martes, 29 de octubre de 2013

MI PEQUEÑA DESTRUCTORA




Este mes se ha cumplido el primer año desde la llegada de una nueva inquilina a casa. El día del Pilar de 2012, nuestros amigos Mabel y Damián, con la complicidad de Josema, por supuesto, y a raíz de mi frecuente comentario de “Siempre pensé que si tuviera un gato sería hembra, y negra; y ya ves, tengo un macho, y blanco”, me prepararon una pequeña emboscada y cuando fuimos a su casa, me encontré allí una preciosa panterita en miniatura a la que, dado que no esperaba para nada que hubiera otro gato negro allí, confundí con su precioso Kuro, a pesar de que solo se parecían en el color del pelaje.

Como es de esperar, una vez la tuve en mis brazos no podía consentir que se volviera a la casa de acogida de la que la habían sacado, así que la única condición, por supuesto, fue que se llevase bien con Jonsey y no causara problemas. Hubo un amago de alergia de Leo, pero al parecer fue un caso de “alergia al gato nuevo”, ya que en unos días desapareció. Y Jonsey, a pesar de su reacción a lo “grumpy cat” (que por otro lado, es como reacciona absolutamente a todo, y más desde que se hace viejo) pronto la adoptó como a una hermanita pequeña, a la que por cierto, ahora le tolera más de lo tolerable.

Si a eso le sumamos que incluso ahora, la pequeña tiene la costumbre de agarrar mi dedo con su patita como hacen los bebés (y todos sabemos lo que dicen: cuando un bebé te agarra el dedo, agarra tu corazón), está claro que el animalito se iba a quedar en casa.

Por supuesto, recibió el nombre apropiado a la dinastía gatuna: Ripley. (Supongo que a esta marcha, nuestro próximo gato, si es hembra se llamará Vazques o Newt, si es macho, Hicks XD). Y se quedó.

Ripley es tan diferente en carácter de Jonsey como lo es de aspecto. Si Jonsey es cascarrabias, Ripley es un cascabel. Si Jonsey es un pachorrón, Ripley es un manojo de nervios. Si Jonsey aguanta en brazos horas, aunque gruña como un descosido, Ripley no consiente que la cojas y solo aguanta décimas de segundo. Si Jonsey te dice “deja de acariciarme” con un mordisco, Ripley aún no ha sacado dientes ni uñas, ni jugando. Si Jonsey apenas come, a pesar de estar gordo como Garfield, Ripley es un palillo, pero devora como una lima. Si Jonsey duerme en la cama conmigo desde el primer día, ignorando las camitas especiales para gatos, Ripley se ha apropiado de la cama a la que Jonsey nunca hizo caso y duerme en ella, junto a nuestra cama, todas las noches….

Si Jonsey jamás ha mostrado interés por el mundo exterior (excepto algunas excursiones por la urbanización de mis padres, pero desde luego, nunca desde nuestro piso), con Ripley hemos tenido que poner rejas en las puertas y ventanas, después de dos paseos por las terrazas de los vecinos, uno de los cuales terminó con Josema teniendo que saltar a la terraza de al lado para recogerla, porque la señorita se había acomodado allí como una odalisca y sin intención de moverse. Y menos mal que encontramos una forma cómoda y fácil de poner rejas, porque el verano de calor espantoso que hemos pasado sin poder abrir las ventanas por culpa de la pequeñaja no tiene nombre.

Si Jonsey jamás ha destrozado nada (excepto cuando tuvo problemas de orina, y en ese caso tampoco se dedicaba precisamente a arañar muebles), Ripley en una semana ha llenado de agujeros el flamante sofá nuevo que acababan de traernos como regalo de cumpleaños de mis padres…

Alguno se preguntará como es que la aguantamos. Bien, quien tiene mascotas sabe que eso es una responsabilidad. Ripley, como Jonsey, es ya una de la familia. Si hace algo mal, intentaremos educarla para que no lo haga. Si no lo conseguimos, al menos intentaremos evitarlo. Si a pesar de eso, nos causa problemas… bien, en la balanza sigue pesando más su vida que un objeto inanimado, por mucho que nos duela.

Y además, que quereis que os diga.

Cada vez que agarra mi dedo con su patita, vuelve a agarrar mi corazón.

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