Dije en una entrada anterior que siento especial cariño
(dentro del cariño que se puede sentir por alguien a quien en realidad no
conoces de nada) por el actor chino Jackie Chan. Sin ser fan acérrima de sus
peliculas, no puedo evitar sentarme ante la tele cuando empieza una de ellas, y
a menudo me engancha más que otras películas de mayor categoría, sobre todo las
de su época más auténtica, cuando filmaba con pocos medios y muchos porrazos en
su ciudad de origen, Hong Kong.
Una de sus últimas películas de esa época, no sé si antes de
su éxito en Hollywood, pero desde luego todavía rodada en Hong Kong y a la
vieja usanza, es “El Supercop”. Con ese título, quizás no se pueda esperar una
gran obra del séptimo arte, pero por algún motivo esa película se quedó grabada
en mi cabeza. Sobre todo unas escenas al final de la misma, con una pelea en el
tejado del Centro de Convenciones de dicha ciudad, desde donde se veía todo el
paisaje de la misma, plagado de hermosos rascacielos que no tenían nada que
envidiar a la mismísima Nueva York. Fue viendo esas escenas cuando me prometí a
mi misma que si algún día viajaba a China, una de mis metas sería Hong Kong.
Como digo a menudo, soy afortunada, porque la he cumplido.
Estas vacaciones, de forma un tanto precipitada, nos hemos embarcado en un
viaje que hacía años que queríamos hacer. Un viaje que empezó siendo de bajo
presupuesto y que casi duplicó su precio cuando decidimos añadir un par de días
extra en Shanghai y la extensión a la ciudad de Hong Kong, de lo que no me
arrepentiré en la vida porque fueron las dos experiencias más fascinantes de un
viaje ya fascinante de por sí.
Y durante todo el tiempo que recorrimos la ciudad de Hong
Kong, una amalgama de culturas con la fascinación de oriente y el progreso de occidente,
que podría perfectamente haber estado sacada de la película Blade Runner,
mientras buscábamos la tienda de Lego que destrozaban en la pelicula “El
Supercop”, nos admirabamos de la inmensidad de los rascacielos o del interior
del Centro de Convenciones, sentíamos perdernos el espectáculo de luces de la
bahía que anularon como señal de duelo por el atentado en Manila, veíamos pasar
esos estrechos tranvías de dos pisos que a duras penas caben por debajo de los
enormes carteles luminosos que cruzan de un lado a otro de las calles en la
zona comercial de Kowloon, pero sobre todo, cuando vimos su nombre en el paseo
de las Estrellas (un paseo lleno de huellas de manos de actores y directores
chinos, al más puro estilo Hollywood), no pude evitar tararear, al ritmo de los
ya casi olvidados Gabinete Caligari, “La culpa fue de Jackie Chan”…
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