martes, 5 de mayo de 2009

MÚSICA, MAESTRO


En el primer frikinvisible aldeano en el que nos hicieron elegir una canción que nos representase (y en el que, como ya comenté en esta entrada, yo elegí el Canon de Pachelbel), expresé en voz alta algo que he pensado muchas veces: antes preferiría quedarme ciega que sorda.

Y es que, por mucho que valore las maravillas que nos depara el sentido de la vista (que son muchas), para mí la música es algo único y excepcional. Pocas cosas hay que me transporten y que me llenen de emociones tanto como una hermosa melodía. Alguna vez he comentado que en la pasada Expo Zaragoza, la combinación imagen-música de los audiovisuales de varios pabellones me emocionaban hasta hacerme soltar alguna lagrimita, y a la larga, la búsqueda del elemento más evocativo de esas combinaciones se centraba en la melodía más que en la imagen (como cuando tras mucho buscar, encontramos la banda sonora del Festival of Life que organizó Japón, el disco Matsuri de Kiyoshi Yoshida – por cierto, sigo a la busca y captura de la melodía del audiovisual chino, la que no es el Amazing Grace, así que si alguien tiene alguna pista, que avise).

Así, hace unos días y con motivo de mi investigación para el regalo que Leo iba a hacer a su “frikinvisible” de la Aldea de este pasado fin de semana, descubrí (si, a estas alturas) el título y el autor del tema “Requiem for a Dream” y su versión para el trailer de “El Señor de los Anillos – Las Dos Torres” que llevaba meses buscando por haberlo oído en el trailer de la cadena infantil Jetix de la serie “Magi-nation”. Mi ignorancia y mi poca cultura televisiva hizo que, al desconocer por completo el origen de dicha música, creyese que era la BSO de esa serie y cuando se demostró que no lo era, me quedé de lo más defraudada. Es un tema que en cualquiera de sus dos versiones, me pone los pelos de punta y no me canso de oír.

O, gracias a mi emisora on-line favorita, cinemix, que me hizo descubrir bandas sonoras de Joe Hisaishi más allá de las de las películas de Hayao Miyazaki, de forma que eso me impulsó a intentar conseguir ver a toda costa la película “El Verano de Kikujiro”, y que después de verla anoche (¡gracias Miguel!), me reafirmase en que lo mejor de dicha película es la música... Me podría haber pegado horas viendo a Takeshi Kitano caminar con el niño a su lado con esa música de fondo... O mejor, cerrar los ojos, dejar que me transporte y olvidarme de todo lo demás. En este momento creo que es una de las bandas sonoras más bellas que se han escrito nunca.



Podría estar escribiendo páginas y páginas sobre este tema. Desde la también maravillosa BSO de Eduardo Manostijeras que muy acertadamente me dedicó San en el Frikinvisible hasta los temas corales que me ponen los pelos de punta (el “Duel of Fates” de “La Amenaza Fantasma”; el único e incomparable “Carmina Burana”, el aterrador “Ave Satani” de la BSO de “La Profecía”, la casi desconocida pero impresionante BSO que Kenji Kawai escribió para la película “Avalon”). Desde los comerciales musicales de Andrew Lloyd Weber a la música extraña y experimental de Gorillaz, pasando por mis también comerciales y muy añorados Spandau Ballet o el “Deceiver of Fools” de Within Temptation que en su día me descubrió Josema y que también me pone los pelos de punta. Otros grupos adoptados, como Queen o Dire Streets, o ese estilo musical tipo el Fever de Peggy Lee, que no sé si es blues, o Jazz, o que, pero que te incita a chasquear los dedos y me encanta. Clásicos desde Tchaikovski a la Sinfonía del Nuevo Mundo. De las canciones de Disney de mi infancia a Mychael Danna y sus bandas sonoras de leyendas celtas... En realidad, probablemente tarde menos en decir qué música no me gusta que la música que realmente me gusta (oh, sí, la hay. Soy un bicho raro, no soporto a U2, a Bruce Springsteen, ese rock duro que no es más que ruido, el jazz experimental sin apenas melodía, o el grupo mejicano Maná, la voz de cuyo cantante me pone literalmente de los nervios).

Una vez, de cría, llegué a la conclusión de que la música, matemáticamente, tenía que ser algo limitado. Quiero decir, se trata al fin y al cabo de combinaciones de 7 notas musicales (12 si contamos los bemoles/sostenidos), por lo que matemáticamente (y no, no fui más allá), el número de las mismas tenía que ser finito. Muy grande, pero finito, sobre todo teniendo en cuenta que no todas las combinaciones serían lo suficientemente armónicas para considerarse música.

Espero haberme equivocado, o, al menos, que tardemos muchos años en llegar al límite. Porque la música es uno de los dones más maravillosos de los que disfruta el ser humano.

3 comentarios:

Han Solo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Han Solo dijo...

Pues Sonia, dicen, que Spandau Ballet vuelve a los escenariosy que ,de moemento, tienen solo Barcelona, como parada en España y hay quien habla de nuevo disco

un besito

Nicasia dijo...

No conocía este grupo y me has picado la curiosidad, me bajare algo a ver...

 
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