jueves, 14 de mayo de 2009

EL NOMBRE DE LA ROSA

Decidir el nombre de un hijo no es como ponerle nombre a una mascota, o a un muñeco, o incluso a un personaje de ficción. Tu hijo, en circunstancias normales, te va a sobrevivir a ti y a cualquier moda estúpida que haya hecho que te decantes por un nombre u otro.

Hace años eso lo solucionaban poniendo el nombre del padre, del abuelo, del hermano muerto o del santo del día. Pero con el tiempo nos estamos volviendo exigentes, y los libros y las páginas web sobre el significado de los nombres proliferan y hacen su agosto.

Cuando yo nací, sin embargo (allá por los tiempos antediluvianos, y aún en plena dictadura franquista), los padres no tenían la libertad que tenemos ahora. Para empezar, no sabían de antemano si iban a tener un niño o una niña, como podemos saber ahora con las ecografías y las amniocentesis, así que tenían que ir preparando nombres para ambas eventualidades. Además, los nombres tenían que ser cristianos.

Cuando yo nací, mis padres habían valorado varios nombres femeninos, pero alguien les sugirió el de Sonia y les gustó. No es que yo adore especialmente el sonido de mi nombre, pero es el que yo relaciono con mi identidad, yo soy yo, y hasta tal punto me identifico con ese nombre, que ni siquiera me planteo ponerme nicks extraños en internet.

El caso es que cuando mi padre (en aquella época, como ahora, era el padre el que al nacer el niño se encargaba de todo el papeleo, ya que una madre recién parida no está para esos trotes) fue a inscribirme en el registro civil, una monjita, por el camino, le preguntó cómo era que no me ponían el santo del día, con lo bonito que era. Mi padre, influenciable él, le hizo caso y me cascó, detrás de Sonia (nombre rotundo, redondo, al que no le pega ningún aditivo), el de la santa que aquel año tenía asignado el día que nací. Eso le ha causado no pocos reproches casi constantemente, tanto por mi parte como por parte de mi madre, que odia los nombres compuestos.

Para terminar de redondear el tema, algunos años después y no sé por qué extraña razón, el santoral se cambió de sitio y la santa que se celebraba el día que yo nací se cambió a la semana anterior. Así que ahora ni siquiera coincide esa santa con el día de mi cumpleaños.

La tontería me ha causado algún que otro quebradero de cabeza, ya que a pesar de mis intentos de ignorarlo, mi segundo nombre está en la mayoría de los documentos oficiales (bueno, es una buena forma de distinguir las cartas publicitarias, que siempre me vienen con los dos nombres aunque intenten disfrazarlas de correspondencia personal, algún día contaré una historia al respecto), y en la oposición que me ha llevado a este trabajo hasta tuvieron la desfachatez de ponerme mala cara porque yo me inscribí con mi nombre “de guerra” y como en el DNI aparecían dos nombres, a punto estuvieron de no dejarme a entrar a examinarme (alma de Dios, si coincide el nombre, los apellidos, el número de DNI y la cara de la foto, ¿a que pones mala cara por un segundo nombre que nadie en su sano juicio usaría). En ese momento me juré que si volvía a tener un solo problema, iría al juzgado y me lo quitaría.

En resumen, que tengo un segundo nombre, que odio tenerlo, y que no me gusta que nadie lo use. La cosa en sí no tiene mayor importancia, pero me suena ridículo y repipi. He de decir en descargo de mi padre, de todos modos, que dada la época en que era, si no le hubieran convencido para ponerme ese segundo nombre, en el juzgado le habrían forzado a improvisar otro... las muchas Sonia Marías y María Sonias de mi edad que he ido encontrándome por el camino me lo demuestran, y es que en aquella época todo nombre que no estuviera en el santoral era inaceptable para el juzgado, y más para un nombre, como el mío, con ese “tufillo” a comunismo por su procedencia rusa. Y por mucho que mi añorado tío Enrique, aquel que era cura, me dijese una vez que sí existió una santa Sonia en la Rusia de sabe Dios cuándo, y que ya me buscaría que día se celebraba mi santo, témome que me soltó una mentirijilla piadosa, porque a fecha de hoy, y a pesar de la poderosa herramienta que es internet, no hay forma de encontrar otra Santa Sonia que no sea Santa Sofía (aunque he encontrado referencias a los intentos de canonización de Sonia Gandhi, pero a menos que mi tío pudiera ver el futuro, y además se le diera fatal la geografía, dudo que se refiriese a ella...)

Eso sí, no pienso confesar mi segundo nombre ni bajo amenaza, y os aviso a los que lo sabeis, si poneis algo en comentarios lo borraré despiadadamente. Ea.

3 comentarios:

Han Solo dijo...
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Nicasia dijo...

joder Sonia Padawan de Jesús tu nombre no es tan terrible. Yo me llamaba Mª de la Inmaculada Concepción. Por imposicion de la parte catolica de la familia. Digo llamaba porque yo si fui al juzgado y lo cambie a solo Concepción (es que igual de horrible) lo otro sonaba a cachondeo y ademas no era cierto

Sonia dijo...

¡Con lo bien que te habría quedado llamarte Raquel, Esther o Judith XD!

Bueno, no debería quejarme por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos... el carnet de identidad de mis amigos me ha desvelado secretos igual de inconfesables y conozco a un Ricardo Claudio, a un Antonio Fernando y a un Arturo Fermín. Deberían prohibir los segundos nombres, de verdad...

 
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