sábado, 31 de enero de 2009

BROADWAY, EL WEST END Y LA CALLE ALCALÁ


Anoche nos vinimos para Madrid en visita “semi-relámpago” con dos metas muy concretas: Ver el musical de Grease, y la Exposición de StarWars. Ha sido una visita por nuestra cuenta, sin decir nada a nadie a pesar de que en Madrid tenemos gente muy querida, tanto familia como amigos, pero desgraciadamente, como ya pudimos comprobar en la visita a Valencia del año pasado, si quieres hacer algo concreto, quedar con otras personas te impide muchas veces realizar tus planes.

Así que el viernes por la tarde, dado que Josema no había podido cogerse fiesta por el día de San Valero (festivo en Zaragoza), salimos directos a Madrid, con intención de llegar antes de las 10 que es cuando empezaba el primer espectáculo.

Es curioso que nunca me habría planteado ir a ver “Grease” al teatro. Tengo por filosofía ir a ver sólo musicales que no hayan sido hechos en película, más que nada porque dadas las pocas posibilidades que tengo de ver un musical, prefiero que sea uno que no pueda alquilar en un videoclub (además que siempre he pensado que los medios en el cine son mayores, por lo cual aunque no sea lo mismo, siempre será más espectacular y con mejor calidad de sonido la versión cinematográfica que la del escenario). Por ello, los pocos musicales que he visto en teatro han sido “Los Miserables”, en Londres, en aquel cursillo que hice en Oxford hace la friolera de 20 años; “Cats”, en Nueva York, en nuestro viaje de novios, “El Fantasma de la Ópera”, en Madrid, allá por el 2004 (me lo pegué llorando pensando en lo mucho que lo habría disfrutado mi abuelo, fallecido justo unos días antes – y, no, no supe que habían hecho una película del mismo hasta bastante tiempo después) y “Avenida Q” este año, en Londres. Todos ellos maravillosos, cada uno en su propio estilo, y llenos de una magia que permitía ver en el escenario cosas que parece imposible reproducir en un espacio cerrado (nunca olvidaré, en “Los Miserables”, la escena en la que Javert salta del puente al Sena para suicidarse...).



Por ello, no me veía yo desperdiciando una oportunidad de ir al teatro en ir a ver algo como “Grease”, ya respaldado por una película tan popular y tantas veces vista... Aún recuerdo el “boom” de dicha película, que para mí había pasado totalmente desapercibida, y cuyo tema principal de pronto se convirtió en el himno de los varios cumpleaños adolescentes a los que fui ese año (en el de mi prima Anuska, por ejemplo, la única diversión programada parecía ser repetir la coreografía del tema final). Parecía que no eras mujer si no tenías unos pantalones de cuero negros como los que saca Sandy al final de la película, y claro, yo con mi talla y mi trasero de siempre, aunque lo intenté llevada por la tendencia general, tuve que irme de vacío varias veces. Menos mal que en el fondo no me moría por tenerlos...

El caso es que cuando por fin, varios años después, vi la película, aunque la música me pareció impresionante, el argumento no me dijo nada, y sigue sin hacerlo. Nunca entenderé por qué Sandy (que vale, es una “Merisú”, una pijilla repelente, pero esa es su personalidad, y punto...) tiene que cambiar completamente de aspecto y de caracter, siendo que Danny de hecho la quiere tal y como es. De hecho, y sé que recibiré tomates por ello, siempre me gustó más Grease II, que sí vi en el cine (por pura casualidad, que conste), en la que es el chico, un empolloncete, el que tiene que cambiar para que la chica (Michelle Pfeiffer, por cierto) le haga el menor caso, porque en ese caso él sí que pasaba completamente desapercibido. Una película mala, lo reconozco, sin música ni bailes relevantes... pero al menos... contaba algo.

Pero hace unos meses, cuando estrenaron Grease en Madrid, Leo (gran aficionado a ese programa) vio en “el Hormiguero” una entrevista con la chica que protagonizaba el musical, una rubita monísima llamada Edurne, y en cuanto terminó el programa me dejó caer que cuándo le llevaríamos a ver ese musical.

Qué quereis que os diga, esas cosas me desarman, así que decidí que haríamos esta escapada, e iríamos a verlo. Rompiendo muchos de mis principios.

Y, la verdad, ha valido la pena. Aunque el pobre Leo a veces no se enteraba de lo que pasaba, porque la calidad del sonido era pésima y no se entendía la mitad de las letras de las canciones (y aún así, me pregunto si Leo habría entendido el argumento igual, ya que, como dice Josema, “los buenos” eran una pandilla de chicos rebeldes, maleducados y obscenos, y de chicas tontas, superficiales y, aunque sea soez, más putas que las gallinas; y en cualquier caso, siempre he pensado que el argumento de Grease es un tenue hilo conductual que solo sirve para encadenar las maravillosas canciones), luego salió diciendo que le había gustado mucho. ¿Y por qué?

Bueno, el teatro tiene esa magia especial. No es luz proyectada en una pantalla y gente que no puedes tocar. Son actores de carne y hueso, que se mezclan con el público corriendo entre los pasillos, que hacen chistes con la complicidad de la gente que les escucha, o incluso, como le hizo el mismísimo Vince Fontaine a Leo, al pasar a tu lado te alborotan el cabello cariñosamente. La sonrisa de Leo cuando hicieron eso me compensó todo el importe de la entrada. E imagino que la cara de tonta que yo puse al verle feliz, también....

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