho eso de que TODOS los hijos sean ingratos. Pero ha soltado otras perlas que duelen lo mismo o más. Como ese "Ah, que XX cerdos podría haber críado!!" (sustituir XX por la edad actual del hijo, dando a entender que si en vez de un hijo hubiera críado un cerdo por cada año de su vida le habría resultado más rentable). A lo mejor a ella le parece gracioso, o inofensivo. Pero cuando te lo dice simplemente por que te ve jugando a la Gameboy con tu sobrino (¿no estamos de visita? ¿No se supone que estamos socializando con la familia?), y deja claro que le avergüenza tu comportamiento, algo huele a podrido en Dinamarca.

Vamos por partes.

A mi madre, obviamente, la quiero mucho. Es una persona fuerte, admirable, que ha sabido salir adelante en una época en que no era fácil para las mujeres trabajar y tener una familia al mismo tiempo, y que ha conseguido escalar en su trabajo probablemente a los puntos más altos. Si hubiera sido hombre, probablemente sería presidente del Gobierno. Por supuesto tener a mi padre (una persona excepcional la mires por donde la mires) apoyándola a su lado le ha ayudado mucho, pero no hay duda de que ha sido su propio carácter luchador la que le ha llevado a dónde ha estado.

El problema de base está, y ha estado siempre, en que lleva MUY mal que los demás no hagan lo que ella espera de nosotros. Y cuando digo los demás, por supuesto, hablo sobre todo de mí.

No es tonta. De hecho es muy inteligente, y tiene la cabeza muy bien amueblada, así que obviamente ha sabido dirigirme muy bien durante toda mi infancia. Ahora, a mi edad, me doy perfecta cuenta de la maniobra, pero cuando era pequeña, cuando alguien decía "Esta chica dibuja muy bien, será pintora, ¿verdad?", siempre se adelantaba a contestar "No, porque los pintores se mueren de hambre". Semejante cantinela, repetida una y otra vez con argumentos convincentes durante TODA mi infancia, como es lógico me lavó el cerebro, y yo misma acabé contestando lo mismo cuando me preguntaban. Resultado, muerta mi única vocación, cuando me preguntaban lo que quería ser de mayor, sólo tenía claro lo que NO quería ser: Médico o profesora. Primero, porque me parecían dos topicazos impresionantes. Segundo, porque veía lo hijos de puta que eran mis compañeros de clase y lo que tenían que sufrir los profesores y no quería pasar por lo mismo, y porque la responsabilidad de tener vidas humanas en mis manos me aterrorizaba.

Los que me conoceis ya sabeis lo que acabé estudiando, ¿no?

Medicina.

Siguió siendo parte de la elaborada cadena de preparación, lavado de cerebro y perfectos razonamientos: "La medicina tiene otras salidas, mujer. Siempre puedes trabajar en un laboratorio". "En otra profesión no, pero en medicina sí que podemos ayudarte". "Es que si quieres estudiar biología tienes que salir fuera de Zaragoza... lo más parecido es Medicina..."

Por supuesto la culpa no es suya. Yo soy débil, y perezosa. La idea de estudiar fuera de mi ciudad no me hacía ninguna gracia, y la oferta en Zaragoza no era buena. Además, para salir fuera, eso si lo tenía claro, haría Bellas Artes, y para eso estaba claro que no tendría su apoyo.

Oh, ella dirá "¡Pero te metí en una academia de dibujo!". Sí, en una dónde el profesor nos hacía dibujar cabezas y pies de yeso y luego pasaba olímpicamente de nosotros. Aguanté tres días. "Pero fuimos a la escuela de Artes y Oficios a ver si podías matricularte por libre, y no se podía". Exáctamente. No se podía, y como es una formación de menor nivel, jamás me habríais permitido hacer eso EN LUGAR de medicina.

Así que me enseñaron a considerar mi vocación sólo como un hobby. Algo secundario a lo que merecía mi principal atención, la carrera de medicina. Y claro, aunque no paraba, estaba en fanzines, dibujaba constantemente y hasta me hice cierto nombre en el fandom incluso nacional (alguien llegó a decir una vez en una conferencia que le honraba estar en la misma sala que yo... casi me caigo al suelo de la emoción), me faltaban dos cosas muy importantes que sólo habría podido conseguir con unos buenos estudios de Bellas Artes: formación y contactos.

No es que eso me amargue la vida. En realidad, como soy conformada, débil y comodona, me fui haciendo un hueco en mi profesión, di varios tumbos y conseguí el puesto fijo que tengo ahora en el que por poco esfuerzo tengo un MUY BUEN sueldo y una seguridad económica. Soy feliz con mi trabajo, y no necesito romperme la cabeza. Por supuesto, soy muy consciente de que he acabado haciendo lo que me dijo un profesor, hace años, cuando le pregunté si a él realmente trabajaba en lo que le gustaba. "Al final, no es que trabajes en lo que te gusta, es que te acaba gustando tu trabajo". En ese momento me sonó triste y derrotista... Bueno. Quizás lo es. Pero así es la vida. No todos podemos conseguir nuestros sueños más locos, y hay que conformarse con los más asequibles. Hay otras formas de llenar la vida, afortunadamente, y yo sigo en ellas. Aunque hagan que mi madre se arrepienta de todos los cerdos que podría haber críado.

A lo que iba, y volviendo al tema principal. Madres e ingratitud filial.

Con los años le fui viendo el plumero a mi madre. Aunque siempre me apoyó en todas mis decisiones laborales relacionadas con la medicina, y toleró que no me presentase al MIR a pesar de las muchas puertas que me cerraba, le faltaba tiempo para intentar redirigirme a la práctica médica (sustituciones de Atención Primaria, la época en que no podía dormir preguntándome si mis decisiones estaban siendo correctas) o para buscarme enchufes en los hospitales. No me vino mal cuando al fin encontré la forma de trabajar como médico sin ver pacientes: presentarme a las oposiciones de Médico de Admisión y Documentación, para las que no hacía falta preparación MIR. Hasta me consiguió una entrevista en el Royo Villanova, donde pude meter la cabeza con una Comisión de Servicios cuando conseguí plaza fija en la oposición pero no en Zaragoza. A partir de ahí, mi vida laboral fue rodada, aunque debo apuntar que todo lo conseguí por méritos propios y con una suerte que no me la creo ni yo. Nunca me tocará la lotería, pero en las cosas importantes no me quejo: la vida me sonríe.

Pero lo mejor fue cuando en mi accidentada estancia en el Hospital Miguel Server (al que se me han pasado las ganas de volver), dejó caer en un par de ocasiones su deseo de que yo optase a un puesto directivo. Ahí fue dónde me dejó clarísimo lo que ella quería: Que yo hiciera lo que ella, por no ser Médico, no había podido ser (llegó a lo más alto que su profesión le permitía, Dirección de Enfermería tanto en su hospital como en Primaria, pero se jubiló cuando nació Leo, y supongo que ahora tenía mucho tiempo libre para pensar en lo que podría haber llegado a ser). A buena parte había ido a parar.

Para empezar, mi liderazgo es cero. En serio. Nadie me escucha, todo el mundo me toma por el pito del sereno y soy demasiado blanda para ser jefe. Así me iba en el Servet, y eso que al menos mis subordinados me tenían cariño, porque lo único que se me da bien en las jefaturas es luchar por ellos. Pero es que además, NO QUIERO. ¿Recordais que he dicho antes que no me gustaba la responsabilidad de tener las vidas de los pacientes en mis manos? Pues imaginaos la responsabilidad de dirigir un hospital. NO. Simplemente, NO.

Hacía ya tiempo que sabía que mi madre nunca ha querido una hija, esto es, una persona independiente que ha nacido de su seno, pero con un cerebro propio e ideas y personalidad propias. Mi madre quería un clon, o un pseudópodo, o simplemente una versión más jóven de sí misma. Siempre me lo ha demostrado: Cuando estoy de acuerdo con ella, todo va bien. Como, como ya he dicho, es inteligente y tiene sentido común, la mayor parte de las veces estamos de acuerdo. Pero a veces no. Porque, como digo, soy una persona diferente. Mi cerebro no es el suyo. Y hay cosas que no comparto con ella.

Y he aprendido a callármelas porque si no, lo llevamos claro.

El problema es ese. Que ella asume que tengo que pensar igual que ella. ¿Que piensa que tengo que tener una chica de la limpieza? Pues no me la pone en la puerta de casa no sé por qué, porque la última vez le faltó poco, ya había llamado a una y todo, y encima cuando le dije que no poco menos que tenía que ser yo la que llamase para pedir disculpas. Por supuesto, a sus ojos soy incapaz de educar a Leo correctamente, y
que falle en sus estudios o que tenga sobre peso es culpa mia a pesar de que la que le dejaba siempre bombones y galletas a su alcance era ella y la que le soplaba el resultado de los deberes en sus primeros años de estudios también era ella.

Ahora como se aburre vive enganchada a la página web del colegio de Leo. Es impresionante los interrogatorios a los que le (nos) somete, tanto para saber sus notas como para asegurarse de que lleva todos los deberes. Hasta tal punto que Leo se acostumbró casi a no pensar. ¿Para qué, si su abuela pensaba por él?

La rematadera fue ayer.

Ayer fue su cumpleaños.

Como otro de los lugares informáticos donde vive es Facebook, me tomé la molestia de buscarle un video adorable para felicitarla, se lo dediqué y luego seguí mi día a día. Por la tarde dediqué tiempo a mi marido, ya que por la noche se iba a ir de viaje a Madrid, y casi a las 8 me senté frente al ordenador y pensé "Voy a comprobar facebook, que no lo he mirado en toda la tarde". La asociación de ideas con facebook me hizo pensar. "Huy, y debería llamar a mi madre, que aunque ya le he felicitado igual espera mi llamada..."

No me dio lugar.

En ese momento sono el teléfono. Genial. Ya nunca quedas bien cuando pasan esas cosas.

Y por supuesto, no fue agradable.

Primero se puso mi padre, intentandome hacer ver lo mala hija que era y lo disgustada que estaba mi madre. Peroperopero... no es que no le haya felicitado, ¿no?. Y también tengo una vida, joder. Pero vale. Aceptamos barco. Tendría que haberle llamado. Pásamela y le felicito.

Pero entonces vino la rematadera.

Mi madre, en plan mártir, empezó a decir que llevaba toda la tarde esperando, pero que claro, que estaba claro que no iban a salir, porque mire usted, con mi padre sí que habíamos salido, pero con ella como lo celebró el sábado...

Espera, espera... ¿teníamos que salir?

Cuando fue el cumpleaños de mi padre es cierto que salimos a cenar. Pero porque teníamos que hacer compras, y aprovechamos esa tarde. Un poco como compensación por haber pasado su cumpleaños comprando, sugerí, porque me parecía apropiado, cenar juntos después.

Si no hubieramos salido de compras, probablemente no lo habríamos celebrado.

Pero es que además... si ella quería hacer algo así...¿por que no dijo nada antes?

¿Tengo que adivinarlo?

¿Tengo que leer su mente?

Me quedé hecha polvo. Con ese sentimiento de culpa que mi madre sabe manipular tan exquisitamente, pero a la vez de rabia e impotencia. ¿Por qué me tiene que tratar así? ¿Qué gana haciéndome sentir miserable? Cuando yo quiero algo, y eso lo he aprendido de ella, yo misma voy a por ello. Si quiero salir o celebrar algo, yo misma me moveré y lo diré. Porque no puedo exigir que quien no lo sabe lo adivine. Pero está claro que ella no opina así.

Así que va a ser cierto lo que decía mi tía. Los hijos somos unos ingratos.

Porque encima de crecer y volvernos independientes, tenemos la desfachatez de no ser clones suyos. De no compartir su cerebro, y por tanto adivinar sus pensamientos. Porque al final, nos empeñamos (putos cabrones egoístas que somos, oyes) en seguir nuestro camino, y no el que ellos nos quieren marcar.

Por favor, Leo.

Si me vuelvo así, abofeteame. Fuerte. Hasta que se me pase la tontería, porque me lo mereceré.

 
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