martes, 24 de marzo de 2009

POBRES VAMPIRITOS BUENOS


Voy a repetir tema ya que cierta persona que comparte la vida conmigo ya habló de esto en su blog hace unos meses, pero ayer estuvimos viendo la película “Los Guardianes del Día” y ambos volvimos a darle vueltas a la cabeza.

Es curioso porque ni él ni yo admitimos ser fans del tema vampírico, pero supongo que en el fondo nos gusta y hablamos de él de vez en cuando, aunque sólo sea por el componente fantástico que la figura de los vampiros contiene. Hasta que yo conocí (y quedé enganchada en sus comienzos) el juego de rol “Vampiro, La Mascarada”, para mí con el vampiro, como decía Terry Pratchett, lo que había que hacer era cortarle la cabeza y llenarle la boca de ajos, ni más ni menos. Hasta tenía horribles pesadillas. Y es que me parecía un ser aterrador, no por que fuera más o menos malo o terrible que otros monstruos, sino por el hecho de que si existieran de verdad, y se propagasen, como dice la tradición, por un simple mordisco, su existencia representaría un crecimiento exponencial irremediable, y llegaría un momento que habría más vampiros que seres humanos en el mundo. Y eso, en mi adolescencia, me aterraba.

Luego, como digo, vino el “Vampire” y el resto de juegos del Mundo de Tinieblas de White Wolf, empeñados en reivindicar la figura del “vampiro bueno”, seguidos del resto de seres de fantasía y terror, hasta el punto que entre el mundillo del rol la gente bromeábamos diciendo que el último juego de esa casa sería “Humano, la excepción”, ya que entre tanto Hombre Lobo, Vampiro, Momia, Hada, Mago, Fantasma y demás, lo difícil iba a ser encontrar un ser humano normal... Un poco como en la serie Héroes, vaya, que lo difícil empieza a ser encontrar un humano sin superpoderes... Cuando empezó, cuando todavía no tenía la legión de seguidores que tiene y sus historias aún eran frescas y originales, fue un juego que disfrutaba jugando, adoraba mi personaje vampírico y llegué a estar tremendamente enganchada durante un tiempo.... hasta que el entusiasmo se ahogó por saturación.

El detonante de todos estas historias de vampiros “buenos” fue sin duda la novela Entrevista con el Vampiro de Anne Rice. En su momento fue una interesante revisión del mito y un soplo de aire fresco, hasta el punto que el mismísimo Sting le dedicó una preciosa canción, pero como con tantas cosas, al final se desvirtuó, y se explotó tanto la idea del vampiro como víctima, como ser que no ha pedido ser inmortal y que odia la idea de matar a seres humanos para sobrevivir, que acabé asqueada del tema. La idea empezaba a repetirse en el Vampire y en otras historias(así como la idea de las sociedades de Vampiros que conviven a escondidas con los humanos, como dueños de grandes fortunas y corporaciones), y al final los vampiros “buenos” acababan pareciendo personajes hipócritas insufribles que se pasaban el día lloriqueando por lo desgraciados que eran pero no hacían realmente nada para remediarlo, porque en el fondo, no le hacían ascos a eso de ser eternamente jóvenes y hermosos, y lo de la sangre era un mal menor que sólo les hacía ser más interesantes a los ojos del sexo opuesto.

La gota que colmó el vaso fue la versión de Francis Ford Coppola del “Drácula de Bram Stoker”. En la novela original, Drácula es un ser perverso que hay que destruir, que corrompe a jovencitas indefensas y las convierte en seres tan despreciables como él. Coppola es capaz, con una maestría retorcida y odiosa, de tergiversar el mensaje de la novela siendo completamente fiel a ella, incluso en los diálogos, pero con los añadidos justos de su invención aquí y allá, para convertirla en una ñoña historia de amor eterno y reencarnaciones olvidadas en la que mucha gente que sólo ha visto la película, sin molestarse en leer el libro (cuánta cultura se pierde en el mundo por esa maldita manía), toma partido por Drácula y lo mete en el mismo saco que el insufrible Louis “soy muy desgraciado porque soy inmortal y tengo que beber sangre para vivir y nadie me quiere por ello aunque soy eternamente joven y hermoso y me parezco a Brad Pitt” de Entrevista con el Vampiro (personaje, por cierto, al que a lo largo de la novela estás deseando empalar y poner a secar al sol para que deje de dar la tabarra con su maldito victimismo) o el empalagoso Edward “no quiero acercarme a ti porque eres una frágil humana y podría hacerte daño aunque te amo con todo mi corazón” Cullen de la saga de Stephanie Meyer.

Demasiado endulcoramiento, la verdad.

Hace unos días me leí “La Historiadora”, una novela curiosa, original, que enlaza al Drácula de Stoker con el Drácula histórico, el terrible Vlad Tepes, que ya debió ser bastante malo en vida como para que encima se convirtiera en un vampiro y siguiera perpetrando maldades en la muerte. Una novela con frases maravillosas como un párrafo, que transcribo aquí:

De adulta, he reconocido con frecuencia ese legado tan peculiar que el tiempo otorga al viajero; el anhelo de ver un lugar por segunda vez, de encontrar de manera deliberada aquello con lo que nos topamos en alguna ocasión anterior, para volver a capturar la sensación del descubrimiento. A veces, buscamos de nuevo un lugar que ni siquiera es notable en sí mismo. Lo buscamos porque lo recordamos, así de sencillo. Si lo encontramos, todo es diferente, por supuesto. La puerta tallada a mano sigue en su sitio, pero mucho más pequeña. Hace un día nublado, en lugar de glorioso. Es primavera, en vez de otoño. Estamos solos y no con tres amigos. O todavía peor, estamos con tres amigos en lugar de solos.

La Historiadora, cap. 10, pag 86.

Con el que me identifico al 100% porque en muchos de mis viajes me he sentido así. Novela que te da ganas de visitar los maravillosos parajes que describe, sobre todo en la Europa del Este, y, sí, que te da ganas de que lo primero que hagas al ver a un vampiro sea decapitarle y llenarle la boca de ajos. Fue refrescante y gratificante, y recomiendo leerla a todo aquel que acabe de terminarse la saga de Crepúsculo, aunque sólo sea para bajar el nivel de azúcar en sangre.

Y con la cabeza ya amueblada al respecto, y mi balanza hacia los vampiros inclinada hacia donde debe estar, fuego y destrucción para cualquier cosa con colmillos que sólo salga de noche, anoche nos vimos la película rusa “Los guardianes del día” y me encontré con un vampiro bueno. Un vampiro bueno de verdad, un vampiro que me creí, por el que sentí lástima y ternura, y que fue el que me impulsó a escribir esta entrada.

Valery Sergevich, vampiro decrépito y nada atractivo (¡qué poco parecido con el glamour y las riquezas de los Cullen!), que vive en la pobreza en Rusia, que sirve a las fuerzas del mal porque no le queda más remedio, como carnicero, y que sólo bebe sangre de animales porque no quiere matar a humanos. Vampiro que mordió a su hijo, y le transmitió su maldición, para salvarle de morir en su infancia por una neumonía (¡cómo le entiendo!), pero que cuando su hijo se vuelve adulto y las fuerzas del mal le dan permiso para empezar a matar a seres humanos, acude a suplicar al gran jefe que no le permita convertirse en un monstruo, que le devuelva la humanidad, y es capaz de humillarse, de cumplir misiones peligrosas, de convertirse él en el monstruo que no quiere que su hijo sea, solo por salvarle de esa maldición.

Ése sí que es un vampiro bueno. Y lo demás, tonterías.

2 comentarios:

Han Solo dijo...

Eso, y si no, que se lo digan al bueno de Mick St. John , en "Moonlight"

Nicasia dijo...

y como me suena esa de "dejar de jugar a vampiro por saturación". A mi me gustan los vampiros malos coños!!! como Carmina, como el de Polidori, monstruos sedientos de sangre.No mariquitas con remordimientos. Hay una novelita por entregas victoriana que se llama "Barney el Vampiro" en realidad es una novela erótica de tapadillo, donde a ellas siempre les palpitan los turgentes senos bajo el camisón y él acaricia blancos y sedosos cuellos con sus dedos fríos como la muerte...es genial

 
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