martes, 23 de septiembre de 2008

EL MUNDO ES UN PAÑUELO

Tenemos un paciente en el hospital que ya puede irse a casa. Trabajo en un hospital “de agudos”. Eso quiere decir que nuestra obligación es atender al paciente hasta que no se puede hacer nada más por él, para bien o para mal. Generalmente eso significa que cuando sale de alta es porque se ha curado. O, en el peor de los casos, porque ha fallecido. Pero a veces, simplemente se ha estabilizado, y no se puede hacer más, y no tiene sentido mantenerle en el hospital, porque solo requiere cuidados paliativos que podría recibir en su casa o en una residencia, o en un centro especializado, mientras que otros pacientes SI se van a beneficiar de su estancia en el hospital. Hasta ahí está claro, ¿no?

El problema surge cuando el paciente, realmente, no puede volver a casa. Hay muchos motivos, más o menos justificados, pero el más habitual es que su estado no le permita estar solo, y sus familiares no puedan ocuparse de él. Se le llama “problemática social”, porque en realidad no es ya asunto del hospital, sino de la sociedad, o, ya puestos, de los servicios sociales.

Como todo en esta vida (público o privado, que en todas partes cuecen habas), hay un lapso de tiempo entre las dos opciones. Si un paciente sale del hospital con una enfermedad de Alzheimer avanzada o una paraplejia que puede sobrevivir con cuidados básicos, los servicios sociales públicos le buscan una plaza en una residencia de ancianos asistida publica, para las cuales, todos sabemos, hay una larga lista de espera, porque por mucho que intentemos engañarnos, desgraciadamente los recursos existentes son inferiores a la demanda. Así que la familia, según sus medios económicos, tiene, o bien que llevárselo a su casa, bien pagar una residencia privada (y, si tiene medios para hacer eso, es poco probable que le concedan la pública porque, como es lógico, van por delante los que no pueden permitírselo. Para que luego digan que el dinero da la felicidad...).

Si el paciente no puede sobrevivir sin cuidados médicos más o menos especializados ya es otra historia, ya que tiene que pasar a un hospital de larga estancia, y como no se puede ir a casa, se queda en el hospital de agudos hasta que en el otro sitio le dan plaza. Pero del que voy a hablar ahora no es el caso...

El caso es que hemos tenido un paciente en la primera situación. Paciente que ya no tiene por qué estar en el hospital, pero que por la situación de su esposa, tampoco puede ir a su casa. Los hijos piden traslado a clínica de larga estancia, pero no procede. Así que la única opción es la residencia. Y los hijos se niegan a llevarse al paciente a casa hasta que no se les ofrezca una plaza en una residencia.

El caso me salpicó poco, por suerte, pero por lo visto ha salido incluso en los periódicos. No sé si incumplo alguna normativa poniendo el enlace a la noticia, pero puesto que no doy ningún dato clínico, ni nombres ni nada, supongo que puedo...

El tema es que ayer tuvimos una reunión en uno de los seminarios, que están al lado de los despachos de dirección, y al recibir una llamada de Josema en el movil, me salí fuera al vestíbulo a hablar por teléfono. Había una persona sentada en la zona de espera de los despachos, pero no le hice mucho caso. Cuando colgué, sin embargo, la persona se levantó y me saludó con una efusiva sonrisa. Como pasa en estos casos, fuera de contexto, me costó unos segundos determinar de qué la conocía, aunque caí pronto. Era la madre de una compañera de colegio de Leo, una niña a la que además, había tenido como paciente en el Centro de Salud de la Jota. Así que sin ser una amiga especial, la verdad es que a la chica en cuestión creía conocerla decentemente, y me había parecido siempre una persona agradable. Así que le pregunté por qué estaba aquí, pensando que sería por algún tema de trabajo.

“¡Buf, a ver si puedo solucionar un entuerto!”, me dijo (bueno, quizás no con esas palabras). Resulta que era la hija del paciente en cuestión, y venía a hablar con la directora para intentar por todos los medios que el paciente siguiera ingresado en el hospital hasta que le consiguieran una residencia, lo que preveia a finales de mes.

Como soy una cobarde confesa, simplemente le deseé suerte y no le dije que la directora estaba completamente en contra de la medida. Hasta ahora nadie me había involucrado, excepto en la orden de darle de alta informáticamente, y ahora que estaba en medio y no era una persona imparcial, no quería verme obligada a tomar partido.

Que mira que tiene narices, 700.000 personas en Zaragoza, y tenía que ser el padre de alguien a quien yo conociera, ¿eh?

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