martes, 19 de mayo de 2009

ES BUENO ENCONTRARSE CON UN VIEJO AMIGO...

...aunque sea en sueños.

Y es que yo con los sueños ya sabeis como soy, o no me acuerdo de ninguno o me acuerdo de todos.

Hoy volvía a estar de viaje en mis sueños. En concreto, en algún país sudamericano inespecífico, de estos en vías de desarrollo. Yo, en plan turista, como siempre, que conste, que una para viajar es sufrida pero comodona, y lo del turismo-aventura no se ha hecho para mí.

Lo que si nos enseñaban era un proyecto impresionante que había hecho una ONG con unas sequoias u otro árbol inmenso, no sé cual. Sé que entrábamos por una gruta en la pared de una montaña y al salir al otro lado había una serie de árboles enormes unidos entre sí por la copa, de forma, nos decían, que se les podía ir quitando madera de los troncos sin matarlos del todo, lo cual era estupendo para la economía nacional y blablabla, y tenían a un montón de chavalines trabajando alrededor de los numerosos troncos que compartía el árbol. La visión era impresionante, porque los troncos se elevaban como columnas a alturas tremendas, y arriba las copas hacían tal masa de madera que parecía un bloque entero en vez de ramas sueltas.

De allí nos llevaban a las oficinas del proyecto a tomar un café, y allí me encontraba con que el responsable del proyecto era nada menos que nuestro viejo amigo Jorge Diego. Yo me alegraba mucho de verle allí, y nos poníamos a hablar de nuestras cosas, y le decía que tenía que avisar a Josema (que no sé por qué, no estaba conmigo, creo que estaba trabajando) para que se acercase a saludarle y a tomar un café con él (ya que en el fondo, los que realmente han conservado la amistad son ellos). Pero él me contestaba con evasivas, como que no le venía bien, y yo me quedaba un poco mosca. ¿Pues no eran tan amigos?

En fin, luego me volvía al hotel, y había una especie de lapso espacio-temporal porque yo ahora estaba en pijama y estaba haciendo tiempo para quedar con mis padres y llevar a Leo a una sesión matinal de cine, allá a las 11 de la mañana, entonces, muy adormiscada, por cierto, decidía escaparme a dar una vuelta hasta que fuese la hora, y allá que me iba, en pijama y pantuflas, a pasearme el barrio y mirar tenderetes. Por supuesto, se me pasaba totalmente la hora y volvía al hotel a las 12 y pico, tarde para ir al cine y lo que es peor, sin ninguna gana de cambiarme de ropa... y es que en el mundo real ¡se estaba tan bien en la camita y en pijama! Lástima que no fueran las 12, sino las 7 de la mañana, y hubiera que levantarse para ir a trabajar...

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