lunes, 27 de octubre de 2008

MOONLIGHT MILE

Hace unos días Damián nos prestó todos los números de la serie de manga Moonlight Mile. El número 1 ya llevaba un tiempo rondando por la casa, pero el total ascendía nada menos que a 14 números. Y aunque al principio me costó un poco cogerle el gusto (es de esas series en las que si por el número 1 fuera, no me la habría comprado, porque cuesta un poco cogerles cariño a los personajes), lo cierto es que hacia la mitad ya estaba completamente enganchada, y me he pegado prácticamente todo el fin de semana leyéndolos, en detrimento de otras cosas más urgentes que tenía por hacer…

La serie se ubica en un futuro (muy) cercano y trata principalmente de la colonización de la luna. Sin entrar en más detalles, a lo largo de la misma vas entrando en las motivaciones de los distintos personajes, de diferentes países, por cierto, aunque el máximo hincapié se reparta, como es lógico, entre Japón y Estados Unidos, y vas siguiendo el desarrollo de la carrera espacial a lo largo de varios años como si formases parte de ella.

Me descubrí en un punto de la historia recordando mis sueños de la niñez de ser astronauta, y sobre todo, de visitar Cabo Cañaveral (o Cabo Kennedy como se llama ahora) y formar parte aunque fuera desde fuera, de ese trocito de historia. Es curioso como con los años cambias tus metas y tus ilusiones y las vas aparcando cuando las ves irrealizables (y yo aquello lo vi irrealizable muy pronto, quizás por culpa del Pato Donald, que en un librito de esos de “Los Jóvenes Castores” decía que para ser Astronauta era casi imprescindible ser americano, y lo peor de todo es que, al menos en aquella época, tenía razón), no como algo triste o derrotista sino simplemente como la evolución normal de la vida. Y como descubres que esos sueños, en realidad, no los pierdes. Siguen ahí, agazapados, como cuando destinamos uno de los días de nuestro viaje de novios a cumplir ese sueño, visitar Cabo Kennedy (aún recuerdo el cosquilleo en el interior de mi barriga cuando me hice una foto frente a la estructura desde la que, pocos días más tarde, despegaría la lanzadera Atlantis), o simplemente, esperando un buen cómic, como éste, para volver a la superficie y recordarte que, aunque sean irrealizables, todavía te pueden hacer suspirar…

lunes, 20 de octubre de 2008

FANFICS


El sábado fuimos a ver al cine El Reino Prohibido. Era una película que yo tenía muchas ganas de ver por varios motivos. El primero y principal, porque me encanta Jackie Chan. Que quereis que os diga, en mi infancia había dos tipos de películas de “golpes” que nos encantaban a los críos, y crecimos con ellas, y son parte de nuestros recuerdos más atávicos. Unas eran las de Bud Spencer y Terence Hill, que al menos en mi caso, no han resistido tan bien el paso de los años (pese a que los ojos azules de Terence Hill siempre eran agradecidos de ver, para qué mentir). Las otras, las de Jackie Chan, siguen despertando en mí recuerdos muy tiernos. Quizás por las tomas falsas, y esas palizas que el pobre mozo se pegaba intentando que sus peleas fueran reales, o quizás por la carita de buena persona que Jackie ha tenido toda su vida. Siempre me ha resultado un hombre achuchable, el tipo de chico que podría ser tu mejor amigo, y aunque con los años ha perdido parte de su atractivo (porque sí, de joven me parecía guapo), sigue teniendo ese aire de perrito perdido que te hace tener ganas de darle un abrazo y ayudarle en sus aventuras.

Esta película, además, añadía otro atractivo, que era el pertenecer a un género fantástico-de aventuras, que es lo que siempre me ha gustado a mí. De hecho, parecía del tipo WuXia, ese género de artes marciales chino al que pertenecen aclamadas películas como Tigre y Dragón o Hero (en la que también aparece Jet Li, con quien comparte cartel). Pero, y para mí es un pero muy importante, con el sello de Jackie. O sea, la credibilidad. A mi, en realidad, el Wu Xia no me gusta. El WuXia es ese género en el que los luchadores dan brincos de 10 metros, caminan a cámara lenta por el aire o saltan desde las puntas de los árboles o por la superficie del agua como si fueran atados por cuerdas. En películas de bajo presupuesto como la maravillosa e imprescindible “Una Historia China de Fantasmas” esos brincos irreales podían achacarse a la falta de medios, pero en Tigre y Dragón, que tenía todo el presupuesto del mundo, me chafaron la película, sinceramente. Sin embargo, con Jackie Chan por medio ya sabía (y no me defraudó) que las peleas serían peleas, la gente saltaría como si pesase (y no como si fuera caminando por la luna) y aunque había algunos saltos de 6 ó 7 metros y la gente (sobre todo la mala malosa, una belleza asiática de las que me hacen sentir a la vez admiración y envidia) podía agarrar cosas con el pelo o con las larguísimas mangas de la túnica como si fueran extensiones de su propia persona, lo hacían con poca frecuencia y con cierta credibilidad.

Así que con esas expectativas, que se cumplieron sobradamente, me mantuve alerta vigilando trailers y anuncios hasta que el sábado al mediodía vimos en la tele que ya la habían estrenado y dije sin otra opción que esa noche, nos íbamos a verla.

De pronto, y mientras miraba la cartelera para poder quedar con Damián y Mabel en el cine (al final Gema y Alba no se animaron), leí el argumento y me asusté. La premisa, un chico de nuestra época que por arte de magia acaba en el mundo de la China legendaria, no era muy prometedora. Vale, durante la película se fueron calmando mis temores conforme vi los paralelismos con dos obras maestras: La Historia Interminable, y El Mago de Oz... Pero cuando leí aquello, antes de ver la película, me entró pavor, porque me sonó a fanfic.

Pausa dramática.

Lo primero, voy a decir lo que (creo que) es un fanfic. Un fanfic es ficción escrita por los fans. Vamos, lo que yo escribía cuando tenía 15 años. Adoro Starwars, me imagino mis propias aventuras en ese mundo, y escribo un relato sobre él. Yo escribí montones de relatos así en mi adolescencia, aunque en mis tiempos eso no tenía nombre (los comics se llamaban tebeos, los mangas, tebeos japoneses; las trading cards, cromos; los tattoos temporales, calcomanías; y al cosplay lo llamábamos simplemente disfrazarse, así que fijaros si han cambiado los nombres y los tiempos). Y todos tenían esa misma estructura: un personaje adolescente (normalmente mi alter ego) por arte de magia o similar, acababa en el mundo de sus sueños: Star Wars, Cristal Oscuro, El Señor de los Anillos, y mil más que ahora no acierto a enumerar. Había aventuras, romances, y al final volvía a casa enriquecido por la experiencia para descubrir que no había sido un sueño, e incluso que su amor de la otra dimensión estaba encarnado ahí, de una forma u otra. Patético, para que nos vamos a engañar.

A ver, no quiero decir que TODOS los fanfics sean así. He leído muy pocos, por no decir ninguno, y no dudo que habrá fanfics con una calidad literaria fabulosa. De hecho, lo más parecido que he leído han sido las novelas de continuación de StarWars, esas que gracias a Dios no son canon, y que curiosamente sí han sido publicadas, pese a su evidente falta de calidad. Hablo más de mi propio (falta de) talento literario, y de la mala calidad de mis propios fanfics. Que conservo con cariño, pero que incluso de adolescente me hacían avergonzarme. Vamos, que solo me estoy metiendo con lo que yo he escrito, no con lo que escriben los demás. Y precisamente por eso me asusté. Algo que se pareciera a lo que yo escribo no podía ser bueno (me pasa también con novelas acarameladas como La Momia de Ann Rice o la saga de Crepúsculo de Stephanie Meyer: me recuerdan tanto a mis empalagosos intentos adolescentes que no pueden, no, ser buenas novelas...).

Bueno, he de decir que me equivoqué. Como digo, la historia tenía más de grandes obras como la Historia Interminable o el Mago de Oz y la parte hormonal era bastante escasa. No niego que la historia podría haber sido quizás, solo quizás, más consistente, si el protagonista hubiera sido un chaval chino, o incluso occidental, pero perdido de una caravana de Marco Polo o algo así, y si la gente de la China Legendaria implicada en la historia no hubiera hablado español (inglés en la versión original) con tanta naturalidad, mientras la gente del pueblo llano seguía hablando chino con subtitulos. Pero aparte de eso, disfruté como una enana, con la historia, con los ropajes del malo (Qué kimonos, Dios mío! Sólo superados por el majestuoso vestuario de La Maldición de la Flor Dorada), con el parecido del Rey Mono (en quien en cierto modo me había inspirado para crear al personaje) con mi BJD Hujing, y, sobre todo, con las peleas de Jackie Chan.

Que siguen siendo insuperables.

(Bueeeeeno, Jet Li también estaba muy bien...)

martes, 14 de octubre de 2008

OFRENDAS Y PEQUEÑOS DETALLES (o P’AL PILAR, SALE LO MEJOR)

Acaban de terminar las Fiestas del Pilar, que este año con boda por medio hemos celebrado de forma extraña y un tanto a trompicones, y estaba pensando en las tradiciones y pequeños detalles que todo esto conlleva.

Aunque no soy muy religiosa, ni muy dada a fiestas y celebraciones, hay una serie de cosas que no dejo pasar en estas fechas. La primera y principal es mi cachirulo. Desde el día del pregón lo saco, y lo llevo siempre conmigo – atado al bolso si voy al trabajo (es más discreto), al cuello cuando salgo por ahí, aunque sea a comer a casa de la familia. Mi cachirulo es morado, por dos motivos. El primero es que nunca me ha gustado el color rojo, mientras que el morado es uno de mis favoritos. El segundo es algo que me dijeron cuando me regalaron dicho pañuelo: el cachirulo rojo representa a todo Aragón, el morado es el de Zaragoza capital.

Me parece oir voces clamando que el cachirulo morado es el de Teruel (aunque otras fuentes dicen que es del Alto Aragón, a ver si se ponen de acuerdo). Eso es lo que dice mucha gente, y como tantas cosas, de tanto oirlas, se convierten en medioverdades. Bueno. A mí mi cachirulo me lo regaló mi tío Ponciano (poco dado a regalar cosas, todo sea dicho), precisamente porque me vió con uno rojo, y fue quien me informó de la procedencia de dicho color. No voy a decir que lo que diga mi tío (que regentaba en aquella época quizás la más importante tienda textil del pueblo, Alagón, y que para el Pilar vendía cachirulos y banderas, así que supongo que algo sabía del tema) vaya a misa, pero voy a exponer dos argumentos más que apoyan mi afirmación.

El primero, si el cachirulo morado es el de Teruel, ¿por qué se vende en las tiendas de Zaragoza, junto con el rojo, y ningun color más? ¿Estamos discriminando a Huesca? Con esa duda fui un día a “La Flor de Aragón”; una de las tiendas de ropa regional con más solera de Zaragoza, y me dijeron... “No, no... los cachirulos en realidad no tienen acepción de color. En Zaragoza se usan el rojo y el morado indistintamente, es cuestión de gustos. Pero el morado no es el de Teruel, por mucho que digan”. Bueno. Ya teníamos otra versión, dada creo por gente especializada en el tema, que apoya mis argumentos.

El segundo, un cartel de las fiestas. El de 1985. Si se fijan en él, los tres chavales llevan cachirulo morado. Puesto que son las fiestas del Pilar de Zaragoza (cartel oficial, que además ganó el concurso por medio del que lo eligen), ¿no creen que lo lógico es pensar que esos tres muchachos son Zaragozanos de pro y no turistas turolenses?

En fin, cada uno que piense lo que quiera. Sé que mientras lleve mi cada vez más desteñido cachirulo morado, tendré que contestar siempre a la pregunta “¿Por qué llevas el cachirulo de Teruel?” repetidas veces. Si eso sirve para culturizar a la población, pasaremos la prueba.

Otra de mis tradiciones es colgar las banderas de Aragón y de España (si, las dos juntitas, que piensen lo que piensen los nacionalistas, no son incompatibles) en el balcón y la ventana que dan a la fachada de mi casa, respectivamente. Llueva, truene, haga viento o sol, todos los años las pongo el día del pregón, y las descuelgo al día siguiente de la traca de fin de fiestas. Es una tontada, y más ahora que ya no se hacen eventos de las fiestas en mi barrio, pero igual que engalano la casa para Navidad, pues me gusta hacer eso, qué se le va a hacer.

Y la tercera tradición que nunca, nunca espero dejar de cumplir, es ir a la Ofrenda de Flores. Llevo yendo a la Ofrenda desde que nací, o, mejor dicho, desde que cumplí mi primer año (en 1967 era todavía muy pequeña y mis padres no se atrevieron). Al principio me llevaba mi madre, que era la única de la familia, conmigo, que se vestía de baturra, y con el tiempo voy yo a cualquier precio. Este año, por cierto, ha sido el primero que mi madre ha fallado, por problemas de su artritis. Yo espero no fallar nunca, excepto por causa de fuerza mayor. Incluso en 1999, a 10 días de salir de cuentas, pasé, embarazadísima. Uno, por cierto, de los dos únicos días, en estos 40 años que llevo pasando, en los que recuerdo que haya llovido el día del Pilar.

Que, por cierto, otra de las cosas de las que presumo, es de que nunca me ha llovido al pasar por la Ofrenda. Vale, ha habido, como digo, dos años en que ha llovido durante el acto. Uno fue en 1999, y otro este año que parece que el tiempo se ha vuelto loco y llueve a cántaros casi todo el año. Pero A MI no me ha llovido. Lo que quiero decir es que ambos años me dio tiempo a entregar las flores antes de que cayera la lluvia. Sé que no significa nada, pero me gusta presumir de ello.

Por cierto que en todo este tiempo nunca me habían sacado en la tele, hasta este año, en que me hicieron hasta una entrevista cuando estaba a punto de dejar las flores. Por supuesto, ni la he visto ni sé de nadie que lo haya hecho así que igual ni la han emitido, pero yo, feliz.

Y este año, no sé que está pasando, pero la gente protesta por todo. El otro día leí en el periódico varias declaraciones en contra de las fiestas (que sí eran de pueblo y esto es una gran ciudad, que tal y que cual), pero la que más me llegó al alma fue un señor que decía que le avergonzaba la ofrenda de flores, que era un desperdicio y que sería mejor que los ciudadanos donásemos ese dinero a los pobres...

Pues yo le contesto a ese señor desde aquí... Para mí la Ofrenda es un acto en el que participo por diversión. Me gusta, muestro mis sentimientos, y me gasto un dinero en las flores, porque quiero que sea en flores. Como el que me gastaría en ir al cine, al teatro o a un concierto. Entonces, ¿qué pasa, que mejor que irme al cine, dono también el dinero a los pobres? Pues mira, no. Si lo quiero dar a los pobres, será por que yo quiera, y no porque tenga que hacerlo en lugar de otra cosa que quiera, y pueda, permitirme... (jo, suena fatal, pero es como lo veo).

Normalmente, como digo, mis tradiciones ineludibles eran esas (bueno, y comerme un algodón de azúcar en las ferias, pero aún no hemos ido este año y como ferias hay en más sitios eso no cuenta). Pero desde hace unos pocos años, se ha añadido una más: La Ofrenda de Frutos. Como el marido de mi prima Silvia tiene un puesto en el Mercado Central, un año nos ofreció unirnos al grupo de la Ofrenda de Frutos, porque no había bastante gente. Cualquier ocasión para vestirnos de baturros (hacer “cosplay” maño, le llamo ahora) siempre es bien recibida y nos apuntamos, llegando a hacer algún año, como aquel en que me vestí en la consulta y salí con el tiempo justo ya vestida de baturra para asombro y regocijo de los pacientes que esperaban fuera, a hacer auténticos malabarismos para llegar. Así que este año, en que mi madre volvió a fallar, pese al aluvión de gente por ser fiesta, Silvia volvió a dejarnos los mejores puestos. Tan buenos, que hasta salí en portada del ADN...

Ambas ofrendas son un atentado para mi dieta. En la de Flores, tenemos la (mala) costumbre de juntarnos con toda la familia de mi padre (a algunos ni los conozco) tras pasar por la Virgen y almorzar. Y cuando digo almorzar, lo digo con mayúsculas. Jamón serrano, chorizo, jamón, salchichón, jamón, queso, jamón... Todo riquísimo, y entra que ni te enteras. Y luego a comer, claro. Y en la de frutos, siempre traen galletas, moscatel... Este año trajeron barquillos, montones de bolsas de barquillos, y era un placer ver a mi primo Javier repartiendo barquillos, durante el desfile en sí, a todos los niños del público. Él no paraba de ir de aquí para allá, y a los pequeños se les iluminaba la cara. Momentos como ese me hacen recordar por qué me gusta este mundo (y cuando mi prima dice que cambiaría a su marido por Tom Cruise, me entran ganas de abofetearla por tonta, que seguro que Tom Cruise no haría eso, y entre nosotros, ni siquiera es tan guapo como Javier, que es un chico guapo, buena persona, trabajador y que la quiere horrores).

Por lo demás, este ha sido un Pilar raro. Josema anduvo aquejado de alergia, y si los primeros días le daba algo de pereza salir, al final no fuimos a ningún sitio exceptuando lo ya dicho. Ni a ver tenderetes, ni nada, que los dos últimos días ya estuvo de lo más pachucho. En realidad, ni siquiera celebramos el aniversario de nuestro noviazgo (una noche del Pilar, hace ya 18 años). Solo me dio tiempo a darle mi regalo, un libro sobre caligrafía china, y poco más. No es que me importe mucho, no soy muy de salir, pero como digo, se me ha hecho raro...

DE BODA

El sábado 11 de octubre (víspera del Pilar, vaya fechas!) fue por fin la boda de mi prima Ana. Me pegué desvelada desde las 6 de la mañana, convencida de que después de la faena con el traje que me puse para la boda de Carlos en Madrid, el traje que me había comprado para esta boda también me iba a ir pequeño. Llevo varios días (por no decir años) que me quita el sueño el tema del peso, pero lo de esta vez fue exagerado. E innecesario, porque al final me iba bien, incluso algo ancho. Menos mal.

Llevo una temporada rara, que espero cosas que normalmente me encantarían, con poca ilusión. Por suerte luego las disfruto como siempre y este ha sido el caso. Iba con pereza, pero luego acabé hasta emocionada. El incidente del coche de alquiler tuvo algo que ver, no hay duda. No sé si lo comenté el otro día, pero cuando le acompañé a la prueba final del traje de novia, le ofrecí a mi prima regalarle el alquiler de un coche de lujo para la ceremonia. Es algo de lo que me quedé con las ganas en mi propia boda (a mi tío, al parecer, le hacía mucha ilusión llevarnos él en su recién estrenado Córdoba, así que me tuve que aguantar porque fui tan idiota que no me puse firme con aquello de que era MI día y no el suyo... ), así que me hizo mucha ilusión regalárselo a Ana.

Aunque no pudimos reservar el coche que le había gustado en un principio, le reservamos un precioso Rolls Royce blanco en Alquiler de Clásicos.com, empresa que forma parte de un grupo con cuyo dueño mi madre tiene cierta relación (organizaron un par de congresos con ellos, llevan los autocares del colegio de Leo, y nos prepararon el año pasado nuestro inolvidable viaje a Japón a través de su agencia de viajes). Así que yo no me perdía la llegada de mi prima a la iglesia en su coche de princesa.

Imaginaros mi shock cuando la vimos llegar en taxi...

Lo curioso es, el coche había llegado a la casa puntual, ya que lo habíamos visto... ¿entonces?

Pues entonces, el problema fue que el coche se paró, y al ser un coche antiguo, falló la batería y no volvió a ponerse en marcha. Me quedé de piedra, hecha polvo. Y si las bodas ya me emocionan, en esa, de pensar en el chasco que la pobre Ana se había llevado POR MI CULPA, me la pegué como una madalena. Menos mal, pensé, que como había insistido en que todo el mundo la esperásemos dentro de la iglesia, casi nadie la vio llegar.

A cambio, a la salida, el Rolls estaba ya allí, flamante, inmaculado, como si no hubiera pasado nada, y los comentarios cuando se subió (“Parece una princesa”) me compensaron del disgusto.

Es verdad.

Parecía una princesa.

(Y la empresa, que conste, se portó con total honestidad y nos devolvieron el dinero)

martes, 7 de octubre de 2008

EL PISO DE MIS SUEÑOS

Tengo un sueño recurrente, y supongo que se debe a mi necesidad de espacio. Sueño a menudo con un piso. El piso a veces pertenece a unas personas u otras, nunca es mío. Tampoco es siempre igual, pero tiene pocas variaciones. Básicamente es un piso céntrico, más o menos antiguo (entre 100 y 50 años, aproximadamente), de esos que además están formados, en realidad, de dos pisos unidos entre sí derribando un tabique. Así que el pasillo es muyyyy largo, tiene varios baños y muchas habitaciones (una de ellas con un piano de cola) más de las que yo podría llenar. Y me muero de envidia, y quiero un piso así, y me pregunto si esa persona (unas veces un tío mío, otra unos amigos de mis padres...) tarde o temprano lo venderán y podré comprármelo. Y lo exploro ilusionada, porque siempre hay alguna habitación que no he visto, y que me sorprende ver llena de objetos de colección, vitrinas con figuritas, porcelana, etc...

Hasta hoy, que en realidad no he soñado con estar físicamente en ese piso, he soñado con él. No mucho, en realidad. En mi sueño tenía que comprar un regalo para alguien, y compraba un bonito marco de fotos de plata en una tienda de objetos artísticos en la que entraba de casualidad, pero me daba cuenta de que no me lo habían envuelto para regalo y como aprovechaba para comprar algo en un Galerías Primero, le preguntaba a la cajera si me lo podría envolver. La chica, amabilísima, debía tener poco trabajo, porque lo envolvía con auténtico mimo, buscando una caja, luego envolviendo la caja con esmero, buscando una de esas bonitas bolsas de papel de regalo, y hasta incluyendo el ticket de compra de forma que no se viera pero pudiera usarlo para una devolución en caso de no gustarle el regalo. Yo me sentía muy culpable, porque no lo había comprado allí, pero a ella parecía darle igual.

Luego me reunía con mi madre en una terraza de un bar, y hablando de cosas, me decía que mi tío Paco a lo mejor vendía su piso. ESE piso, en mi sueño (pobre tío Paco, que en la vida real por un revés económico lleva varios años viviendo de alquiler...). Y yo me preguntaba si podría comprarlo.

No sé, me pregunto si algún día tendré ese piso... o tendré que seguir soñando con él...

viernes, 3 de octubre de 2008

SER BUENO (¿NO?) COMPENSA

Otra aventura de mi trabajo.

Hoy os voy a hablar de los traslados entre hospitales de diferentes comunidades autónomas y a repetirme un poco con respecto al tema del otro día, referente a los pacientes que nadie quiere que vengan a casa. ¿Os acordáis de esa entrada? Paciente que ya no se puede beneficiar de la estancia en nuestro hospital, pero que por su situación actual, no puede estar en casa con su cónyuge (a veces incluso en peor estado que el paciente) o con los hijos (por motivos de salud, laborales, de distancia, o incluso por que no les de la gana, yo qué se...). Ahora ricemos el rizo, y pongamos que además la familia del paciente en cuestión viva en otra comunidad autónoma. Que a veces ocurre, como en este caso. Y que la familia (hijos, sobrinos, lo que sean) dicen que quieren que el paciente esté cerca, pero claro, en una residencia, o en un hospital de larga estancia...

Entonces tenemos un problema, Houston.

Es un problema con el que he bregado muchas veces, y que al final se soluciona de una forma u otra, pero siempre con dificultades. Aquí cada autonomía se queda con lo suyo. Así que si el paciente está afiliado al Sistema de Salud Aragonés, este le da asistencia sanitaria, le busca un hospital de larga estancia o una residencia en Aragón, y si se pone malo, pongamos, en Almería, hasta manda una ambulancia a recogerle para trasladarle a un hospital aragonés y que esté cerca de los suyos, con cargo al propio sistema.

Pero si en casa no le espera nadie, y las únicas personas que pueden comprometerse a hacer algo por él están aunque sea en la comunidad limítrofe, se lava las manos.


Y así funcionan, más o menos, todas las comunidades autónomas. Así que cuando me llega un caso de esos, que gracias a Dios son pocos, buscas la forma de ofrecerles alguna alternativa. ¿Qué no es mi trabajo? ¿Qué deberían de hacerlo desde Atención al Paciente o desde la Asistente Social? Pues es posible, pero como se trata de tramitar un traslado, y esa es una de mis funciones, a veces me cae a mí. Y como soy una cobarde confesa (ya lo he dicho antes, ¿verdad?) pues les suavizo la noticia buscando soluciones (una de mis filosofías es que hay que buscar las soluciones antes de buscar los responsables de buscarlas, más que nada porque es más efectivo actuar de la primera forma), ofreciendo opciones, etc.

Lo primero que les digo, eso sí, es “Lo más probable es que lo denieguen, pero lo vamos a intentar”. Y mando el informe, y pregunto. Y el problema, claro, es cuando no te dan un “no” rotundo, sino un “si haces esto o lo otro...”

Una de las soluciones que suelo proponer a este tipo de pacientes es, que si la cosa va en serio, y su intención es cuidar ya del familiar el resto de su vida, cambien la afiliación del paciente al sistema de salud de la Comunidad de Destino. De esa forma, la normativa actúa en su favor: el sistema de salud receptor tiene la obligación de buscarle un centro al paciente e incluso en algunos casos de mandar la ambulancia. En el peor de los casos, tendrán que llevárselo por sus propios medios, pero ya tendrá la asistencia garantizada en el futuro.

Desgraciadamente, en este caso, la primera opción de traslado (de hospital de agudos a hospital de agudos) fue denegada, pero me dieron otras opciones, así que yo me limité a seguir el hilo.

Ya en los primeros pasos, bajó el jefe del Servicio en que estaba el paciente ingresado, a decirme que “Hacía demasiado”. Lo primero que me pasó por la cabeza es, como siempre, hasta que punto se puede hacer “demasiado” por un paciente, y lo segundo, que también me lo pregunto muchas veces, es como puede ser que un médico, un Jefe de Servicio, además, pueda decir semejante barbaridad. ¿No nos pagan por ayudarles? Entonces, ¿dónde está la línea que separa “hacer bien mi trabajo” de “hacer demasiado por el paciente”?, sobre todo si tenemos en cuenta que no hice nada que no pudiera hacer tranquilamente desde mi puesto de trabajo. De hecho, en la mayoría de los pasos yo lo único que hacía era iniciar un proceso: llamar al servicio de salud de destino para que le tramitasen una cama, llamar a nuestro servicio de salud para ver si tenía derecho a una ambulancia, etc... Supongo que llevarme al paciente a mi casa sería “hacer demasiado” por él, pero dudo que llegue a esos extremos.

En fin, que el comentario me preocupó e indignó a partes iguales, y me reafirmó en mi opinión sobre muchos de mis colegas (salvando muy honrosas excepciones). Porque otra cosa que añadió fue “Es que si lo hacemos por un paciente, hay que hacerlo por todos”. “Es que yo lo hago por todos” no pude por menos que contestar.

La cosa, luego, demostró tener una cierta justificación. De los dos parientes del paciente en cuestión que hablaron conmigo, uno de ellos es un señor francamente maleducado y con cierta tendencia a la paranoia. El tipo de persona que antes de que abras la boca ya pone verde al sistema de salud y da por hecho que no vas a hacer nada por él.

No sé si tengo mucha mano izquierda, muchas tragaderas o mucha capacidad de desconectar y pensar en las avutardas mientras me sueltan burradas así, el caso es que tras dejar desahogarse al señor en cuestión le informé de la situación y de mis pasos al respecto. Cuando en un segundo contacto, esta vez telefónico, empezó a amenazarme con poner una denuncia, le paré los pies y le dije que hasta ahora no le habíamos dado motivos, y que esperase a que le pusiéramos pegas antes de amenazar. No sé si me salió bien o no, pero cuando lo más bonito que me he oído sobre ese señor es que es “un energúmeno”, conmigo ya es amable, y va diciendo por ahí que soy la única que sabe hacer bien su trabajo. Pobre consuelo, cuando ves que las personas que realmente han hecho su trabajo, que me han ayudado a mí a hacer el mío, y que han ayudado a este señor a conseguir su propósito, están indignadas por el trato que este señor les ha prodigado y han jurado no volver a ayudarle en su vida.

No pretendo ser una santa, pero ¿qué he hecho distinto de los demás? ¿Por qué soy la única a la que este señor trata con respeto y algo bastante cercano a la educación? Y, sobre todo, ¿por qué me estoy ganando broncas por intentar ayudar a alguien, aunque el familiar más cercano a ese alguien (no olvidemos que al que ayudo es al paciente, no a su hijo) sea un grosero y un maleducado?

Es triste que en este mundo una sea un bicho raro por ser bienintencionada.

HUIDAS VARIAS

Hace poco terminé el cuarto libro de la serie Canción de Hielo y Fuego de G.R.R. Martín. Es una serie que engancha, aunque mi sensación empieza a ser de cabreo: ya me canso de que no termine la historia ni ate cabos. Cada libro termina peor que el anterior y me harto de no saber qué va a pasar con mis personajes favoritos. Para colmo, como este último libro se le alargaba demasiado, lo dividió en dos, dejando fuera las aventuras de algunos personajes para la segunda parte del mismo. Entre ellos estaba mi favorito, Tyrion Lannister (del que si quereis saber más, leeros las novelas o la wikipedia, porque esta entrada sólo habla de él de refilón).

Como digo, me leí una novela entera sin referencias a ese personaje, y la verdad es que me supo a cuernos. Así que hoy mi subconsciente se ha puesto trabajar y me ha ofrecido un pequeño trailer sobre la huida del mismo. Así que como pasa muchas veces, yo era a la vez espectadora y participante y le veía huir (en las novelas está perseguido, con precio a su cabeza) desde una especie de palacio, entrando en una sala con aspecto de capilla. Tras mirar a su alrededor, decidía meterse en un sepulcro que era a la vez un pasadizo secreto – imaginaros una sala de mármol, y uno de esos hermosos sepulcros renacentistas o neoclásicos, aunque no había estatuas sobre él. Tenía una especie de portezuela en uno de los extremos, un pequeño rellano, otra puerta... Tyrion abría más de tres o cuatro portezuelas, que yo me preguntaba como iba a cerrar tras de él antes de que nadie se diese cuenta de que había huido por ahí, cuando de pronto se oían ruidos en la puerta de la sala y él se daba cuenta de que no iba a poder meterse a tiempo, así que abandonaba el sepulcro y huía por una ventana. Como si yo hubiera estado ahí, intangible, le veía irse por los tejados de la ciudad, muy parecidos, por cierto, a los de mi barrio... ejem.

Pausa con despertar (esta noche creo haberme despertado varias veces), y ahora la que huye soy yo, con Leo a rastras. ¿Por qué? No lo sé, pero estamos durmiendo en una habitación como de pensión u hotel barato, y de pronto sé que tenemos que salir de allí. Hay una especie de portal en la pared, que de normal no lleva a ninguna parte (dentro está la pared lisa y lasa, no hay ningún hueco), pero lo veo iluminarse, y como si hubiera una tela, detrás veo brillar el sol, y un camino reluciente que se aleja de la habitación. Leo y yo tenemos que salir por ahí rápidamente, y le digo que se de prisa. Pero él quiere llevarse un montón de piezas de lego amarillas, que según dice son un tesoro. Lo sé, en mi sueño SON un tesoro, pero no me parecen tan importantes como salir por ese camino luminoso. Al final, las vuelca sobre un paño que doblamos en modo hatillo y de ahí las volcamos a una bolsa y salimos corriendo. Otro despertar.

Y ahora estamos en la calle de detrás de casa, Josema, Leo y yo. Sabemos que hay un grupo de niños con poderes que nos protege. Son niños de unos 12 años, mayores que Leo, y en este momento sólo recuerdo que uno de ellos, con gafitas y pinta de empollón adorable, puede desdoblarse en varias personas y, por tanto, estar en varios sitios a la vez. De pronto nos avisa: vienen a por nosotros, y quieren el tesoro. Si yo muero, Leo hereda el tesoro y van a ir a por él, así que tenemos que escondernos.

Nos metemos los tres en una tienda, es como una tienda de antigüedades, pero la tienda en sí no parece antigua, más bien es como las modernas tiendas de regalos (podría ser perfectamente la Elvana de debajo de nuestra casa, excepto que esta tiene más escaparate, y nos quedamos justo al lado del mismo). Hay una mesa, y gente jugando a rol. Josema decide que unirnos a una partida puede ser una buena forma de pasar desapercibidos. No estoy muy segura, pero vale la pena intentarlo.

Y entonces...

... sonó el despertador....

(Si esperáis que mis sueños tengan sentido, siento decepcionaros, por cierto...)

 
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