Llevo escribiendo un diario desde los 11 años. Una de las cosas que más me gusta escribir en él son mis sueños, así que casi desde el principio me dije que lo titularía "Vivir para Soñar".
No es que me vaya a ceñir sólo a mi mundo onírico. Mi idea es, simplemente, cambiar de formato. Del papel al informático. Contaré de todo... sueños, anécdotas, pensamientos, incluso desahogos... No obligo a nadie a leerme... probablemente acabeis, si no soñando, al menos casi seguro, dormidos...
Día random, situación rándom en la que venía más o menos a cuento (no me preguntéis por qué, tengo memoria de pez) la frase de Star Wars "Muchos espías Bothan han muerto para conseguir esta información".
El caso es que no me acordaba de la raza de los espías (tengo memoria de pez, ¿lo había dicho antes?). Soy muy fan de Star Wars, pero no soy una enciclopedia de las muchas razas/nacionalidades/lo que sea que se nombraban en la peli. Así que, como digo, no me acordaba. Pero el momento era el momento, y si no soltaba la frase entonces, ya no tendría gracia.
Así que en vez de Bothan, dije Klingon.
Sabía perfectamente lo que decía. Pero es que me parecía que sonaba bien y que tenía gracia, además de la frikada de mezclar los dos universos. Y funcionó, porque a Josema le hizo tanta gracia que hasta lo puso en su facebook.
"Muchos espías Klingon han muerto para conseguir esta información".
El caso es que hoy los he encontrado. Miradlos, qué bonicos ellos.
Todos unos artistas de la infiltración. Me pregunto qué pudo haber fallado...
Hace años una tía mía soltó, sin ambages y delante de sus dos hijas
mayores, que "Todos los hijos son unos ingratos". Para mi completa
estupefacción, sus dos hijas (a las que claramente acababa de insultar)
asintieron dándole la razón sin titubear. Incluso yo me sentí insultada,
pero ellas no. Nunca entendí por qué.
Supongo que el pensamiento
de esta señora, como es de otros muchos padres es "Yo te he dado la
vida, y te he críado, así que tú me lo debes todo, y por tanto debes
mostrar eterna gratitud". Pero, como bien me dijo también hace años mi
marido, y yo comparto esa opinión, cuando tienes un hijo es tu
responsabilidad. Tu has decidido (o no, pero ahí está) tenerlo y tu
tienes el deber de criarlo y hacer que salga adelante. Él no te debe
nada, porque no te lo ha pedido. Viene de serie con el carnet de madre
(o de padre).
Eso no quita, por supuesto, que los hijos tengamos
que responder a esto con puñaladas traperas. Por supuesto que a nuestros
padres (en la mayoría de los casos, siempre hay excepciones, pero hablo
de lo que considero una relación familiar "normal") les debemos
respeto, cariño y gratitud por habernos traido al mundo y habernos
ayudado a salir adelante.
Pero ¿hasta dónde llega dicha gratitud?
¿Porque una señora con tres hijas que siempre han estado ahí volcándose
en ella tiene la desfachatez de decir que sus hijas... no, que TODOS
los hijos son unos ingratos?
Yo en su momento lo achaqué a la
peculiar forma de ser de esta señora, pero a mis 46 años y después de
muchos encontronazos con mi propia madre (quien, a pesar de tener una
mentalidad completamente diferente, al fin y al cabo es prima hermana de
mi tía y comparte con ella sangre y educación) me estoy dando cuenta de
por dónde van los tiros.
Somos unos ingratos porque en fondo NUNCA seremos lo que ellos esperan de nosotros.
Si es que a eso se le puede llamar ingratitud, claro. Que para mis estándares no lo es, pero ese es otro tema.
Mi
madre jamás ha dicho eso de que TODOS los hijos sean ingratos. Pero ha
soltado otras perlas que duelen lo mismo o más. Como ese "Ah, que XX
cerdos podría haber críado!!" (sustituir XX por la edad actual del hijo,
dando a entender que si en vez de un hijo hubiera críado un cerdo por
cada año de su vida le habría resultado más rentable). A lo mejor a ella
le parece gracioso, o inofensivo. Pero cuando te lo dice simplemente
por que te ve jugando a la Gameboy con tu sobrino (¿no estamos de
visita? ¿No se supone que estamos socializando con la familia?), y deja
claro que le avergüenza tu comportamiento, algo huele a podrido en
Dinamarca.
Vamos por partes.
A mi madre, obviamente, la
quiero mucho. Es una persona fuerte, admirable, que ha sabido salir
adelante en una época en que no era fácil para las mujeres trabajar y
tener una familia al mismo tiempo, y que ha conseguido escalar en su
trabajo probablemente a los puntos más altos. Si hubiera sido hombre,
probablemente sería presidente del Gobierno. Por supuesto tener a mi
padre (una persona excepcional la mires por donde la mires) apoyándola a
su lado le ha ayudado mucho, pero no hay duda de que ha sido su propio
carácter luchador la que le ha llevado a dónde ha estado.
El
problema de base está, y ha estado siempre, en que lleva MUY mal que los
demás no hagan lo que ella espera de nosotros. Y cuando digo los demás,
por supuesto, hablo sobre todo de mí.
No es tonta. De hecho es
muy inteligente, y tiene la cabeza muy bien amueblada, así que
obviamente ha sabido dirigirme muy bien durante toda mi infancia. Ahora,
a mi edad, me doy perfecta cuenta de la maniobra, pero cuando era
pequeña, cuando alguien decía "Esta chica dibuja muy bien, será pintora,
¿verdad?", siempre se adelantaba a contestar "No, porque los pintores
se mueren de hambre". Semejante cantinela, repetida una y otra vez con
argumentos convincentes durante TODA mi infancia, como es lógico me lavó
el cerebro, y yo misma acabé contestando lo mismo cuando me
preguntaban. Resultado, muerta mi única vocación, cuando me preguntaban
lo que quería ser de mayor, sólo tenía claro lo que NO quería ser:
Médico o profesora. Primero, porque me parecían dos topicazos
impresionantes. Segundo, porque veía lo hijos de puta que eran mis
compañeros de clase y lo que tenían que sufrir los profesores y no
quería pasar por lo mismo, y porque la responsabilidad de tener vidas
humanas en mis manos me aterrorizaba.
Los que me conoceis ya sabeis lo que acabé estudiando, ¿no?
Medicina.
Siguió
siendo parte de la elaborada cadena de preparación, lavado de cerebro y
perfectos razonamientos: "La medicina tiene otras salidas, mujer.
Siempre puedes trabajar en un laboratorio". "En otra profesión no, pero
en medicina sí que podemos ayudarte". "Es que si quieres estudiar
biología tienes que salir fuera de Zaragoza... lo más parecido es
Medicina..."
Por supuesto la culpa no es suya. Yo soy débil, y
perezosa. La idea de estudiar fuera de mi ciudad no me hacía ninguna
gracia, y la oferta en Zaragoza no era buena. Además, para salir fuera,
eso si lo tenía claro, haría Bellas Artes, y para eso estaba claro que
no tendría su apoyo.
Oh, ella dirá "¡Pero te metí en una academia
de dibujo!". Sí, en una dónde el profesor nos hacía dibujar cabezas y
pies de yeso y luego pasaba olímpicamente de nosotros. Aguanté tres
días. "Pero fuimos a la escuela de Artes y Oficios a ver si podías
matricularte por libre, y no se podía". Exáctamente. No se podía, y como
es una formación de menor nivel, jamás me habríais permitido hacer eso
EN LUGAR de medicina.
Así que me enseñaron a considerar mi
vocación sólo como un hobby. Algo secundario a lo que merecía mi
principal atención, la carrera de medicina. Y claro, aunque no paraba,
estaba en fanzines, dibujaba constantemente y hasta me hice cierto
nombre en el fandom incluso nacional (alguien llegó a decir una vez en
una conferencia que le honraba estar en la misma sala que yo... casi me
caigo al suelo de la emoción), me faltaban dos cosas muy importantes que
sólo habría podido conseguir con unos buenos estudios de Bellas Artes:
formación y contactos.
No es que eso me amargue la vida. En
realidad, como soy conformada, débil y comodona, me fui haciendo un
hueco en mi profesión, di varios tumbos y conseguí el puesto fijo que
tengo ahora en el que por poco esfuerzo tengo un MUY BUEN sueldo y una
seguridad económica. Soy feliz con mi trabajo, y no necesito romperme la
cabeza. Por supuesto, soy muy consciente de que he acabado haciendo lo
que me dijo un profesor, hace años, cuando le pregunté si a él realmente
trabajaba en lo que le gustaba. "Al final, no es que trabajes en lo que
te gusta, es que te acaba gustando tu trabajo". En ese momento me sonó
triste y derrotista... Bueno. Quizás lo es. Pero así es la vida. No
todos podemos conseguir nuestros sueños más locos, y hay que conformarse
con los más asequibles. Hay otras formas de llenar la vida,
afortunadamente, y yo sigo en ellas. Aunque hagan que mi madre se
arrepienta de todos los cerdos que podría haber críado.
A lo que iba, y volviendo al tema principal. Madres e ingratitud filial.
Con
los años le fui viendo el plumero a mi madre. Aunque siempre me apoyó
en todas mis decisiones laborales relacionadas con la medicina, y toleró
que no me presentase al MIR a pesar de las muchas puertas que me
cerraba, le faltaba tiempo para intentar redirigirme a la práctica
médica (sustituciones de Atención Primaria, la época en que no podía
dormir preguntándome si mis decisiones estaban siendo correctas) o para
buscarme enchufes en los hospitales. No me vino mal cuando al fin
encontré la forma de trabajar como médico sin ver pacientes: presentarme
a las oposiciones de Médico de Admisión y Documentación, para las que
no hacía falta preparación MIR. Hasta me consiguió una entrevista en el
Royo Villanova, donde pude meter la cabeza con una Comisión de Servicios
cuando conseguí plaza fija en la oposición pero no en Zaragoza. A
partir de ahí, mi vida laboral fue rodada, aunque debo apuntar que todo
lo conseguí por méritos propios y con una suerte que no me la creo ni
yo. Nunca me tocará la lotería, pero en las cosas importantes no me
quejo: la vida me sonríe.
Pero lo mejor fue cuando en mi
accidentada estancia en el Hospital Miguel Server (al que se me han
pasado las ganas de volver), dejó caer en un par de ocasiones su deseo
de que yo optase a un puesto directivo. Ahí fue dónde me dejó clarísimo
lo que ella quería: Que yo hiciera lo que ella, por no ser Médico, no
había podido ser (llegó a lo más alto que su profesión le permitía,
Dirección de Enfermería tanto en su hospital como en Primaria, pero se
jubiló cuando nació Leo, y supongo que ahora tenía mucho tiempo libre
para pensar en lo que podría haber llegado a ser). A buena parte había
ido a parar.
Para empezar, mi liderazgo es cero. En serio. Nadie
me escucha, todo el mundo me toma por el pito del sereno y soy demasiado
blanda para ser jefe. Así me iba en el Servet, y eso que al menos mis
subordinados me tenían cariño, porque lo único que se me da bien en las
jefaturas es luchar por ellos. Pero es que además, NO QUIERO. ¿Recordais
que he dicho antes que no me gustaba la responsabilidad de tener las
vidas de los pacientes en mis manos? Pues imaginaos la responsabilidad
de dirigir un hospital. NO. Simplemente, NO.
Hacía ya tiempo que
sabía que mi madre nunca ha querido una hija, esto es, una persona
independiente que ha nacido de su seno, pero con un cerebro propio e
ideas y personalidad propias. Mi madre quería un clon, o un pseudópodo, o
simplemente una versión más jóven de sí misma. Siempre me lo ha
demostrado: Cuando estoy de acuerdo con ella, todo va bien. Como, como
ya he dicho, es inteligente y tiene sentido común, la mayor parte de las
veces estamos de acuerdo. Pero a veces no. Porque, como digo, soy una
persona diferente. Mi cerebro no es el suyo. Y hay cosas que no comparto
con ella.
Y he aprendido a callármelas porque si no, lo llevamos claro.
El
problema es ese. Que ella asume que tengo que pensar igual que ella.
¿Que piensa que tengo que tener una chica de la limpieza? Pues no me la
pone en la puerta de casa no sé por qué, porque la última vez le faltó
poco, ya había llamado a una y todo, y encima cuando le dije que no poco
menos que tenía que ser yo la que llamase para pedir disculpas. Por
supuesto, a sus ojos soy incapaz de educar a Leo correctamente, y
que
falle en sus estudios o que tenga sobre peso es culpa mia a pesar de
que la que le dejaba siempre bombones y galletas a su alcance era ella y
la que le soplaba el resultado de los deberes en sus primeros años de
estudios también era ella.
Ahora como se aburre vive enganchada a
la página web del colegio de Leo. Es impresionante los interrogatorios a
los que le (nos) somete, tanto para saber sus notas como para
asegurarse de que lleva todos los deberes. Hasta tal punto que Leo se
acostumbró casi a no pensar. ¿Para qué, si su abuela pensaba por él?
La rematadera fue ayer.
Ayer fue su cumpleaños.
Como
otro de los lugares informáticos donde vive es Facebook, me tomé la
molestia de buscarle un video adorable para felicitarla, se lo dediqué y
luego seguí mi día a día. Por la tarde dediqué tiempo a mi marido, ya
que por la noche se iba a ir de viaje a Madrid, y casi a las 8 me senté
frente al ordenador y pensé "Voy a comprobar facebook, que no lo he
mirado en toda la tarde". La asociación de ideas con facebook me hizo
pensar. "Huy, y debería llamar a mi madre, que aunque ya le he
felicitado igual espera mi llamada..."
No me dio lugar.
En ese momento sono el teléfono. Genial. Ya nunca quedas bien cuando pasan esas cosas.
Y por supuesto, no fue agradable.
Primero
se puso mi padre, intentandome hacer ver lo mala hija que era y lo
disgustada que estaba mi madre. Peroperopero... no es que no le haya
felicitado, ¿no?. Y también tengo una vida, joder. Pero vale. Aceptamos
barco. Tendría que haberle llamado. Pásamela y le felicito.
Pero entonces vino la rematadera.
Mi
madre, en plan mártir, empezó a decir que llevaba toda la tarde
esperando, pero que claro, que estaba claro que no iban a salir, porque
mire usted, con mi padre sí que habíamos salido, pero con ella como lo
celebró el sábado...
Espera, espera... ¿teníamos que salir?
Cuando
fue el cumpleaños de mi padre es cierto que salimos a cenar. Pero
porque teníamos que hacer compras, y aprovechamos esa tarde. Un poco
como compensación por haber pasado su cumpleaños comprando, sugerí,
porque me parecía apropiado, cenar juntos después.
Si no hubieramos salido de compras, probablemente no lo habríamos celebrado.
Pero es que además... si ella quería hacer algo así...¿por que no dijo nada antes?
¿Tengo que adivinarlo?
¿Tengo que leer su mente?
Me
quedé hecha polvo. Con ese sentimiento de culpa que mi madre sabe
manipular tan exquisitamente, pero a la vez de rabia e impotencia. ¿Por
qué me tiene que tratar así? ¿Qué gana haciéndome sentir miserable?
Cuando yo quiero algo, y eso lo he aprendido de ella, yo misma voy a por
ello. Si quiero salir o celebrar algo, yo misma me moveré y lo diré.
Porque no puedo exigir que quien no lo sabe lo adivine. Pero está claro que ella no opina así.
Así que va a ser cierto lo que decía mi tía. Los hijos somos unos ingratos.
Porque
encima de crecer y volvernos independientes, tenemos la desfachatez de
no ser clones suyos. De no compartir su cerebro, y por tanto adivinar
sus pensamientos. Porque al final, nos empeñamos (putos cabrones
egoístas que somos, oyes) en seguir nuestro camino, y no el que ellos
nos quieren marcar.
Por favor, Leo.
Si me vuelvo así, abofeteame. Fuerte. Hasta que se me pase la tontería, porque me lo mereceré.
Que soy una persona acumuladora y coleccionista, todo el que
me conoce lo sabe. Mi casa se acerca peligrosamente a la de un enfermo de Síndrome de Diógenes y a veces me pregunto si no sufriré yo misma esa patología. Cierto
es que con la edad (y la necesidad) me resulta un poco menos difícil deshacerme
de según qué cosas que cuando era adolescente, pero todavía me cuesta.
Y me he dado cuenta de que no es por su valor económico.
Es por su valor sentimental.
Estamos hechos de recuerdos, leí en algún sitio, y lo creo
firmemente. Somos nuestras experiencias, nuestra memoria, y por ello
enfermedades como el Alzheimer, que te las roban, me dan tantísimo terror. Por
eso los finales de historias en los que el protagonista pierde la memoria me
parecen mucho más dramáticos que la muerte (¿La cuarta Temporada de Doctor Who,
por ejemplo? ¿Ese videojuego del que hablaba en mi entrada anterior?). Por eso
siempre lloro cuando veo “50 primeras citas” y me doy cuenta de que el
protagonista reconstruye a su amada TODOS los días cuando le ayuda a recordar…
Cuando perdemos nuestros recuerdos, dejamos de ser quienes somos, perdemos lo
que nos hace ser así.
Escribir me ayuda a no perder esos recuerdos, pero aún así
me doy cuenta de que poco a poco se van diluyendo, se pierden, y me duele. De
hecho, me estaba planteando hacer el Desafío rolero que muchos amigos están
haciendo en sus blogs, y hay algunas preguntas que realmente no sé cómo
contestar: hace más de 20 años que juego a rol… y los detalles, los personajes
memorables… se van yendo… ¿Cómo decían en Blade Runner? Cómo lágrimas en lalluvia…
Entonces es cuando comprendo porqué muchos objetos tienen
tanto valor para mí.
Sin ir más lejos, y mirando a mi alrededor, aquí en el
despacho dónde estoy robando tiempo de mi trabajo
para escribir esta entrada…
La botella de agua que reciclo y traigo conmigo todos los días en mi
infructuoso intento de perder algo del peso ganado todos estos años vino desde
Hong Kong hace tres años. Cada vez que la miro, recuerdo la última mañana de
aquel viaje, recorriendo las callejuelas de esa ciudad, los puestos de comida,
las numerosas tiendas, la gente… el calor que hacía que tuvieramos que comprar
agua en todas partes. Sí, es una botella práctica, con tape en forma de vaso, y
por eso la guardé. El recuerdo es un valor añadido.
Otra mirada a mi alrededor, y veo la neverita USB que me
regalaron mis antiguos compañeros del Royo Villanova. Ya no funciona bien, y
por eso no la utilizo, pero me vienen a la cabeza las personas maravillosas con
las que compartí tantos momentos, y me trae una sonrisa, haciéndome más
agradable la mañana. Sonia, Ana, Arancha, Carlos y los demás vuelven por un
momento a estar conmigo, y eso no tiene precio, como dirían en aquel anuncio.
Miro otra vez, y veo la bolsa de tela en la que suelo traer la
botella de agua y otros trastos. La compré en Vietnam, en el viaje que hicimos
para conocer a una de las personas que ahora mismo más quiero en este mundo,
aparte de mi familia. Fue una compra casi impuesta, en un pueblecito turístico
al que llamamos cariñosamente “El pueblo de las mujeres zombie psicópatas”, ya
que desde el momento en que bajabas del autobús te acompañaban como una masa,
con sus trajes coloristas tradicionales, y no te dejaban hasta que no les
comprabas alguna pieza de artesanía. Fue una experiencia agridulce, porque me
hizo preguntarme si esas mujeres, que estaban como en un zoo (eran una etnia
protegida), no tendrían otra aspiración en la vida que vivir en un pueblo atascado
en la edad media solo para servir de atracción turística, y sobre todo me
preguntaba si los niños que veía ahí tendrían alguna oportunidad de hacer algo
diferente. Mi amiga Trinh me dijo un día que la actriz que interpreta al
personaje de London Tipton en la Serie Hotel
Dulce Hotel pertenece a esa etnia, pero el caso es completamente distinto.
Compré ese bolso, sin mucho interés, pero ahora ya veis
cuantas cosas me pasan por la cabeza cada vez que lo veo. Incluyendo una
sonrisa recordando los días que estuve en persona con una de mis mejores
amigas. Quizás nunca más vuelva a verla, pero gracias a ese trozo de tela,
atesoro su recuerdo.
Podría seguir: el pequeño estuche donde guardo los
pendrives, regalo de nuestros amigos Mabel y Damián. El trofeo del concurso de
fotografía del Royo Villanova. El broche de muñequita de fieltro que llevo en
la bata, regalo de mi cuñada. Los cuatro anillos que siempre llevo puestos,
cada uno un momento de mi relación con José Manuel…
Y esto es solo lo que tengo aquí, conmigo, en el pequeño
despacho dónde trabajo…
En cualquier caso, es cierto que a mi siempre me han gustado
los finales felices, y que un final amargo (sobre todo si no aporta nada) me puede estropear una buena historia.
Por eso le he cogido manía a películas como “Un puente hacia Terabithia”. Pero también reconozco que un buen final es un
buen final, y a veces para conseguir eso, no puede ser tan feliz.
La cosa es que conseguir un buen final no siempre es fácil,
y eso lo veo mucho últimamente en los videojuegos. Bueno, y en las historias, y
hasta en las entradas de este blog, que nunca sé como acabarlas, pero esta
entrada es sobre videojuegos.
Ya habéis visto que en este blog se habla a menudo de ellos,
y es que para mi los videojuegos son una forma más de contar historias, con el
aliciente de que las vives casi en primera persona. El caso es que, igual que
algunos juegos como el muy recomendable Bioshock Infinite tienen finales estupendos
y sorprendentes, me ha pasado varias veces que un videojuego que estaba
disfrutando enormemente me deje como al del chiste del pingüino con un final
brusco, mal pensado, o que simplemente no termina de cuadrar con la historia.Ya me pasó con el Tomb Raider Underworld, que se suponía que explicaba muchas
de las interesantes cuestiones que se plantean en Legend, o con otros juegos
que tras una buena historia terminan en plan “Chis-pun” y dices “¿Y ahora
qué?”.
Curiosamente, uno de los finales de videojuego que más
polémica han llevado, el de la saga de Mass Effect, no me ha afectado tanto
como otros. Quizás es que desde el momento en que oí que el tercer juego iba a
ser el último yo ya me había hecho a la idea de que el protagonista tenía que
morir (tampoco es que fuera un drama. Ya muere al principio del segundo juego,
y lo “resucitan”, en una maniobra un tanto extraña e innecesaria para el
argumento), o quizás es que mi familia y yo somos más listos que la media, ya
que las principales quejas eran que las decisiones no contaban (qué poco debe
haber jugado esa gente a la desafortunada segunda parte de la saga Dragon Age,
porque ahí sí que se pasan todas tus decisiones por donde yo te diga), y que el
final era difícil de entender, cosa que nosotros entendimos desde el principio.
De hecho, Leo no tuvo el menor interés en jugar la versión “ampliada” del final
que Bioware desarrolló a raíz de la gran cantidad de quejas porque para él (y
para nosotros, todo sea dicho) no aportaba nada que no hubiésemos entendido la
primera vez que lo jugamos. Aunque personalmente, y por lo que veo en los foros
que frecuento (principalmente Deviantart y ese agujero de fanáticos que es Tumblr),
creo que la principal queja venía de las fangirls (si, desgraciadamente en su
mayoría mujeres, aunque quizás sea porque mujeres son las principales personas
que sigo en esos foros) que se quejaban de que si su Shepard moría, no podría
ser feliz forever and ever con su amorcito.
A ver. Estás leyendo a la persona que se “construyó”, a
base de walkthroughs, el que para ella era el mejor final posible para su
personaje en su juego favorito, Dragon Age Origins. La que se hizo su propio PJ
después de que Josema sacrificara a la que habíamos jugado entre los tres,
porque esa escena le partió el corazón y quería un final más feliz para la
suya. Pero ese es MI final, el que yo elegí, y jamás me atrevería a decirle a
nadie que el mío es mejor que el suyo.
Pero con Mass Effect no pasaba eso. De las tres opciones
finales en el juego, solo en una el protagonista tenía una posibilidad de que,
en una escena final, apareciera una imagen de su pecho respirando.
Las fangirls se aferraron a eso: Su Shepard sobreviviría.
Sobreviviría aunque eso significase elegir la opción que condenaba a dos razas
a la destrucción total y a todas las demás a un retraso tecnológico del que les
costaría siglos salir, si no milenios.
Y claro, como se sentían culpables, empezó a correr por ahí
una “teoría de la adoctrinación” según la cual si elegías cualquier otro de
los finales, que suponían la muerte física del cuerpo del protagonista, era
porque los malos de la historia te habían lavado el cerebro.
Y eso es lo que me parece indignante. Que quieran imponer su
versión de la historia.
A mi me encantan los finales felices. Me encantaría que el
protagonista de esta historia se quedase por siempre jamás con su amorcito.
Pero a veces, el protagonista tiene que sacrificarse por el bien de los demás.
Y eso es correcto. Tan correcto como ser egoísta por una vez. Quizás más.
Y nunca entendí porqué tanta angustia, porqué tanta
polémica, por qué tanto odio y tanta presión. Bioware había hecho cosas mucho
peores que el final de Mass Effect 3 *coughDragonAge2cough*. Ningún final era perfecto, por supuesto. Pero esa era la gracia. No podía haber un final mejor que otro, porque entonces, todos cogerían el mismo. Todos tenían que tener pros y contras.
Al final la empresa cedió a la presión. Creó un final extendido, intentando explicar las cosas. En su honor diré que no se vendieron a las quejas del todo.
Demostraron que los otros dos finales no eran malos (explicando lo que algunos
ya habíamos entendido desde el principio), pero no los cambiaron, ni dieron la
razón a los que hablaban de lavados de cerebro. Y con el tiempo, la polémica,
como tantas, se ha ido diluyendo.
Pero me voy del tema. Toda esta larga charla sobre finales,
en realidad, era para hablar de otro juego.
Al poco tiempo de esta polémica, cayó en mis manos “Las Cadenas de Satinav”, de la saga alemana “Schwarzen Auge” (conocida como TheDark Eye en el ámbito anglosajón).
Voy a alargarme más, porque quiero hablar de esta saga. Los
roleros de pro quizás conozcan el juego original. Yo desde luego lo conozco a
través de mi marido, a quien dudo que alguien supere en la cantidad de juegos
de rol de todos los paises, culturas y hasta idiomas que colecciona. Se trata
de un entorno de fantasía que en Alemania ha superado en ventas al clásico
D&D desde siempre y que sigue sacando suplementos a un ritmo imparable. Me
ha sacado de muchos apuros a la hora de regalarle cosas a mi marido en
cumpleaños y aniversarios y eso que él no sabe alemán (y en inglés solo existe
el libro básico y poco más). Así que imaginaros si es un mundo rico e interesante.
A pesar de los libros, cuando yo empecé a encariñarme de ese
mundo fue cuando Josema se hizo con un juego de rol de ordenador llamado
Drakensang y del que creo que ya he hablado alguna vez. Era la primera vez que
yo veía un juego así de verdad (yo solo solía seguir los de aventura tipo Tomb
Raider) y poder crear tu propio personaje (aunque fuera con limitaciones) y
vivir la historia tú mismo era toda una experiencia. Con ese juego cogí la
costumbre de compartir con él las decisiones de su personaje (una elfa
pelirroja), y para mi cada vez que dedicaba un rato por las tardes del fin de
semana a jugar en casa de mis padres, que era donde teníamos un PC para jugarlo
(no había versión de Mac) era un acontecimiento. De hecho, cuando Dragon Age lo
desbancó, al principio para mí fue un drama.
Me encariñé mucho de los personajes, sobre todo esa amazona
Tulamida, Rhulana, que acabé customizando como muñeca de resina, la encantadora
ladrona pelirroja Gladys o el enano adorable y cascarrabias Forgrimm. O quizás
esos tres son los que más recuerdo porque llevándolos en el grupo nos
deleitaron con el mejor combo de comentarios (cada vez que seleccionabas a uno
de ellos para el combate soltaban una frase al azar) que he visto en mi vida:
-Rhulanna: “Por Rondra!” (La diosa de las
amazonas)
-Forgrimm: “Por Ardo!” (el amigo muerto cuyo
asesinato estamos investigando)
-Gladys (con su voz cantarina y adorable): “Por
supuesto!”
Así que cuando me recomendaron este nuevo juego, aunque el
estilo de juego no era de rol y el diseño era completamente distinto, supe que
tenía que jugarlo (o, en mi caso, ver a alguien jugarlo, que, como de costumbre,
fue Leo).
Se trataba de un juego de “Point and click” (o sea, de
señalar con el ratón y seleccionar), al estilo de maravillas como el clásico
“Monkey Island”. Un tipo de aventura que me encanta, porque no suele haber
combates y nunca tienes que actuar contra reloj, por lo que no me estresan
nada. Si a eso le añadimos una banda sonora bellísima, y que el diseño y los dibujos, completamente hechos a
mano, eran de una belleza y una inocencia de cuento de hadas impresionante, la
verdad es que me enamoró desde el principio. Es cierto que tiene algunas
animaciones cutres (como la escena del beso), y que es un estilo de juego que
puede que no guste a muchos… pero al poco rato la historia ya me tenía
enganchada y los personajes ya me habían enamorado a pesar de (o quizás
precisamente por) sus muchos defectos.
Por lo que el final me dejó devastada.
A pesar de que me lo veía venir desde el principio, y de que
en realidad, era la única forma de que la historia acabase “bien”, el final me
destrozó. Me tuvo toda el fin de semana ansiosa e incluso me hizo soltar alguna
lágrima cuando pensaba que nadie me veía, recordándolo.
Y es que me había encariñado tanto de la pareja protagonista
y de su historia de amor que lo que les ocurre al final, me rompió el corazón
en pedazos.
(Aun así, masoquista que es una, el regalo de Navidad de ese
año que le pedi a Josema fue la edición coleccionista del juego. Para tener una
copia física y todos los dibujos y los extras posibles del juego, aunque estuviera en alemán. Decisión
reforzada cuando descubrí que una de las artistas de Deviantart con las que
mejor me llevaba esos días había participado, aunque solo fuera un poco, en el
desarrollo del mismo).
Así que cuando hace escasamente una semana me dijeron que
había salido una segunda parte, "Memoria" en la que parte de la trama consistía
precisamente en la aventura que los protagonistas vivían para arreglar ese
amargo final… bueno, había que verla.
Malditos desarrolladores de Daedalic, en su amor por los
finales agridulces, de nuevo el final no era perfecto. Encima en este caso, a
pesar de ser un juego muy lineal, teníamos dos opciones: conseguir su meta, o renunciar a ella y no reparar nada… opción que a lo largo del juego (e intentando no
hacer spoilers) tenía cierto sentido. Porque conseguir su meta no dejaba las
cosas como estaban antes de que ocurriera su desgracia.
Tenían que empezar de nuevo.
Y bueno, eso restauró un poquito mi corazón. Con superglue,
y viéndose las grietas, pero al menos… he podido elegir.
Y ahora entiendo… un poquito, solo un poquito, a las
fangirls de Mass Effect y su forma de llevar el drama. Sigo sin entender esa
presión para cambiar el final…
Pero entiendo la angustia y el dolor que algunas sentían.
Porque sí,estos malditos videojuegos…estas malditas historias…
De hecho, a los 10 minutos de la hora de salida, recibí una
llamada de su padre, que había ido a buscarle, y estaba nervioso por motivos de
trabajo, preguntándome si yo sabía algo de ese retraso. Obviamente yo no tenía
ni idea, y me dejó preocupada. Aún así le dije “Pregunta en el colegio, ellos
te dirán si ha pasado algo”
A la media hora y visto que no volvían ni padre ni hijo, les
llamé por teléfono. Lo cogió Leo, con lo cual ya me quedé más tranquila.
Estaban juntos.
A la vuelta, bastante más tarde que de costumbre, se aclaró
el enigma: la taquilla de María, una de las mejores amigas de Leo (a veces nos
preguntamos si algo más) se había estropeado, y él, como buen caballero de
brillante armadura, se había quedado a ayudarla. Como consecuencia, María había
perdido el autobús, así que Josema la llevó también a su casa. Y eso lo
explicaba todo.
Pero esos momentos de incertidumbre debieron hacer mella en
mí… porque esta noche he soñado que nunca salió del colegio.
Que habíamos ido a esperarle y ahí no estaba.
Y que había pasado un día y seguíamos sin saber nada de él.
Y ese segundo día me daba cuenta de la magnitud del problema
y empezaba a asustarme y a angustiarme.
Hasta que de pronto he abierto los ojos, y me he dado cuenta
de que Leo estaba durmiendo plácidamente en su cama… y he respirado de alivio…
y me he vuelto a dormir.
Este mes se ha cumplido el primer año desde la llegada de
una nueva inquilina a casa. El día del Pilar de 2012, nuestros amigos Mabel y
Damián, con la complicidad de Josema, por supuesto, y a raíz de mi frecuente
comentario de “Siempre pensé que si tuviera un gato sería hembra, y negra; y ya
ves, tengo un macho, y blanco”, me prepararon una pequeña emboscada y cuando
fuimos a su casa, me encontré allí una preciosa panterita en miniatura a la
que, dado que no esperaba para nada que hubiera otro gato negro allí, confundí
con su precioso Kuro, a pesar de que solo se parecían en el color del pelaje.
Como es de esperar, una vez la tuve en mis brazos no podía
consentir que se volviera a la casa de acogida de la que la habían sacado, así
que la única condición, por supuesto, fue que se llevase bien con Jonsey y no
causara problemas. Hubo un amago de alergia de Leo, pero al parecer fue un caso
de “alergia al gato nuevo”, ya que en unos días desapareció. Y Jonsey, a pesar
de su reacción a lo “grumpy cat” (que por otro lado, es como reacciona
absolutamente a todo, y más desde que se hace viejo) pronto la adoptó como a
una hermanita pequeña, a la que por cierto, ahora le tolera más de lo
tolerable.
Si a eso le sumamos que incluso ahora, la pequeña tiene la
costumbre de agarrar mi dedo con su patita como hacen los bebés (y todos
sabemos lo que dicen: cuando un bebé te agarra el dedo, agarra tu corazón), está
claro que el animalito se iba a quedar en casa.
Por supuesto, recibió el nombre apropiado a la dinastía
gatuna: Ripley. (Supongo que a esta marcha, nuestro próximo gato, si es hembra
se llamará Vazques o Newt, si es macho, Hicks XD). Y se quedó.
Ripley es tan diferente en carácter de Jonsey como lo es de
aspecto. Si Jonsey es cascarrabias, Ripley es un cascabel. Si Jonsey es un
pachorrón, Ripley es un manojo de nervios. Si Jonsey aguanta en brazos horas,
aunque gruña como un descosido, Ripley no consiente que la cojas y solo aguanta
décimas de segundo. Si Jonsey te dice “deja de acariciarme” con un mordisco,
Ripley aún no ha sacado dientes ni uñas, ni jugando. Si Jonsey apenas come, a
pesar de estar gordo como Garfield, Ripley es un palillo, pero devora como una
lima. Si Jonsey duerme en la cama conmigo desde el primer día, ignorando las
camitas especiales para gatos, Ripley se ha apropiado de la cama a la que
Jonsey nunca hizo caso y duerme en ella, junto a nuestra cama, todas las noches….
Si Jonsey jamás ha mostrado interés por el mundo exterior (excepto
algunas excursiones por la urbanización de mis padres, pero desde luego, nunca
desde nuestro piso), con Ripley hemos tenido que poner rejas en las puertas y
ventanas, después de dos paseos por las terrazas de los vecinos, uno de los
cuales terminó con Josema teniendo que saltar a la terraza de al lado para
recogerla, porque la señorita se había acomodado allí como una odalisca y sin
intención de moverse. Y menos mal que encontramos una forma cómoda y fácil de
poner rejas, porque el verano de calor espantoso que hemos pasado sin poder
abrir las ventanas por culpa de la pequeñaja no tiene nombre.
Si Jonsey jamás ha destrozado nada (excepto cuando tuvo
problemas de orina, y en ese caso tampoco se dedicaba precisamente a arañar
muebles), Ripley en una semana ha llenado de agujeros el flamante sofá nuevo
que acababan de traernos como regalo de cumpleaños de mis padres…
Alguno se preguntará como es que la aguantamos. Bien, quien
tiene mascotas sabe que eso es una responsabilidad. Ripley, como Jonsey, es ya
una de la familia. Si hace algo mal, intentaremos educarla para que no lo haga.
Si no lo conseguimos, al menos intentaremos evitarlo. Si a pesar de eso, nos
causa problemas… bien, en la balanza sigue pesando más su vida que un objeto
inanimado, por mucho que nos duela.
Y además, que quereis que os diga.
Cada vez que agarra mi dedo con su patita, vuelve a agarrar
mi corazón.
El otro día comentaba que, a pesar de lo tóxico que me
parece, continuo siguiendo una cuenta en tumblr por la información que me
proporciona. Y el pasado sábado comprobé de nuevo que mereció la pena. Gracias
a Tumblr he sabido de videojuegos, películas o series de Televisión varias, que
luego he visto con mejor o peor fortuna. No voy a decir que todos ellos hayan
sido maravillosos, pero en general, como cuando vimos “El Sueño de Alexandria”
o “La chica que saltaba a través del Tiempo”, nos han proporcionado un
buen rato. De hecho, esta última propició una especie de ciclo de anime en
nuestras reuniones de los sábados que hizo que nos viesemos en tres semanas
consecutivas las tres películas que ha sacado hasta la fecha la misma compañía: la ya
mencionada chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars y Wolf children.
Así que cuando otra entrada random de Tumblr me llamó la
atención sobre la película “Tokyo Godfathers”, decidí que había que verla.
La premisa parecía interesante: tres vagabundos que
encontraban un bebé la víspera de Navidad. Quizás no original (recordaba mucho
a las viejas películas navideñas del palo de “Qué bello es vivir”), aunque si
inusual tratándose de un anime japonés, sobre todo por el hincapié que hacen en la Navidad Cristiana. Pero lo que más me atrajo es que había
sido realizada por el mismo estudio que Paprika, que me parece una obra maestra,
así que me puse a buscarla, a ser posible doblada en español de España, ya que,
qué quereis que os diga, soy de esas personas que prefieren ver la película a
leer los subtitulos (y más aún si es una película en Japonés, idioma que no
solo no entiendo, sino que además la entonación es tan diferente a la nuestra
que me descoloca completamente cuando lo oigo: normalmente no me coincide para
nada lo que se supone que están diciendo con el tono en que lo dicen). Al
final, curiosamente, conseguí una copia de la edición Británica en Amazon en
la que los únicos idiomas disponibles eran español y japonés… Por qué los
ingleses prefieren verla doblada a nuestro idioma en vez de al suyo sigue
siendo un enigma para mí, pero me vino de perlas, porque además con gastos de
envío y todo me costó unos 7 euros… Vamos, más barato que una entrada de cine. Así
da gusto.
Y dado que la recibimos la semana pasada, pues se convirtió
en la siguiente película de nuestro ciclo de anime de los sábados.
Tras la decepción de la película del Sábado anterior, Viajea Agartha, que fue, a falta de una mejor definición, floja fojísima, la verdad
es que, al menos yo, empecé a ver esta película con ciertas reservas. Reservas,
sin embargo, que se fueron convirtiendo poco a poco en una sonrisa cada vez mas
ancha.
Señores, Tokyo Godfathers es una película redonda.
La historia, que podría convertirse en un pastel almibarado
o en un dramón insufrible, mantiene un perfecto equilibrio entre la comedia y
el drama sin caer en ningún momento en la sensiblería (¿a que sueno como una crítico
profesional?). Las casualidades imposibles, una tras otra, cobran sentido
cuando tienes la sensación de que el bebé es en sí un amuleto de la buena
suerte. Ese final apoteósico, glorioso, con esa escena que no cuento por no
hacer spoiler pero que teneis que ver. Las historias se cierran todas, todas de
la mejor manera posible, con moral pero sin moralina. Y los personajes son
todos ellos absolutamente soberbios, con una muy especial mención a ese
travesti alto, desgarbado y hombruno que lleva la voz cantante durante toda la
historia.
El ritmo, además, es muy occidental. Hubo momentos en que no
me hubiera sorprendido que fuese una película de acción real, y si no fuera
porque la acción era en el Tokyo más castizo (costumbrista, además. Lo que
aprendes con esa película sobre el Tokyo triste y profundo no tiene nombre),
hubo un momento que me sentí como si viese una de esas buenísimas comedias
francesas, con la bellisima visión de la vida de Amelie”, los personajes estrámboticos y aún así, creíbles, de “Los Visitantes” (realmente imagino a Jean Reno en uno de los papeles) o la impresionante forma de transmitir un mensaje moral de “Intocable”.
Una obra maestra, en serio. De lo mejor que he visto últimamente.
Si teneis ocasión, no os la perdais. Incluso aunque no os guste el anime.
Soy una persona tan normal como cualquiera y tan friki como la que más, que intenta disfrutar al máximo de la vida con mi marido Josema y mi hijo Leo, compartiendo con ellos la mayor parte de mis muchos hobbies e intereses.