Ayer volvimos a visitar la Expo. Esta vez en serio, o sea, desde las 9 de la mañana haciendo fila para entrar, y saliendo a las 12 de la noche. 15 horas de visitas y pabellones varios.
La fecha se decidió porque a mi padre, que (a la vejez viruelas) ahora es concejal de Cadrete por el PSOE, le habían invitado a un acto en el Pabellón de la Diputación Provincial de Zaragoza porque conmemoraban el Día de los pueblos de la Rivera del río Huerva (entre los que se incluye Cadrete, pueblo con el que nada tienen que ver mis padres, pero dónde está la urbanización donde tienen su chalet). Así que yo me apañé las vacaciones para terminarlas justo el lunes 14 (tampoco podía estirarlas mucho más, porque mi compañero Carlos se marchaba ese mismo día y no era cuestión de dejar solo a nuestro ex jefe y tercer miembro del grupo mucho tiempo, ya que en teoría mis menesteres no son tarea suya), y tuve fiesta para irme con mis padres y Leo a ver la Expo.
En teoría Josema se nos uniría más tarde, cuando terminase su jornada laboral, y por ello le guardamos un “fastpass” para entrar en el pabellón de España con nosotros. Pero las cosas se torcieron y no pudo venir, lo que me hizo sentir culpable la mayor parte del tiempo.
Para empezar tengo que decir que la organización me impresionó. Desde el primer momento había voluntarios controlando las colas, indicando dónde podíamos ponernos y dónde no, y vigilando que nadie se colase. Dada mi obsesión a ese respecto (soy muy intolerante con la gente que le echa morro y pretende llegar y entrar antes que los que llevamos una hora esperando pacientemente y guardando turno educadamente), me pareció un detalle impresionante.
En cuanto dieron el pistoletazo de salida, eché a correr para coger el Fastpass del Pabellón de España. Explico para los pocos que no lo sepan: en la Expo de Zaragoza, como en muchos parques temáticos, han puesto en marcha el sistema Fast Pass en algunos pabellones para evitar las largas esperas. He leído por ahí que eso es contraproducente, porque a la larga haces una cola larga para conseguir un pase que hace que luego tengas que guardar otra cola, aunque esta sea algo menos larga. Además, y según mi experiencia en este mismo momento, precisamente los pabellones más conflictivos (Japón, Alemania, México y Kuwait) no tienen este sistema, así que no le veo demasiada ventaja. Sin embargo, hay dos pabellones que requieren FastPass lo mires como lo mires, el Acuario (que, puesto que después de la Expo va a quedarse ahí, tampoco tengo especial interés en verlo), y el Pabellón de España, que curiosamente tiene las máquinas de dispensación de FastPass (o en este caso, simplemente entradas) aparte de las de todos los demás pabellones.
Esto, por cierto, no es un invento nuevo. En la Expo de Sevilla había varios pabellones, y creo que uno era también el de España, que requerían sacar una entrada (por gratuita que fuera) previa para controlar el horario de las sesiones. Uno de los recuerdos más arraigados que tengo de ese evento (16 años atrás... ¡cómo pasa el tiempo!) fue la entrada en la Expo el primer día de los tres que estábamos. Decidimos (siempre se hacen planes en el rato largo que te pasas haciendo fila) que lo primero que haríamos sería salir corriendo mi primo Daniel (que iba con nosotros) y yo a coger las entradas para el pabellón de España, y dicho y hecho. Entramos y a correr como cosacos.
Tuvimos mala suerte, ya que de las múltiples entradas que había al recinto, cogimos justo la más alejada al dispensador de entradas al pabellón. Y, peor aún, la cola se estaba formando en sentido opuesto a la dirección de la que veníamos corriendo con la lengua afuera, así que la situación se pareció por un momento a una pesadilla subrealista: conforme corríamos, gente que entraba por la otra puerta se agregaba a la fila, por lo que cuando llegábamos al punto donde momentos antes terminaba, la fila se había agrandado varios metros más y teníamos que seguir corriendo. Era un poco como la historia de Aquiles y la Tortuga. Por supuesto, al final lo conseguimos, y probablemente nos costó menos que en el recuerdo a cámara lenta que tengo distorsionado en mi memoria... pero fue un momento inolvidable. Probablemente, el más inolvidable de la Expo de 1992.
Así que en esta Expo 2008, la entrada fue similar, y me tocó correr, esta vez a mi sola, hacia los dispensadores del Pabellón de España. No tenía ni repajolera idea de dónde estaban, pero el truco de “dónde va Vicente” suele funcionar y siguiendo a todos los que corrían, no tardé en ver la fila. Aunque llevaba mucha ventaja, fue frustrante. Primero, porque pese a que esta vez la puerta fue la más cercana y por tanto la correcta, el pabellón seguía estando MUY lejos. Y segundo, porque me desmoralizó ver a las abuelitas, las “marujas”, corriendo y ¡adelantándome!, con una agilidad y un dominio de la respiración digno del mismísimo Carl Lewis, mientras yo notaba el corazón saliéndoseme del pecho y tenía que reducir el paso porque definitivamente no podía mantener ese ritmo (lo sé, vida sedentaria de friki, qué se le va a hacer)...
De todos modos, todo esto es anecdótico, porque pudimos coger las entradas que quisimos (mi madre y Leo se reunieron conmigo poco después), y aún nos sobró tiempo hasta que abrieron los pabellones y pudimos empezar a hacer turismo (y a sellar el pasaporte que compré ilusionada en mi primera visita!).
Mientras mi padre estaba en su reunión, nos vimos los pabellones cercanos de varias comunidades autónomas, y aún nos dio tiempo a esperarle porque se retrasaron, como es habitual, antes de soltarle. Luego nos recorrimos la parte de arriba de dichos pabellones, dedicados sobre todos a empresas e instituciones, y he de decir que quizás fuera la mejor parte en general de toda la Expo, ya que los pabellones de Acciona y Grundfos son de los mejorcitos, y los de Correos, Ibercaja y CAI tampoco están nada mal. La nota discordante la puso el pabellón de Aguaviva. Con ese nombre, por supuesto, entramos inocentemente.... ¿Quién iba a imaginar que era el pabellón de una de esas sectas religiosas pseudocatólicas que pretendían captar nuevos acólitos? Cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos entrado a ver el audiovisual, y ya resultaba un poco feo salir corriendo, o eso debimos pensar las 20 o 30 personas que ahí estábamos. Y cuando me preguntaron si me había gustado, por educación respondí que sí, y me pidieron los datos para “mandarme más información sobre la Biblia”, por poco salgo corriendo.
No me malinterpreteis. Creo que todo el mundo es libre de practicar la religión que le venga en gana. Pero ni me gusta que me persigan para intentar que yo me una a la suya, ni me parece ético que en una Exposición Internacional esa gente (ni siquiera sé exactamente a qué religión pertenecen) tenga un pabellón propio, por mucho que lo hayan pagado: por esa regla de tres, el Islam, el Catolicismo, el Judaísmo, etc, también deberían tener uno cada uno en el que nos hablasen de las maravillas de su punto de vista religioso. Y si lo hubieran hecho, seguro que habría colectivos que pondrían el grito en el cielo. Y no me digais que La Santa Sede tiene uno. La Santa Sede es un país.
En fin, no es mi intención contar todo lo que vimos pabellón por pabellón. Algunos nos gustaron más, otros menos. En algunos nos tocó hacer cola, en otros entramos directamente. Algunos nos sorprendieron gratamente, pese a ser modestos, como el de Grecia, y otros nos parecieron una tomadura de pelo, como el de Suiza. En algunos regalaban cosas (en el de Cantabria me tocó una mochila que luego nos resultó muy util), en otros las vendían (en el de Aragón, vendían la película que proyectaban al final. El problema es que la vendían ANTES de que pudieras verla y juzgar si te había gustado lo suficiente para querer comprarla, y tras verla te sacaban del pabellón así que o hacías fila para volver a entrar y comprarla en la tienda, o te arriesgabas y la comprabas antes. Cuando se lo dije a la chica se sorprendió mucho. ¡No habíamos caído!, dijo).
En el de Egipto (interesante exposición de artículos egipcios auténticos traídos del museo del Cairo), además de un escriba que te dibujaba tu nombre en egipcio en un pergamino, había un tenderete en el que Leo se empeñó en comprar una estatuilla del Dios Anubis. No sé si el chico que le atendió sabía o no a qué dios se refería, pero le dijo “entra detrás del mostrador y cógelo tú”. Como tardaba, entré a ayudarle, pensando que no lo encontraba, pero mi sorpresa fue me dijo que el problema era que no sabía cuál elegir entre los dos modelos que había: correctos los dos. Elegimos uno, y cuando se lo dio al chico, éste le felicitó y le regaló un escarabajo de la suerte. Por listo.
En el de Japón, me sorprendió que anunciasen el evento en el que participaban Mabel, Damián y Alba para el día 22 de Julio. Pongo en antecedentes (sí, ya sé que mis entradas son kilométricas. Es lo que hay): nuestros amigos se habían apuntado como voluntarios para participar en un evento que se celebraba en la semana de Japón. Yo al principio me había pedido un moscoso para poder ir a la Expo el día 21, día de Japón, para ver todos los actos que se realizaran, pero ellos nos dijeron que lo suyo tenía lugar el día 23, y además varias fuentes de internet corroboraban esa fecha. Así que decidí que me cambiaría el moscoso para poder ir a verles y de paso pasar ese día entero en la Expo. Pero en el panfleto que daban en el Pabellón de Japón ponía 22 de Julio y eso me desconcertó. Necesitaba saber el día exacto, no fuese a venir el día equivocado!
Así que ni corta ni perezosa, le pregunté a una de las mocitas del pabellón. Ella se sorprendió mucho y dijo que tenía que ser el día del panfleto, pero cuando le insistí en que tenía mis dudas (no tuve que insistir demasiado, sabemos como son de solicitos los japoneses) ella llamó a alguno de sus superiores y pronto apareció otra chica que le dijo algo en japonés. Entonces ella muy asombrada nos dijo que efectivamente, se había cambiado la fecha al día 23, y que cómo podía ser que lo supiéramos, sí es que éramos de la prensa (aunque ya le había dicho que lo sabíamos por unos amigos que participaban en el evento). Me pareció una pregunta muy graciosa, aunque volví a explicarle la realidad. Y nos fuimos como siempre con muy buen sabor de boca, aunque si no corrigen esos panfletos, va a haber gente que irá a ver el Festival el día equivocado.
El último apunte que quiero hacer sobre mi primer día de Expo en pleno funcionamiento es sobre el espectáculo del iceberg. Tras varias horas de pabellones, un clima bastante bueno (en ningún momento hizo demasiado calor), un buen montón de sellos en mi pasaporte, agotados hasta decir basta, y sin problemas para comer en ninguno de los restaurantes (de hecho en el primero, tipo “fast food”, la atención por parte de la chica que nos tocó fue tan exquisita que estuve por pedir su nombre para dar algún informe positivo a su favor, que los humanos en general somos tan desaboríos que siempre nos quejamos cuando algo va mal, pero nunca felicitamos cuando va bien), intentamos coger sitio en algún sitio donde nos pudiéramos sentar para verlo, pero estaba ya todo abarrotado, y no teníamos ánimos ni para buscar la entrada a las gradas. Así que nos sentamos en la primera valla que vimos Leo y yo, le cambié luego el sitio a mi madre, y aguantamos dos de pie y dos sentados hasta que empezó el espectáculo.
No vayáis a verlo con niños.
A ver. Es un gran espectáculo. Impresionante, gran despliegue de medios técnicos, música bellísima e imaginería digna de los mejores espectáculos. Pero da miedo. Puede dar mucho miedo. Vale que hay que concienciar (TODA la Expo se dedica a ello, caray!). Vale que nos estamos cargando el mundo. Vale que las imágenes para que cojamos el mensaje tienen que ser impactantes. Pero llegar a los extremos de las escenas de pesadilla... ¡no, por favor!
Es curioso porque no he visto que nadie se haya atrevido a decir esto en internet, todos ponen el espectáculo por las nubes, pero todas las personas con quien lo he comentado de a pié dicen lo mismo. A muchos, simplemente no les gustó. Yo no voy a decir que no me gustase. Igual que me gustan las películas de terror, que pueden estar plagadas de escenas desagradables, incluso gores, me gustó. Era hermoso, a su manera, como una película de Tim Burton. Pero igual que tampoco recomendaría esas películas a todo el mundo, ni las echaría en un cine al aire libre de verano, creo sinceramente que ese espectáculo está fuera de contexto en un acontecimiento popular como la Expo. Imágenes de cerdos en el matadero (que vale que saquen imágenes de basura y deshielo, pero, ¿eso? ¿qué tiene que ver con la desertización?), del fin de nuestra civilización... una cabeza con gesto de desesperación muy parecida a una muñeca rota (símbolo que a mucha gente le aterroriza), con un ojo de video enloquecido que atraía toda la atención y daba escalofríos... No. Por mucho que el mensaje final fuera de esperanza, ese espectáculo está equivocado. Había otros muchos videos en la Expo con el mismo mensaje (incluido el del Pabellón de España) mucho menos desagradables.
Y la semana de paciente re-educación de Leo para que pudiera dormir solo, por supuesto, se fue a la porra. Se pasó el espectáculo llorando en nuestros brazos y sin mirar, aterrorizado.
Menos mal que a la salida, una fuente intermitente acaparó su atención, se puso a jugar y se le pasaron las lágrimas. Porque el broche final, si no, unido al cansancio, hubiera sido desastroso.
Eso sí, esta mañana estaba reventada. Me dolían músculos que no sabía ni que existían.... No se como se apañan la gente que vienen de fuera (como mi prima Ana, que ha estado este fin de semana por Zaragoza para visitar la Expo también) para llevar ese ritmo tres días seguidos.
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