sábado, 31 de enero de 2009

RECORRIENDO LA GALAXIA

La segunda meta del viaje la hemos cumplido esta tarde. Se trataba de asistir a la Exposición sobre StarWars que lleva abierta en Madrid desde el pasado 15 de Noviembre.

Creo que ya he dicho varias veces que somos muy frikis de StarWars, tanto que en realidad me estoy planteando crear una etiqueta propia para las entradas sobre esta saga. Soy de esos “vejestorios trentañeros” (en mi caso cuarentañeros, pero en fin...) que vimos la película original en el cine, y desde entonces cada vez que oigo la fanfarria inicial, no puedo evitarlo: se me ponen los pelos como escarpias.


Por suerte para mí, Leo ha heredado esa pasión por la Saga, aunque como él ha crecido con las precuelas, para mi dolor conoce mejor esa parte de la serie, la parte que yo todavía no he conseguido asumir del todo, porque si en la Trilogía original, los efectos especiales estaban al servicio de la historia, en las precuelas parece todo lo contrario, y yo tuve que leerme el resumen de “El Ataque de los Clones” en la exposición para enterarme del (inexistente) argumento de esa película.

Pero la exposición valió la pena. Que quereis que os diga, ver los dibujos originales, a lápiz, de Ralph McQuarry me puso a cien, fue una sensación casi erótica... Esos dibujos que yo atesoro en un libro o en portafolios estaban ahí, se veía el brillo metálico de los trazos a lápiz y el relieve dónde habían apretado en el papel... Había maquetas de edificios en los que a mí me gustaría vivir... y los vestidos de Amidala... lo único que realmente he disfrutado de la segunda trilogía, estaban también, al natural, con toda su profusión de telas y piedras preciosas...

Nos salió bien la jugada, o medianamente bien, porque previendo un aluvión de gente en las horas punta, subimos a comer a un McDonalds cercano al lugar de la exposición y a las 14,30 estábamos sacando las entradas. Por desgracia, para la actividad paralela de la Academia Jedi no nos daban pase hasta las 7 de la tarde, así que ya nos hicimos a la idea de que tendríamos que ver la exposición con MUCHA calma.

Gracias al horario estuvimos bastante anchos durante la mayor parte del tiempo. Había gente, por supuesto, pero no demasiada. Y de hecho, fueron lo mejor de la exposición. Aunque Josema fotografió creo que absolutamente TODO lo que allí se exponía (bendito sea el que tuvo la idea de permitir que se hicieran fotos, algo totalmente atípico en este tipo de exposiciones), a mí hubo veces que me hubiera gustado llevar una grabadora de sonido. Hubo comentarios sencillamente gloriosos, y debo decir que me pareció tan sumamente extraño que hubiera adultos que hubiesen ido a esa exposición sin conocer el universo StarWars, que me asusté de mi misma... ¿Tan imbuida estoy en este mundillo que creo que todo el mundo debe saber quién es quién?

No lo sé, pero son dignos de contar casos como el de ese señor que, frente al bikini más famoso de la historia de la Ciencia Ficción (más incluso que el de Barbarella), el bikini de la Princesa Leia en “El Retorno del Jedi” (que por cierto, al natural es bastante cutre) intentaba explicarle a su esposa “mira, a ella la capturan y...” – de pronto mira el disfraz de Boushh, el traje que Leia lleva cuando la capturan en el palacio de Jabba – “no, espera, primero entra con ese traje y....”, vuelve a mirar al bikini, “no, primero lleva este y.... no... espera....”

Le costó varios momentos de indecisión recordar el orden concreto de los trajes en la película, y yo no sabía si intervenir o sólo escuchar, era a la vez hilarante y enternecedor...

O esa chica que al ver a la banda que toca en la Cantina de Mos Eisley exclama “¡Mira, como los de Mars Attacks”. O mi propio hijo enseñándole orgulloso a su padre los bustos de Klatoo, Barada y Nikto (“Mira, papá, estos te van a sonar”, ya que a Josema le gusta mucho la versión original de “Ultimátum a la Tierra”).














O ese joven que, en ingles, le cuela a su hijita que los botones en el sillón del Emperador Palpatine son los mandos de la tele. O el hombre de mi edad que viendo una maqueta de un caza, supuestamente la “oficial”, la usada en la película, protesta diciendo “Yo tengo una que monté yo mismo y está mil veces mejor hecha que esta” (modestia aparte...)

La verdad es que todos esos comentarios me sacaron, al menos, una sonrisa... y hasta salimos haciendo chistes, como descubrir que la fauna de Hoth es la más musical (se compone, según la exposición, del a-WAMPA-baluba-balam-bam-bu y el chiquiti-TAUN TAUN taun), o los grados de aprendiz de jedi, que hicieron sonreir a un Leo que salió de la Academia Jedi un tanto defraudado porque pese a sus intentos, no había sido elegido para salir al escenario. Le dijimos que eso era porque él ya estaba por encima del nivel de pada-wan. Ahora era por lo menos pada-two, y estaba de camino al nivel pada-three... O cuando descubrimos que cuando Boba Fett le dice a Darth Vader "Como desees", en realidad le está diciendo "Te amo..." (o si no, fijaros en la pose de reinona que tiene el maniquí, ¿eh, eh, eh?)

Y es que como dice un amigo nuestro... si no te ríes de lo que te gusta, ¿de qué te vas a reír?

Salimos de la exposición a las 5 de la tarde, tras cruzarnos con dos grupos de gente disfrazada (con una chica que luego salió en el espectáculo, Leo cruzó espadas láser y todo. Otro, muy parecido a Anakin excepto en la estatura, nos echó una mirada que nos hizo retroceder a Leo y a mí), y huyendo de la gente que a esas horas ya empezaba a entrar en tromba. Curiosamente, no nos tentó nada de la tienda, y es que casi todo lo que vendían eran cosas que se podían conseguir en cualquier tienda más o menos friki, ni siquiera un triste catálogo de la exposición. A la salida la fila era impresionante, y nos volvimos a alegrar de haber entrado tan pronto.

La pena fue que nos quedaron dos horas tontas, entre las 5 y las 7, hasta el espectáculo de la Academia Jedi. En realidad, una y media, porque a las 6,30 ya nos dejaron entrar al recinto, y Leo enseguida hizo migas con los otros niños que esperaban, pero ese rato a Josema, que quería recorrerse las tiendas frikis de Madrid, le dolió en el alma. Porque para cuando salimos, ya no nos dio tiempo prácticamente a nada. De hecho, intentamos ir por el centro de Madrid, pero no había ni parkings libres ni casi manera de desenvolverse en el tráfico, así que nos hemos venido al hotel a cenar en la habitación y descansar un poco, y mira, así voy ganando tiempo escribiendo esto, aunque no tenga conexión WiFi ni nada de eso....

BROADWAY, EL WEST END Y LA CALLE ALCALÁ


Anoche nos vinimos para Madrid en visita “semi-relámpago” con dos metas muy concretas: Ver el musical de Grease, y la Exposición de StarWars. Ha sido una visita por nuestra cuenta, sin decir nada a nadie a pesar de que en Madrid tenemos gente muy querida, tanto familia como amigos, pero desgraciadamente, como ya pudimos comprobar en la visita a Valencia del año pasado, si quieres hacer algo concreto, quedar con otras personas te impide muchas veces realizar tus planes.

Así que el viernes por la tarde, dado que Josema no había podido cogerse fiesta por el día de San Valero (festivo en Zaragoza), salimos directos a Madrid, con intención de llegar antes de las 10 que es cuando empezaba el primer espectáculo.

Es curioso que nunca me habría planteado ir a ver “Grease” al teatro. Tengo por filosofía ir a ver sólo musicales que no hayan sido hechos en película, más que nada porque dadas las pocas posibilidades que tengo de ver un musical, prefiero que sea uno que no pueda alquilar en un videoclub (además que siempre he pensado que los medios en el cine son mayores, por lo cual aunque no sea lo mismo, siempre será más espectacular y con mejor calidad de sonido la versión cinematográfica que la del escenario). Por ello, los pocos musicales que he visto en teatro han sido “Los Miserables”, en Londres, en aquel cursillo que hice en Oxford hace la friolera de 20 años; “Cats”, en Nueva York, en nuestro viaje de novios, “El Fantasma de la Ópera”, en Madrid, allá por el 2004 (me lo pegué llorando pensando en lo mucho que lo habría disfrutado mi abuelo, fallecido justo unos días antes – y, no, no supe que habían hecho una película del mismo hasta bastante tiempo después) y “Avenida Q” este año, en Londres. Todos ellos maravillosos, cada uno en su propio estilo, y llenos de una magia que permitía ver en el escenario cosas que parece imposible reproducir en un espacio cerrado (nunca olvidaré, en “Los Miserables”, la escena en la que Javert salta del puente al Sena para suicidarse...).



Por ello, no me veía yo desperdiciando una oportunidad de ir al teatro en ir a ver algo como “Grease”, ya respaldado por una película tan popular y tantas veces vista... Aún recuerdo el “boom” de dicha película, que para mí había pasado totalmente desapercibida, y cuyo tema principal de pronto se convirtió en el himno de los varios cumpleaños adolescentes a los que fui ese año (en el de mi prima Anuska, por ejemplo, la única diversión programada parecía ser repetir la coreografía del tema final). Parecía que no eras mujer si no tenías unos pantalones de cuero negros como los que saca Sandy al final de la película, y claro, yo con mi talla y mi trasero de siempre, aunque lo intenté llevada por la tendencia general, tuve que irme de vacío varias veces. Menos mal que en el fondo no me moría por tenerlos...

El caso es que cuando por fin, varios años después, vi la película, aunque la música me pareció impresionante, el argumento no me dijo nada, y sigue sin hacerlo. Nunca entenderé por qué Sandy (que vale, es una “Merisú”, una pijilla repelente, pero esa es su personalidad, y punto...) tiene que cambiar completamente de aspecto y de caracter, siendo que Danny de hecho la quiere tal y como es. De hecho, y sé que recibiré tomates por ello, siempre me gustó más Grease II, que sí vi en el cine (por pura casualidad, que conste), en la que es el chico, un empolloncete, el que tiene que cambiar para que la chica (Michelle Pfeiffer, por cierto) le haga el menor caso, porque en ese caso él sí que pasaba completamente desapercibido. Una película mala, lo reconozco, sin música ni bailes relevantes... pero al menos... contaba algo.

Pero hace unos meses, cuando estrenaron Grease en Madrid, Leo (gran aficionado a ese programa) vio en “el Hormiguero” una entrevista con la chica que protagonizaba el musical, una rubita monísima llamada Edurne, y en cuanto terminó el programa me dejó caer que cuándo le llevaríamos a ver ese musical.

Qué quereis que os diga, esas cosas me desarman, así que decidí que haríamos esta escapada, e iríamos a verlo. Rompiendo muchos de mis principios.

Y, la verdad, ha valido la pena. Aunque el pobre Leo a veces no se enteraba de lo que pasaba, porque la calidad del sonido era pésima y no se entendía la mitad de las letras de las canciones (y aún así, me pregunto si Leo habría entendido el argumento igual, ya que, como dice Josema, “los buenos” eran una pandilla de chicos rebeldes, maleducados y obscenos, y de chicas tontas, superficiales y, aunque sea soez, más putas que las gallinas; y en cualquier caso, siempre he pensado que el argumento de Grease es un tenue hilo conductual que solo sirve para encadenar las maravillosas canciones), luego salió diciendo que le había gustado mucho. ¿Y por qué?

Bueno, el teatro tiene esa magia especial. No es luz proyectada en una pantalla y gente que no puedes tocar. Son actores de carne y hueso, que se mezclan con el público corriendo entre los pasillos, que hacen chistes con la complicidad de la gente que les escucha, o incluso, como le hizo el mismísimo Vince Fontaine a Leo, al pasar a tu lado te alborotan el cabello cariñosamente. La sonrisa de Leo cuando hicieron eso me compensó todo el importe de la entrada. E imagino que la cara de tonta que yo puse al verle feliz, también....

martes, 27 de enero de 2009

¿SABOTAJE?

Llevo casi desde que estoy en ese puesto de trabajo reclamando un monitor mejor, dado que el que tengo es antiguo, de poca resolución, y no sólo me daña la vista, sino que encima hay programas que no me permite visualizar correctamente. Lo he pedido por escrito y de palabra, a Dirección, a Dirección de Gestión, a Informática y a quien ha hecho falta. Y siempre, el informático me decía que de momento no tenía ninguno. Pero hace dos martes no sé si es que le pillé de malas o qué, pero después de ver el del despacho de subdirección, que por ese entoces parecía que se iba a quedar vacío, le dije “Bueno, pues si no puedes conseguir uno, ponme el de alguno que no se utilice” “Vale”; me dice de malos modos”, si quieres denunciamos ese monitor por robo y te lo llevas a tu despacho”. Y esa fue la gota que colmó el vaso.

Tomé una decisión. Ya valía de pegarme tiempo destrozando mi salud visual y psíquica. Puedo permitirme un monitor, ¿no? Pues me he comprado uno, y el lunes de la semana pasada me lo instalé. Es MIO, y cuando me vaya de ese despacho me lo llevaré. Punto pelota. Y a todo el que pregunte, le diré lo que hay. A ver si les entra un poco de vergüenza. Que para poner gilipolleces como las letricas esas de metal que pone “Encuentros” en el jardín, que no sirven para nada y habrán costado una pasta gansa, sí que hay perras, pero para poner una herramienta de trabajo decente a los trabajadores, algo que sólo vale 100 euros, me tienen que poner de los nervios tres años.

Y lo peor es que otras personas por mucho menos están consiguiendo de todo en sus despachos. ¿Es o no es para sentirse ninguneada?

El caso es que durante toda la semana disfrute de mi monitor nuevo; llegó el viernes (ajetreadillo, me fui a casa con una hora de retraso) y tras un fin de semana sin pasar por el despacho, empezamos la semana de nuevo.


Llegué al despacho ya con cierto runrún, cierta paranoia. Había dejado mi preciado monitor nuevo solito en el despacho... ¿Y si me lo han robado? Pero no, cuando llegué estaba ahí, esperándome...

Enciendo el ordenador, pincho el pendrive, doy al botón de encendido del monitor...





Nada




Probé de todo, a cambiar al cable, a probar en otro enchufe, a (¿por qué lo haremos, si es inútil) dar al botón cincuentamil veces. Pero el monitor, que había estado una semana entera funcionando, no respondía.

Tuve que tragarme el orgullo y llamar al informático, quien lo solucionó... instalándome el odiado monitor viejo.

Por suerte, como sólo hacía diez días que lo había comprado, me cambiaron el monitor por uno nuevo esa misma tarde, tras comprobar que, efectivamente, no se encendía.

Pero no puedo evitar darle vueltas a la cabeza. ¿Por qué, tras una semana funcionando correctamente, y después de un fin de semana en el que el despacho se queda solo, había dejado de funcionar? Josema dice que seguramente fue un pico de tensión, o que la mujer de la limpieza lo mojó sin querer...

Y yo intento aferrarme a mi lema de “No achaques a la malicia lo que pueda explicar la estupidez”.

Pero no hay manera. Una vocecita me dice que es demasiada casualidad. Y, raro en mí, me entra la paranoia. ¿Y si este me lo sabotean también? ¿Es que han decidido empezar una guerra?

En momentos como este, aborrezco mi trabajo....

domingo, 18 de enero de 2009

TERISA MORGAN

Hace años, cuando todavía no publicaban demasiadas novelas de Fantasía, hasta el punto que muchas de ellas todavía venían camufladas en colecciones de Ciencia Ficción, me leí unos libros que comenzaban con un tomo titulado “Espejo de sus Sueños”. La protagonista era una chica, Terisa Morgan, que se sentía tan insignificante, tan menospreciada, tan, por decirlo de alguna manera, tan invisible, que tenía la casa llena de espejos para ver su reflejo cuando volvía y así asegurarse de que seguia existiendo, porque había momentos que la pobre llegaba a dudarlo.

No sé, si ahora me volviese a leer esos libros, si me gustarían tanto como entonces, pero entonces me gustaron hasta el punto que los leí varias veces, se los dejé a varios amigos, y como los pobres, encuadernados en rústica, acabaron casi destrozados después de tanto sobarlos, Josema pudo poco pudo mucho, me los recompró en una venta de saldo, con lo que revendí los viejos en eBay y me quedé con una edición intacta.

Y me gustaron porque muchas, muchas veces, me sentí igual que Terisa. Y todavía me siento así.

Por ejemplo, muchas veces estamos en una conversación, empiezo a hablar, a mitad de mi frase empieza a hablar otra persona, y da igual que yo no me calle. La otra persona sigue hablando, el resto de la gente escucha a esa otra persona y al final me acabo callando desanimada porque me doy cuenta de que nadie me está escuchando a mí (la primera, la persona que me ha ignorado completamente). Pero no creais que eso me pasa cuando estamos mucha gente, me pasa incluso hablando Josema y yo a solas, él dice algo, yo le contesto, antes de terminar la frase él decide que ya sabe lo que voy a decir, y no solo contesta en base a lo que se ha imaginado, sin tener ni idea de si tiene razón o no, sino que además entra ya en un monólogo en el que no me deja ni siguiera apuntillar que yo no quería decir eso… y al final ya ni viene a cuento…

Pero no me estoy metiendo con Josema, porque eso me pasa con muchísima gente. Simplemente, es como si yo no empezase a hablar. Aunque lleve media frase, aunque alguna persona haya mostrado un mínimo interés en lo que yo intentaba decír, otra persona empieza a hablar, y persiste hablando hasta que yo, que a la vez que intento mantener el hilo de lo que estaba diciendo, cometo el error de escuchar al otro a ver si se calla, me pierdo completamente y no consigo recordar qué iba a decir, ni, con un poco de suerte, lo que estaba diciendo.

Es tremendamente frustrante, y la gente que haya pasado por ello (me consta que no soy la única) me entenderá perfectamente (por Dios, si ahora mismo que estoy intentando expresarme en este texto tengo a mi madre contándome no sé que rollos, ¿no se da cuenta de que estoy escribiendo?).

Por suerte, soy perfectamente consciente de que esto por mucho que me ponga de los nervios, no deja de ser algo completamente irrelevante, aunque ya tengo asumido que jamás tendré madera de lider ni moveré mutitudes. Pero esta semana he tenido dos o tres experiencias que me han tocado la moral e hicieron que el pasado viernes pasara una pequeña depresión de esas que te hacen creer que todo el mundo está contra ti, y hasta he acabado soñando que me dejaban tirada en un viaje mientras preparaba las maletas. Vamos, con la moral por los suelos.

Por eso, en cierto modo, este blog es mi espejo, el espejo en el que Sonia Carreras se refleja para demostrarse a sí misma que existe, que no es un ser irreal que nadie puede percibir…

jueves, 15 de enero de 2009

JEFAS FRIKIS

Nuestra antigua directora llevaba en el movil la fanfarria de Star Wars. No os podeis imaginar el respingo que yo pegaba cada vez que le sonaba el móvil en una reunión… Por algún motivo, me sentía aludida yo también.

Por desgracia, nos destituyeron a esta estupendísima mujer antes de que pudiera preguntarle hasta que punto ella era friki de Star Wars…

El caso es que ayer miércoles tuve una reunión a la que me fui en el coche con nuestra nueva directora. A raiz de un comentario tonto, y por hablar de algo, saqué a colación una frase de “El Señor de los Anillos”. Y empezamos a hablar de la novela, de cuándo nos la habíamos leído, de lo mucho que nos habia gustado (las dos leímos aquella vieja edición en un solo tomo de Círculo de Lectores, esa que cuando me la llevaba al colegio la gente me preguntaba si era La Biblia, y yo estaba tentada de contestarles que, en cierto modo, para mi si lo era), y de lo que nos entristecía que hoy día hubiera tantos fans que, como en aquella parodia de los fans de Batman que dibujo Cels Piñol, se considerasen los fans numero 1 de la trilogía por haber visto las películas, haberse comprado todas las ediciones limitadas, saberse el guión al dedillo… y no tuvieran ni la menor idea de que “Ah… ¿pero que hay un libro?”…

Y me encontré con que tengo otra jefa friki...

A esta marcha, dominaremos el mundo...

QUIERO SER EL DR. HOUSE


Y no precisamente porque quiera estar en el mismo hospital que el guapísimo Chase (que no sería un mal motivo), ni porque Gregory House lleve el tipo de vida que a mi me gustaría llevar, o porque envidie su puesto en el hospital.

Me conformo con tener su mala leche y saber poner a la gente en su sitio como hace él.

La cosa ya comenzó el lunes con un enfrentamiento con uno de los cardiologos del hospital. Resulta que el martes teníamos el ingreso de un paciente de hematología, especialidad en la que gracias a Dios tenemos pocos casos, pero siempre complicados, y que casi siempre requieren aislamiento. Yo tenia una habitación individual en reserva desde el viernes, pero ese fin de semana otra de las cardiologas me la ocupó para trasladar a su padre, que YA estaba ingresado en una habitación individual, pero en otra planta. Por supuesto, lo hizo sin contar conmigo y me hizo una pequeña faena, porque ahora para poder aislar al enfermo de hematología, yo tenía que ingresarlo en una habitación doble y bloquear la otra cama, lo cual en temporadas como esta, en las que el hospital está prácticamente lleno y cualquier cama nos es necesaria, es un problema bastante puñetero.

Pero dadas las circunstancias no me quedaba más remedio que hacer eso, porque además, los pacientes de hematología llevan unos tratamientos tan complejos y peligrosos, que a menos que sea completamente imposible, he de intentar que el paciente ingrese en la planta dedicada a dicha especialidad, que comparten con cardiología, por lo cual tuve que juntar las dos unicas camas disponibles para hacer una habitación libre entera en la que realizar el aislamiento.

El caso es que para ello, tenía que programar otro ingreso pendiente para una patología cardiológica en una planta diferente, en la que aún me quedaba alguna plaza libre (lo que llamamos un “fuera de área”), ya que en el servicio de Cardiología no me quedaba más que la habitación de dos camas que iba a destinar al ingreso de hematología: en una cama, el paciente, y la otra bloqueada por la necesidad de aislamiento.

Pues bien, como media hora antes de la hora de salida, cuando todavía tenía que terminar de distribuir los ingresos programados, y decírselos a mis compañeras antes de las 3 de la tarde para que ellas pudieran coger el autobús e irse a sus casas, apareció este hombre.

He de decir que hasta ahora me había caído bien. No pensaba que fuera un impresentable egoísta e infantil como me habían demostrado ser otros de sus compañeros. Pero vi que me equivocaba. Se pegó esa preciosa media hora de trabajo que me quedaba discutiendo conmigo sobre la, según él, dudosa necesidad de ingresar al paciente de hematología en la planta que comparten ambos servicios por delante del menos problemático paciente de cardiologia. Yo, ingenua de mí, pensaba que podía razonar con él, pero solo consegui que al final, en un arranque de rabieta infantil, el buen señor decidiera que prefería anular el ingreso, y por tanto el procedimiento al que debía someterse, del paciente de cardiología, antes que ceder e ingresarlo en otra planta.

Solo después de eso, y de dejarme toda la labor de más de media hora por hacer, con lo cual me tuve que quedar un rato extra en mi despacho para terminarla, consintió en marcharse del despacho y dejarme en paz, en una extraña situación de tablas. Yo había cumplido con mi deber, sin dar mi brazo a torcer, pero él había jodido a un paciente haciéndome, a sus ojos, aunque no a los míos, responsable.

En fin, pareció que la cosa no iría a más, pero el miércoles, antes de irme con la directora a la reunión de la que hablé en la entrada anterior, me vino un señor bastante malencarado al despacho, protestando con muy malos modos por haber trasladado a su padre el lunes anterior ya que según “el médico, eso le había causado una recaida en su patología”. Y empezó con amenazas sin dar lugar a ofrecerle ninguna solución, lo cual en muchos casos me hace plantearme dos veces el intentar solucionar nada…

Me encantaría haber podido ser como el Dr. House, haberle mandado a hacer puñetas y haberle dicho que esto no era un hotel, sino un hospital, y que las camas estaban supeditadas a las necesidades asistenciales. Concediéndole el beneficio de la duda, he hablado hoy con otra de las doctoras, ya que, con mi suerte acostumbrada, el cardiólogo al que tenía que ponerle los puntos sobre las íes no estaba. El comentario de su compañera fue “¡Vaya, con eso ya tendríamos para publicar un caso! Paciente que empeora por cambio de habitación”. Y por evitarnos problemas, decidimos de común acuerdo realizar el cambio.

Pero que quereis que os diga. Me sentí mal. Ese señor, esos señores (porque pongo la mano en el fuego a que mi amigo el cardiólogo le había enzurizado contra mí) se han salido con la suya usando malos modales. Debería ser al contrario.

¿Dónde está el Dr. House cuando se le necesita?

miércoles, 14 de enero de 2009

CROFT MANOR


El día de Reyes uno de los regalos de Leo fue el juego Tomb Raider Underworld para la PS3.

Tengo que decir que cuando oí hablar por primera vez de Lara Croft, allá por los 90, y me vi sus primeros diseños poligonales en los que saltaban a la vista particularmente dos polígonos en concreto, le cogí bastante manía al personaje. Me parecía un símbolo machista e insípido y no entendía la razón, aparte de la hormonal, de su éxito.

Luego, cuando Leo se empeñó en tener el Tomb Raider Legend para la PS2, y se lo vi jugar (porque yo soy adicta a ver jugar juegos de ordenador, no a jugarlos. La misma diversión y ni gota de estrés), tuve que tragarme mi opinión. El juego era impresionante, la historia enganchaba y Lara, como personaje, se ganó mis simpatías casi desde el principio.

Una persona que acaba de matar a un yakuza japonés y que cuando le preguntan donde está responde con todo su cinismo “Depende de si ha sido bueno o malo”, ya tiene todos los puntos para entrar en mi lista de gente guay.

Si además le añadimos que sus proporciones empezaban a ser más “normales”, que su belleza (curiosamente, de “vulgar” mujer castaña de ojos castaños) era más terrenal y que lo más interesante de ella era su intelecto (vale, y sus dotes como gimnasta. Si fuera al programa Ninja Warrior, dejaría en bragas a Yamada, Nagano y todos los demás. Es más, aún estoy esperando que alguien que entienda de programación haga un guiño a este programa y haga una versión en el escenario del monte Midoriyama con Lara Croft como concursante…), le fui cogiendo hasta cierto cariño, empezando a ocupar un lugar en mi lista de mujeres “como las que me gustaría ser de mayor”.

Pero hay una cosa que envidio de Lara Croft por encima de todas. Su mansión. Noventaitantas habitaciones. Una biblioteca inmensa. Cama con dosel, baño con Jacuzzi, habitación vestidor toda forrada en madera, piscina gimnasio cubierta… y todo con ese aire neo gótico…

Hay dos edificios que son mi sueño imposible, dos edificios en los que si fuera archimillonaria, como Lara, me gustaría vivir. Uno es el Seminario de Zaragoza, precioso edificio también neogótico, descomunal, inmenso, que ahora ha comprado (y destrozado, hasta el punto en que se les hundió el tejado durante las reformas) el Ayuntamiento.

El otro es la Mansión Croft.

Por eso, cuando en el último videojuego de Lara Croft, Tomb Raider Underworld, esa maravillosa mansión vuela en pedazos (no, no es un spoiler. El videojuego comienza con esa explosión), me quedé con algo roto por dentro…. Hasta el punto que cuando llega ese momento en el juego, cuando queda claro que la mansión no es prácticamente más que cenizas, se me debió poner tal cara de tristeza, que el propio Leo me dijo “Tranquila, mamá, que sólo es un videojuego…”

viernes, 9 de enero de 2009

CACERÍA DE BICHOS

Vaya nochecita he pasado. Esta noche el sueño no ha podido ser más peliculero. Medio Hollywood en una pesadilla.

El comienzo en realidad era más bien psicodélico. Todo empezaba con este blog, en el que escribía una entrada sobre “por qué quiero estar delgada” y comentaba escenas de “Alien” en las que primaba la importancia de ponerse un traje de vacío (en el que yo, con mi talla, seguramente no me podría meter). Tras elementos que no recuerdo bien sobre una casa con ventanales tipo caravana que había que tener cerrados o entornados, yo estaba en un tren y tenía un hijo adolescente, al que pillaba con unos amigos que estaban tomando droga. Me ponía firme con ellos, y les decía que ellos que se matasen como quisieran, pero que ni se les ocurriera meter a mi hijo en ello, y al más chulito de ellos lo echaba del compartimento. Luego me iba al baño. De una forma u otra, en mi organismo había entrado la droga también, y yo lo sabía, por eso no me sorprendía cuando empezaba a notar los efectos. Por cierto, hacía tiempo que yo no era yo. En mi reflejo en el espejo había una mujer rubia, delgada, elegantemente vestida con blusa blanca y minifalda marrón.

La parte de los lavabos del baño estaba empapelada con dibujos de tipo rococó, y de pronto yo veía como los dibujos empezaban a meterse por mi piel, hasta que sólo veía mis ojos en el espejo. Aquello tenía tintes de pesadilla, pero como una espectadora, yo sabía que era debido a la droga, así que decidía esconderme en la cabina del wc, que no tenía empapelado, hasta que se me pasara el efecto. Al poco rato, decidía salir, me quitaba la minifalda, me vestía con pantalones, y de nuevo no era yo. Era Ellen Ripley.

El tren había parado en una estación, y estaba sospechosamente vacío. Como en esa patética escena de “Species”, en la que Forest Withaker (que interpreta a un médium) entra en una habitación llena de sangre hasta el techo, y dice, como si fuera una revelación que nadie más puede sentir, “Aquí ha ocurrido algo horrible”, yo también sabía que esa ausencia de gente no era normal. Y lo sabía porque era Ripley, y dónde está Ripley, hay Aliens.

Efectivamente, al salir del vagón, me encontraba una auténtica carnicería. El tren había parado en un apeadero o pequeña estación de un barrio, y allí no habían dejado a nadie con vida. Lo que me tranquilizaba, a medias, era ver que mucha gente parecía muerta por heridas de bala. Como si el ejército hubiera intervenido y hubiera acabado con la amenaza.

Pero yo era Ripley, y dónde está Ripley, hay Aliens. Yo sabía que eso no había terminado tan fácilmente, y, efectivamente, el primer bicho salía detrás de mí. No me preguntéis como lo mataba, pero acababa con él, y, como en el cómic de Alien vs. Predator, lo descuartizaba con cuidado de que no me salpicase su sangre ácida para hacerme una armadura con su coraza. Porque habría más. Seguro.

Tras un pequeño paréntesis en el que me ha dado tiempo hasta a hacer una lista de los aliens con los que he acabado (por Dios, ¿hasta les ponía apodos y todo?), estoy acabando con los últimos con el sencillo método (qué sencillo parece todo en los sueños) de improvisar un lanzallamas con las tuberías de gas del edificio. No veáis como ardían los malditos, sobre todo los pequeñajos que llevaban poco tiempo fuera del cuerpo humano.

Claro, nada es perfecto, y mi lanzallamas improvisado fallaba a veces, pero en general los iba manteniendo a raya. Además, empezaba a unirse gente en mi ayuda. Gente de los alrededores que iba viendo lo que pasaba y quería acabar con ellos también, o gente que simplemente pasaba por ahí. También había gente estúpida, por supuesto. No sería una buena historia de Aliens sin alguien que apoyase al bicho. Como un grupito de estúpidos adolescentes (a ver, es un cliché. En las películas, los adolescentes en manada siempre son estúpidos) que llevaban un doberman alien y no me dejaban matarlo, hasta que el bicho se volvía contra ellos, claro. Entonces me pedían ayuda, pero era tarde para salvarlos a todos.

Luego aparecen un grupito de negros, entre ellos Chris Tucker (ayer mismo vi empezar una película cutre de terror protagonizada por él, así que imagino que por eso lo metí en mi sueño). Vienen con cierta chulería y me dan mala espina, así que decido ponerles bajo vigilancia. Si dan muestra de estar contaminados, acabaré con ellos sin compasión. Y efectivamente, ante la menor muestra de amenaza, les cambia la cara como a los vampiros de Abierto hasta el amanecer, muestra inequívoca en mi sueño de que llevan un Alien en la tripa. Así que lanzallamas con ellos. Esto empieza a parecerse al Thriller de Michael Jackson.

El último grupo son unos estudiantes de medicina. Muy en plan anuncio de Coca Cola. Vienen a ayudar, pero yo ya no me fio de nadie, y hago bien, porque una de ellos me dice en plan bruja malvada del este que no conseguiré acabar con ellos nunca, y que además no puedo distinguir quienes están contaminados de quienes no. Empiezo a sentir un cansancio inmenso, a darme por vencida...

Pero entonces otra de ellas salta a un parapeto, y de la falda hippy que lleva saca una ametralladora, y dice que ella no se rinde, y empieza a disparar, y yo me uno a ella, pero eso ya es una pesadilla, porque son demasiados, y se reproducen como zombies, y yo ya no sé si eso es Aliens, Resident Evil o qué, solo se que cuando abrí los ojos y vi que solo quedaban cinco minutos para que sonase el despertador, por una vez, lo agradecí... volví a cerrar los ojos, y seguí disparando hasta la hora de levantarme...

jueves, 8 de enero de 2009

PEQUEÑOS DESCUBRIMIENTOS


Soñar que te persigue la Sra. Coulter (de “La Brújula Dorada”), que, por mucho que sea la bellísima Nicole Kidman, no deja de ser la mala de la película. Correr por toda la ciudad intentando por todos los medios que no se haga con Leo. Buscar refugio en la Basílica del Pilar, recordando en el último momento que estamos en un universo alternativo y que aquí la religión son ellos, y que casi nos metemos en la boca del lobo.

Encontrarnos con ella de frente, y que de pronto con unos pases jedi les borre la memoria a Josema y a Leo, y a mi no porque por algún motivo soy inmune a sus poderes, y que entonces de pronto Josema me dice que no nos conoce de nada y que ya no nos ayuda, y tener que salir corriendo tirando de Leo sola y desesperada (a pesar del hechizo, Leo sigue corriendo conmigo). Arrancarle a la dama una especie de bufanda dorada al subir desesperadamente a un autobús y descubrir que era parte de su peinado y que al arrancarle los cabellos, como Sansón, perdía parte de sus poderes.

Coger un poco de ventaja, escondernos en una frutería en la que amablemente nos hacen un hueco detrás del mostrador (como en “La Búsqueda”), pero estropearse todo porque justo cuando está ella husmeando en plan “aquí huele a niño, fi, fa, fo, fu”, Leo recuerda quien soy y me llama mamá en voz alta.

Y como siempre, en el momento de máxima tensión adrenalínica, despertar, y respirar de alivio, al descubrir que Leo duerme tranquilamente a mi lado, y darme la vuelta y abrazarle, y poderme volver a dormir tranquila.

Abrir los ojos un momento, y descubrir que son solamente las 2,30, y que aún me quedan 4 horas de sueño hasta que suene el despertador....

...No tiene precio.

LA ÚLTIMA ESTRELLA

Se acabaron las navidades. Ayer recogí los adornos navideños con una sensación de tristeza. Puse los últimos villancicos mientras lo hacía (en realidad, los únicos que he puesto en todo el año): el disco Christmas in the Stars, que por fin he conseguido en versión MP3 ya que hasta ahora solo tenía aquel vinilo que compré en el Corte Inglés por 100 pesetas allá por los años 80. Villancicos de Star Wars, que quería que mi hijo escuchara también. Por absurdo que parezca, todavía me emociono al oirlos, ya sé que soy una friki.

Qué vacía resulta la casa sin el árbol, el Belén y los espumillones, y que increíble es decir eso con respecto a mi casa, en la que impera el horror vacui. Y encima, siempre queda alguna cosita suelta, un espumillón que se queda olvidado en una habitación, y que cuando por fin has empaquetado todo y lo has guardado en el armario, te mira con aire culpable desde la silla o la cama, no sé si culpándote por haberle olvidado, o por haber quitado a todos sus compañeros, y lo esconder avergonzada...

Por la tarde quedamos con Vero en el Canterbury de debajo de casa, y asistimos al desmontaje de las luces que adornaban las ventanas de dicho bar. No puede evitar exclamar en voz alta la pena que me daba que se acabasen las navidades, lo que me valió una sonrisa del camarero que cargaba las ristras de bombillas. Y no lo digo solo porque se acaben las vacaciones y el no madrugar, aunque reconozco que eso también me fastidia. Se acaba la magia. Se acaban las lucecitas que te animan el corazón en las noches más largas y frías del año.

Por eso, cuando esta mañana, de camino al trabajo, he visto en un piso de la calle Corona de Aragón que todavía relucía una de esas estrellas luminosas multicolores de los chinos, se me ha alegrado un poquito el alma. Ojalá esa última estrella todavía dure unos poquitos días más. Porque así se me hace más llevadero todo. Hasta quitar los adornos de mi despacho.

Adios, navidades. Hola, rutina...

martes, 6 de enero de 2009

¿QUIEN DICE QUE LOS REYES MAGOS NO EXISTEN?

Mirad lo que me han traido esta mañana.

Despues de quedarme algo chafada por que no fuera seleccionada mi foto en el concurso de Dollzone, voy y me encuentro esto. Es curioso que me sintiera desplazada del de Dollzone, en el que tenía bastantes esperanzas, porque me parecía que mi fotografía era bastante decente, y que en este, que no tenía ninguna oportunidad, acabe entre los tres finalistas, lo cual ya me supone una cabecita de premio. Eso me pasa por tener tan poca fé.

Y es un concurso apetitoso, porque si gano hacen una muñeca inspirada en mi dibujo, según estas reglas.

Lástima que, como en los viejos tiempos del Elfdoll club, una de las personas esté recibiendo votos a mogollón de gente que se registra solo para votarle. A ver, no es que mi dibujo sea mejor que los otros dos, más bien al contrario. Pero es triste que el primer día se registrasen 30 personas, las 30 españolas, y esta chica recibiera 30 votos de golpe. Siempre me pasa lo mismo. En fin, con su pan se lo coma. Debería conformarme con mi cabecita y con haber llegado a la final, y tras el chasco inicial, es lo que estoy haciendo.

De todos modos, y puesto que otros no tienen esos escrúpulos, si quereis ayudarme a mi (o simplemente equilibrar las cosas), este es el enlace para votar.

Hay que registrarse en el grupo de yahoo primero, pero se puede configurar para que no os manden ningún mensaje ni basura al email... así que el esfuerzo es pequeño... y mi agradecimiento será grande ;-)

 
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