jueves, 10 de julio de 2008

VIDA DE PERROS

O de gatos.

En este preciso instante Jonsey está repantigado en el sillón. En una postura imposible, tripa arriba, y con una cara de felicidad fácilmente confundible con la de estupidez total. No hace otra cosa.

Esta mañana cuando he ido a hacer nuestra cama, había un bulto bajo las sábanas que se ha movido ligeramente al acercarme. Me he acercado y al levantar un poco la ropa le he visto tripa arriba también, completamente dormido. Llevaba así desde que me he levantado esta mañana.

Y que queréis que os diga, me ha dado mucha envidia. Hablarán de la “vida de perros”, pero yo, como decía mi amigo Santi, quiero reencarnarme en mi mascota. Ojo, no en un perro o un gato cualquiera, sino en uno que tenga la suerte de vivir en una casa donde se le trate como a uno más de la familia. Porque sus únicas responsabilidades son comer, dormir, jugar, y eso sí, ser limpios y no romper cosas. Con comida, bebida, techo y una cama donde dormir a cambio de dejarse hacer mimos de vez en cuando. Sin preocupaciones, sin remordimientos, poder estar repantigado sin pensar “Dios, yo aquí haciendo el vago, con todo lo que tengo que hacer”.

Eso es vida.

Y no cuento otras vidas “de perros” como la que llevó Kira, de la que ya he hablado. Kira, que estaba convencida de ser persona y no hablaba no porque no supiera, sino porque no tenía cuerdas vocales con las que articular palabras (que intentarlo, ya lo intentaba), vivió sólo 11 años, pero fueron 11 años que más de un humano envidiaría. Entre otras cosas, se recorrió media Europa con nosotros, y hasta entró en castillos y museos, con la excusa de que era tan pequeñita que podía entrar en brazos.

Lo dicho. Vida de perros. ¡Ja!.

Quien la viviera.

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