jueves, 17 de septiembre de 2009

ESPECIE EN EXTINCIÓN

Luis Piedrahita, humorista excepcional y acertado cronista de lo cotidiano, comenzaba uno de sus monólogos hablando de “una de las cosas que más le gusta atesorar a los seres humanos y que, sin embargo, no da la felicidad: las bolsas de plástico”. Como en tantos de sus monólogos con los que me he sentido identificada, solté una carcajada al oirlo: en mi casa las bolsas de plástico son una plaga sólo comparable a la de las cosas que colecciono voluntariamente, y es que mi conciencia ecológica se resiste a tirarlas a la basura, así que las guardo para reutilizarlas, bien como bolsas de basura, bien como bolsas de transporte, o, la mejor solución que encontré en mucho tiempo, tras una selección previa de las bolsas procedentes de compras “limpias” (ropa, libros, regalos, etc... nunca las de alimentación, por si acaso), se las bajo a la dueña del kiosco de revistas de debajo de mi casa, que normalmente las gasta en una sola mañana, pero me las agradece como si le diera provisión para todo un mes...

Ahora leo que (por fin) se va a tomar en España la medida que hace tiempo se tomó en otros países como Francia, y que la mayoría de los comercios van a retirar las bolsas de plástico o las van a poner a la venta, para intentar reducir su consumo, y me invaden sentimientos antiguos.

Siempre he procurado reducir al máximo mi uso de bolsas en la compra. Si bajo al supermercado de debajo de casa, con mi viejo carrito vestigio de la lista de bodas del Corte Inglés (sí, ¿qué pasa? Yo puse en mi lista de bodas cosas útiles), intento meter todo en el carrito y no usar bolsas, o como mucho, meter en bolsas lo que no me cabe en el carrito (siempre hago corto...). Si voy con el coche al hipermercado, apuro las bolsas al máximo, y para las cosas grandes como botellas o la arena del gato no uso ninguna – me parece un desperdicio usar una sola bolsa para un solo producto. Me enervo cuando la cajera, al embolsar por su cuenta para ayudarme, mete cuatro cosas y luego pasa a la siguiente bolsa, y relleno las bolsas que ella deja a medias. Y cuando al llegar a casa recojo todo, todavía me asombro de la cantidad de bolsas que se me van acumulando bajo el fregadero o en el armario de los papeles.

Como digo, parece que las cosas van a cambiar, y me alegro. Tengo provisión de bolsas de basura para unos cuantos meses, puede que incluso años, así que por esa parte no tengo queja. Pero ahora toca coger nuevas costumbres. Para cuando vaya al hiper con el coche ya he tenido la precaución de meter en el portamaletas un lote de bolsas de tela o plástico fuerte, de esas que dan los laboratorios en los congresos o las que últimamente me ha dado por adquirir en Vistaprint. Para las compras en el super, seguiré con mi carrito.

¿Y si me pilla de paseo?

Creo que tendré que echar un vistazo a mi colección de bolsas, y meter unas pocas en el bolso. Nunca se sabe, y me fastidiaría pagar, aunque sean unos céntimos, por una bolsa de las que ya tengo miles en casa. Incluso en el trabajo.



Me alegra pensar que van a ir desapareciendo, como el Dodo....

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