viernes, 12 de diciembre de 2008

PERO... ¿QUÉ LE HE HECHO YO?

De mi sueño de hoy recuerdo pocas cosas, pero el final lo recuerdo muy vívidamente. Tras unas escenas confusas en que estábamos en casa de alguien que nos enseñaba unas preciosas manualidades con papel, y después que en el trabajo me cambiaran por fin mi viejo monitor asqueroso por una pantalla plana... miniaturizada (eso no tenía más de 12 pulgadas T_T), íbamos con el León por una carretera de montaña, de estas prácticamente sin asfaltar, creo que de camino a algún parque temático de dinosaurios o algo así, porque por Navidad habían puesto una especie de esqueleto de pteranodonte volador a control remoto lleno de lucecitas navideñas sobrevolando la ruta. Quedaba muy mono y todo eso, pero cuando íbamos conduciendo nos daba muy mal rollo tenerlo casi encima, básicamente porque seguía exactamente la misma ruta que nosotros y cada vez volaba más bajo. A mi me daba mucho miedo que al final cayera sobre la carretera cortándonos el paso y que Josema (que era quien conducía) no lo pudiera esquivar, o peor aún, que nos cayera encima, cosa que estaba a punto de ocurrir un par de veces. Al final teníamos suerte y caía detrás – se conoce que se había quedado sin batería, y respirábamos de alivio. Entonces llegábamos a un pueblecito que atravesaba la carretera, y debía de ser parte del parque porque estaba ambientado en el oeste.

El caso es que en un punto en el centro del pueblo había varios coches parados, y entre ellos un toro, enorme, con unos cuernos larguísimos y afiladísimos, casi como el de los dibujos animados de Bugs Bunny, pero en este caso muy real... Se le veía realmente desbocado, aunque había bastante gente intentando retenerle, pero estaba claro que iba a atacar, y yo rezaba por que no se fijase en nosotros. Pero, ¡ay! El toro se volvía, se quedaba mirando fijamente nuestro coche, y agachaba la testuz para atacar. A mí se me ponían los pelos de punta, pero Josema, con los reflejos de un gato, metía la marcha atrás y retrocedía a toda velocidad. Tomaba la curva de la carretera como un profesional, y no me daba tiempo a ver si el toro nos seguía o no, porque en ese momento el despertador me sacó, como de costumbre, a rastras y de mala manera del mundo de los sueños...

Y, pensando, pensando, creo que este sueño se relaciona con lo que me pasó hace unos días, y que aún no he tenido ocasión de contar. El pasado 28 de noviembre, viernes, llegaba yo al trabajo más puntual que otras veces y feliz como un ocho (¿son los ochos felices?) porque iba a encontrar aparcamiento en la mejor parte del hospital, cuando de pronto, el coche que ya hacía un rato que iba delante de mí, se para. Yo, muy prudente, y esperando a ver qué hace para ver si lo adelanto o no, me detengo a unos 4 ó 5 metros de distancia, vamos, dejándole espacio de sobra si quería hacer alguna maniobra, e incluso para que se pusiera otro coche delante si quería. Entonces le veo poner las luces de la marcha atrás. Me sorprende, porque no hay ningún sitio dónde aparcar entre él y yo, pero espero un momento a ver que hace.

Y entonces, como el toro de mi sueño, coge el tío y acelera marcha atrás a toda velocidad, sin darme tiempo a reaccionar (no, yo no tengo los reflejos que tuvo Josema en mi sueño) ni a hacer otra cosa que dar al claxon desesperada para hacerle ver que no retroceda, que estoy ahí... Pero el tío no sólo no se detiene, acelera más y ¡plaf! Golpe a mi parachoques.

Me quedé de piedra. Salí, como buena conductora, dispuesta a saltarle al cuello, pero el hombre salió aterrorizado diciendo que no me había visto, que perdonase, que perdonase, y no pude por menos que tomármelo a risa. ¿Cómo podía no haberme visto, si iba detrás de él todo el rato, y cuando hizo la maniobra no estaba en su ángulo muerto para nada?

Imagino que como pasa muchas veces. Cuando la gente tiene que venir al hospital, se pone muy nerviosa. La única vez que mi padre ha abollado el coche fue cuando su madre estaba moribunda en el San Juan de Dios. Este sólo llevaba a su mujer a consultas, pero imagino que de pensar en que iban a llegar tarde o algo así, se acobardó.

Resultado: Mi parachoques roto, una hora de retraso para entrar al trabajo (el hombre no acertaba ni a rellenar los papeles) y la semana que viene tendré que estar unos días sin coche mientras me lo reparan, pero como lo paga su seguro, y en realidad el pobre parachoques ya estaba bastante vapuleado, casi hasta me han hecho un favor. Al fin y al cabo, con el parachoques roto se puede seguir conduciendo... Y si me lo dejan nuevo, mira, me revalorizan el coche en caso de que quiera venderlo, que también le estábamos dando vueltas al tema... ¿Coche nuevo aprovechando las ofertas de fin de año, o esperamos a que con la crisis bajen aún más los precios? Decisiones, decisiones....

1 comentarios:

Han Solo dijo...

pues torealo Sonia que tu para eso tienes arte y lo sabes

 
Vivir para soniar - Templates Novo Blogger