viernes, 13 de marzo de 2009

HUY, LO QUE ME HA DICHO

Uno de los blogs que tengo enlazados (y que os recomiendo bastante, no solo porque trata temas amenos e interesantes sino porque actualiza con bastante mas frecuencia que otros *ejem*) es el de mi (quiero pensar que amigo) Unai. Y una de sus etiquetas más divertidas es la que se titula como esta entrada, en la que suele poner frases, o diálogos de dos o tres frases, que al leerlos te hacen expresar desde la sonrisa a la carcajada.

Hoy le robo el título porque he tenido un diálogo similar en el trabajo, aunque como yo no sé ser tan concisa como él, estropearé la gracia del asunto ampliando algunas cosas preliminares al mismo para aprovechar la ocasión y satisfacer mi egocentrismo contando más cosas de mí misma.

Tengo una tía en un pueblecito cercano a Zaragoza a la que cuando era niña, en aquellos viejos tiempos en los que internet y otros inventos de los hombres grises nos dejaban más momentos libres, solíamos ir a visitar de vez en cuando, a menudo entre semana a la salida del colegio, o un sábado por la tarde después de comer (ahora algo así se me hace impensable). Para mí esas visitas eran un acontecimiento, ya que mis tíos tenían un corral con animales de granja y siempre acababa jugando con un pollito, un conejo (mis favoritos) o, como mínimo, algún gatito. También tenían cerdos, que no eran muy santo de mi devoción, pero no le hacía ascos a ver a los cochinillos recién nacidos, y no faltaba la ocasión en la que íbamos a casa de alguna amiga que tenía vacas, y nos llevábamos una jarra con leche recién ordeñada, de la de verdad, de la que te deja bigote al beberla y tienes casi que masticarla, o nos acercábamos a un huerto a las afueras y les ayudábamos a recoger tomates u otras hortalizas que siempre sabían deliciosamente mejor que los de la tienda

Con el tiempo dejamos de ir por ahí, y como pasa en estos casos, perdiendo el contacto, pero los años no perdonan y en mi trabajo uno se entera rápidamente de cuándo alguien acaba en ese sitio en el que, junto con los cementerios, a nadie le gusta encontrarse, y tras un ingreso programado hace unos meses, me encontré ayer, el peor día que podían haber elegido (hasta el punto que salimos en el periódico y todo), que mi tía había tenido que venir a urgencias porque estaba tosiendo sangre.

Como es lógico, entre la gran mayoría de gente a la que conseguí cama para el ingreso esa mañana (porque diga lo que diga el periódico, una cosa está clara: por mucho que inviertas en un servicio de Urgencias de la h…, es como ensanchar la boca de una botella, el líquido entrará más fácilmente, pero la capacidad sigue siendo la misma, y si no hay bastantes camas, los pacientes tendrán que esperar a las altas), le guardé una cama a ella en la planta de Neumología. Un rato después tuve que llamar al control para pedir una segunda cama y depaso confirmé la primera:

- Os he llamado antes para reservar una cama para mi tía
- ¡Ah, sí! – contesta la voz de la enfermera al otro lado del teléfono, - una señora que es puta.
- …
- … que esputa sangre, quiero decir.

Y, bueno, tras el shock inicial, os podeis imaginar las risas que nos echamos las dos a ambos lados del teléfono… Menos mal que estas cosas hacen más ameno mi trabajo…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

XDDD madre mia! has conseguido hacerme reir! no es que sea raro, es que te he imaginao al otro lao del teléfono...
Espero que cuando me case (tema recurrente) y tenga churumbeles aún queden lugares como ese que describes donde llevarlos para que aprendan que la leche no viene del super.

Sonia dijo...

Creo que en tu blog nombraste un lugar similar (que a mi me recordó mucho a este...). La pena es que en realidad este ya no existe... la mayoría de la gente del pueblo ya no tiene animales, ni granjas... y esa leche (hipercalórica, por cierto) es casi imposible de conseguir.
Yo ya me he pasado a la leche de soja light. Al menos sabe mejor que la leche desnatada de toda la vida...

Nicasia dijo...

Recuerdo que cuando era una infante invidente, mi madre me llevo al pueblo de mí abuela, donde mi tío abuelo tenia una granja de pollos. Aun recuerdo que me dijo que formase un cuenco con las manos y me puso un pollito dentro. Tan calentito, tan suave, con el corazoncillo latiendole a mil por hora.
Claro luego me lo quise llevar a casa y pillé el disgusto de mi vida. Aun me acuerdo de ese pollito a veces, cuando tengo mono algo de suave me lanzo a por las gatas.

 
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