lunes, 23 de junio de 2008

PICOTAZOS

Mi amiga la lluvia se ha ido. Ha llegado el verano como llega a esta ciudad, de golpe y como un mazazo, y ahora no se puede ni salir a la calle del calor que hace.

Como tengo la suerte y la fortuna de vivir en una casa fresquita, ni falta que me hace salir. Del trabajo (con aire acondicionado) al coche (con aire acondicionado) y de ahí a mi casa (fresquita) o a la de mis padres (fresquita también). Así que prefiero mil veces el calor a la lluvia. Además, soy friolera.

En casa de mis padres hay jardín y piscina. En realidad más que una casa es una mansión, de la que están orgullosos con motivo más que suficiente. Pero es curioso que cuando en mi infancia no había quien me sacase del agua, ahora a mí la piscina ni me va ni me viene y a veces hasta tengo peleas con mi madre que no entiende como, con el calor que hace y lo que apetece un baño, yo llego a su casa y paso olímpicamente de bañarme.

Y es que a mi apenas me gusta salir de casa. En mi casa tengo mis hobbies y mis entretenimientos, y el sol para mí es un enemigo que me hace sudar y me deslumbra en verano. En invierno soy demasiado friolera para estar fuera y apenas hay luz. Si no, es el viento... en fin, que no me gusta el exterior.

Incluso esos momentos de verano al atardecer cuando ya refresca y “se está tan bien en el porche” son odiosos.

El jueves pasado cenamos allí, porque habían venido mis tíos de Francia de visita, y se estaba mejor. No lo niego, se estaba bien en el porche. Pero faltaba el último factor que odio del exterior: los bichos. Estos meses de lluvia han dejado una provisión impresionante de mosquitos. Y uno decidió cenárseme a mí. Llevo las piernas acribilladas. Esta noche incluso he soñado que alrededor de la piscina había un nido de serpientes, y cada vez que pasaba al lado dos cobras saltaban sobre mis piernas como normalmente hace mi gato y me clavaban los colmillos. De hecho pasaba varias veces, porque se me olvidaba que estaban allí (se suponía que el resto eran culebras, inofensivas), e inexorablemente, cada vez que pasaba, las cobras saltaban a mi pantorrilla. Menos mal que por algún motivo, no tenían veneno. Yo lo sabía, y solo me fastidiaba la perseverancia de los bichitos... ¿qué puñetas les había hecho yo para que cada vez que me acercase me dieran un mordisco? Y con toda mi santa paciencia, separaba sus mandibulas de mi pierna, las soltaba y las devolvía al montón de serpientes.

Lo sé.

Mis sueños pueden ser de lo más psicodélico.

2 comentarios:

Nicasia dijo...

Creo que Indiana Jones suele soñar cosas parecidas...

Sonia dijo...

Jajaja, pero él no se lo toma con tanta pachorra como me lo tomaba yo, te lo aseguro...

 
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