Llevo dos días permitiéndome el lujo de despertarme más allá de las 10,30. Creo que estoy intentando aprovechar al máximo lo poquito que me queda de las vacaciones, que me deprimo sólo de pensar que mañana madrugaré para ir a la Expo y ya, a sufrir con el trabajo una semana entera (menos mal que será sólo de 4 días).
El levantarme tarde me está permitiendo soñar y soñar y soñar a tope.
Hoy he soñado que estábamos en Nueva York. Era una escapada como de dos días, que nos la pagaba alguien, e íbamos en grupo, pero ya que estábamos esa noche queríamos aprovechar y ver un musical en Broadway. Lo que pasa es que ya eran las 10 y pico y estaban todos a punto de empezar, así que de ir a buscar esa oficina dónde venden los tickets a mitad de precio, como que nanay. Y además estábamos un poco fuera de la zona, estábamos casi en la parte antigua, la de Wall Street, así que había pocos teatros abiertos. En uno echaban “Millie, Una Chica Moderna”, que es un musical que me encanta, pero que al estar ya hecho en película, me daba un poco de pena desperdiciar la pasta en verlo en el teatro. Además, preguntábamos el precio y nos decían que sólo quedaban entradas de 100 y 150 dólares, a lo que la gente que estaba con nosotros ponía el grito en el cielo.
En otro teatro algo más cutre al lado del de dónde estábamos, echaban otro musical sobre un robot o algo así. Me era totalmente desconocido y por ello, me apetecía más verlo, así que intentaba convencer a la gente de entrar. Me costaba lo mío, todos querían mirar más teatros, y los demás teatros estaban lejos, las funciones a punto de comenzar, y no iba a dejarnos entrar. La chica dela taquilla era un encanto y nos decía que empezaba en cinco minutos, pero que esperaban a que nos decidiéramos. Y la entrada, en comparación con la otra, era más barata: 78 dólares. Vale, seguía siendo un pastón, pero si empezabas a multiplicar, era bastante menos.
Me costaba un poco conseguir entrar, y me veía en un momento fuera, con los enormes portones de ese teatro cerrados, y en otro dentro, ya sentados, en unos asientos estrechos e incómodos que valían las protestas y quejas de varias personas (los nuestros eran muy estrechos y dudaba que mi enorme culo cupiera en ellos, pero curiosamente una vez sentados no notaba ninguna dificultad), y veíamos una extraña obra en la que los protagonistas se parecían sospechosamente a los teleñecos (incluso teníamos sentado al lado a uno de los abueletes del palco. También había un ojo que se abria y cerraba en la pared de detrás nuestro. Todo muy de gomaespuma. A la larga, espectacular.
Tras un fundido en negro, que puede haber sido porque me desperté, o simplemente porque el sueño era así, la estancia en Nueva York había terminado y teníamos que coger un avión a Australia, que era nuestra siguiente etapa. Así que salíamos desde allí, y empezábamos a volar al sur. Pasábamos por una ciudad con enormes rascacielos, hermosísimos y tan altos que el avión pasaba junto a ellos en vez de por encima, y al preguntar me decían que estábamos sobrevolando Brasil y que luego pasaríamos por Argentina. “Claro”, pensaba yo, “es que hemos salido de Nueva York, así que iremos por Argentina, y luego torceremos hacia Australia”. Pero seguíamos hacia el sur, y yo mirando por la ventanilla veía que sobrevolábamos la Patagonia e íbamos a pasar por la Antártida. Supongo que, como en el viaje a Japón, la curvatura de la tierra, al menos en mi sueño, hacía razonable acortar por el polo en vez de en lo que un mapa tradicional parecería la linea recta (cuando fuimos a Japón sobrevolamos Siberia, y es que si miras una bola del mundo, es el camino más corto entre Europa y Japón, más que sobrevolar China o el Tibet como me hubiera gustado que hiciéramos, y fue una pena. Siberia es una de las zonas más aburridas para sobrevolar que existen, todo estepa sin signos de civilización…).
Lo más impresionante es que sobrevolar la Antartida, en mi sueño, significaba que el propio cielo estaba congelado, así que el avión iba cuidadosamente por debajo de un techo de nubes que todos sabíamos que eran de nieve y hielo, y conteníamos la respiración para que no rozara con un ala y tuviéramos un accidente.
Al final las nubes sólidas eran tan bajas que el avión se veía forzado a aterrizar. Nos decían que de paso, repostaría y haría tareas de mantenimiento, ya que aterrizaba en una zona civilizada, con aeropuerto y todo, y que podíamos aprovechar y dar una vuelta, que mandarían a buscarnos. Dicho y hecho, para mí cualquier ocasión de hacer turismo es buena, y nos empezábamos a recorrer la zona.
Aquí llegamos a uno de esos puntos en los que me gustaría haber podido fotografiar mi sueño (nota a posteriori: curiosamente he encontrado estas fotos reales muy parecidas a lo que soñé. ¡Viva Google!). Mi Antártida onírica estaba plagada de Géiser de agua caliente, por lo que había muchas zonas que no solo no estaban cubiertas de nieve, sino que tenían una frondosa vegetación. Al ser de origen volcánico, pasábamos por una zona en forma de cráter, llena de plantas verdes, y dónde los géiseres salían de forma oblicua y simétrica y cruzaban sus chorros como una fuente de un jardín de las mil y una noches. Además, el vapor de agua en el ambiente daba a todo un brillo plateado especial. Vagar por esas zonas, como pequeños jardines coronados por estanques de agua caliente y delimitados por zonas nevadas, era, nunca mejor dicho, como estar en un sueño, y a mi me faltaba tiempo para llenarme de esas bellísimas imágenes y recorrer todo aquello, pensando muy seriamente que no me importaría vivir en un lugar así.
De pronto me comunicaban que el avión estaba a punto de salir, y que venían a buscarnos con una furgoneta. Yo veía venir la furgoneta y resignada, junto con las personas que me acompañaban, me dirigía a ella diciendo adiós a ese paraíso, pero me parecía que había gente que estaba más lejos, que no se había enterado del aviso, y que no tenía especial intención de volver al avión.
Nosotros teníamos que ir a Australia, que ya estaba muy cerquita…
El único problema es que nunca llegué a ver la última etapa del viaje… ahí me desperté…. Lástima.
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