domingo, 1 de febrero de 2009

PEQUEÑOS MILAGROS

Ya estamos de vuelta en casa, y antes de lo previsto, debido al temporal de nieve que ha caído en Madrid. Al principio, esta mañana, ha sido hasta entrañable. Nos ha costado mucho, pero mucho, mucho, despertarnos, y eso que queríamos habernos escapado al Museo del Prado para que Leo se culturizase un poquito; pero la habitación estaba oscura como boca de lobo y aunque anoche nos acostamos más bien pronto, esta mañana no apetecía nada levantarse. Josema se ha levantado a las 9, y yo tras dos cabezadas no he conseguido despegar la cabeza de la almohada hasta las 10 de la mañana, así que entre pitos y flautas, bajábamos a desayunar a las 11.

Desde el mismo buffet del hotel hemos visto la nieve. Era impresionante, copos de más de 3 centímetros de diámetro. Parecía Navidad.

Pero Josema pensaba en lo que eso podría representar para el viaje de vuelta, e insistió varias veces en que quizás deberíamos irnos directamente a Zaragoza en vez de ir a ver museos o lo que fuera. Dado que la noche anterior nos habíamos arrepentido de no haber cogido las entradas para la Academia Jedi el domingo por la mañana, ver que ahora no íbamos a aprovechar la mañana del domingo casi compensaba por esa decisión.

Así que hemos ido a pagar el hotel, y nos hemos llevado la agradable sorpresa de que con los puntos de la tarjeta NH (que Josema recopila en sus viajes de trabajo) el alojamiento nos salía gratis. ¡Vaya! ¿Y el parking? (un parking, por cierto, que cada vez que entrábamos mi admiración por Josema como conductor aumentaba hasta la idolatría, ya que yo me hubiera quedado atascada en la primera curva cerrada de las muchas que tenía) “Ese me ha dicho mi compañero que no os lo cobre”, nos dice, amablemente el recepcionista – y es que la noche anterior, mientras esperábamos la cena de Telepizza, se nos había roto la pata de la cama y el recepcionista del turno de noche tuvo que subir a hacernos un apaño. La verdad, todo un detalle, porque en estas vacaciones en el hotel de Londres a mis padres también les hicieron bastantes faenas y no nos hicieron el más miserable descuento para compensarnos...

Me acordé de que anoche también nos había salido algo bien de puro rebote. Cuando pedimos la cena coincidió con que mis padres me habían llamado por teléfono, así que yo estaba hablando por el móvil mientras Josema hablaba con Telepizza por el teléfono del hotel. Resultó que, por un fallo de coordinación, Josema se equivocó con el postre de Leo, y en vez de trufas, que es lo que Leo quería, le pidió helado de chocolate, que también le gusta mucho. El caso es que al cabo de un rato bastante largo, de pronto llamaron de Telepizza para decir que el helado de chocolate se había agotado, y que qué queríamos a cambio, con lo cual aprovechamos para pedir las trufas. Me pareció un pequeño, insignificante milagro, pero que nos alegró la noche.

El caso es que en cuanto salimos del hotel comprobamos que no había la menor oportunidad de ir al Museo del Prado, a pesar de que según el teletexto la A2 no tenía problemas de nieve. La nevada estaba arreciando y a Josema no le dio ninguna confianza, así que llamé a mis padres y les dije que llegaríamos sobre las 3 y media, a tiempo para comer algo con ellos.

Y cogimos la carretera.

La salida de Madrid fue preciosa, bajo la nieve y con todos los jardines blancos. Luego hubo un tramo en que la nieve se había convertido en lluvia y todo estaba gris y triste. Durante ese rato me dio pena habernos ido. Pero nada más pasar Guadalajara, a la altura de Torija (donde el castillo apenas se adivinaba tras un velo blanco de lluvia y nieve), volvimos a encontrarnos con nieve, mucha nieve, incluso por la carretera. Esta vez la nieve ya no estaba sólo en los campos o el arcén, sino que teníamos que conducir despacio porque la propia carretera estaba blanca.

De pronto, unos metros por delante nuestro, vimos un coche amarillo que se salía al arcén, como si quisiera parar allí por algún problema. Y mientras nos preguntábamos por qué lo había hecho (no parecía haber patinado, simplemente había salido despacio como si esa fuera su intención), vimos claramente que los otros dos coches que nos precedían perdían el control. Josema intentó frenar, porque estaba clarísimo que esos dos coches iban a colisionar, y teníamos toda la carretera cortada (el amarillo en el arcén, y los otros dos en los dos carriles de la autopista). Pero nuestro coche no paró: había hielo en el asfalto. Continuó en linea recta, mientras los dos coches de delante, como en un ballet, a cámara lenta, chocaban lateralmente, y debido a la inercia del golpe, volvían a separarse... Todo muy despacio. Yo iba agarrada al asa esa que hay sobre la puerta, sí, esa que todos nos agarramos a pesar de que no nos va a salvar si hay un golpe, preparada para chocar. Sabía que sentiríamos un impacto, aunque como íbamos tan despacio (o esa era la sensación que me dio, aunque Josema dice que íbamos a 50-60 por hora), esperaba que sólo afectase al coche, y no a nosotros.

Y entonces el coche pasó, limpiamente, sin rozar a nada ni a nadie, entre los dos coches que habían chocado delante nuestro, por el estrecho hueco que habían dejado al separarse.

Josema no se lo creía, ni yo. La adrenalina y el alivio se respiraban en el ambiente, y por un momento, creímos en los milagros.

Eso sí, tuvimos que parar a echar gasolina, y aprovechamos para desahogarnos con el pobre gasolinero, a quien le importaba un bledo nuestra experiencia, pero que nos escuchó porque era buena persona y escuchar es parte de su trabajo. Y todavía nos preguntamos cómo pudimos tener tanta suerte, y si la Fortuna nos pedirá algo a cambio.

Al menos, llegamos a casa sanos y salvos, y cuando pocos kilómetros después la nieve desapareció completamente, todo pareció un sueño. Desde luego, como un sueño lo viví yo, despacio, a cámara lenta, y casi con música clásica de fondo...

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