martes, 12 de agosto de 2008

LA CASA ENCANTADA

Llevo varios días sin tiempo para escribir mis sueños, así que se me diluyen en la memoria y apenas los recuerdo. Hoy he decidido ponerme las pilas y contar el que he tenido, aunque sólo sea porque tiene un amago de argumento, y por tanto, es relativamente fácil de relatar.

El caso era que estaba visitando una casa encantada. No era una situación muy terrorífica, ya que estábamos un montón de gente y eso parecía más una atracción de parque temático que una casa encantada de verdad. Había un baño decorado al estilo egipcio, y todos los que cabían se metían a mogollón, porque sabían que una de las peculiaridades era que ese baño se cerraba como si girase y cuando estabas encerrado dentro... pasaba algo. Yo no llegaba a enterarme, porque nos quedabamos fuera. No por gusto, pero no cabíamos, y no tenía intención ni de pasar apreturas, ni de separarme de Leo que estaba algo asustado ante la perspectiva.

En algún punto del sueño me separaba del mogollón, y ahora de pronto esto era una serie detectivesca, en la que podía invocar a los fantasmas para investigar un asesinato. Como pasa a menudo en mis sueños, yo era a la vez espectadora y protagonista. Estaba a la orilla de una piscina cubierta, y ahora sí, el ambiente era más tétrico y la sala más oscura, y tres fantasmas de porte altivo, traslucidos y levemente luminosos, acudían a mi invocación. Todo sería muy imponente y hasta sobrecogedor si no fuera porque no se ponían de acuerdo. Además, ahora tenía conmigo al jefe de Servicio de Medicina Interna, que quería que uno de los fantasmas firmase una solicitud de canalización para consultas del hospital Miguel Servet, y yo discutía con él porque no me parecía que el fantasma, que no era médico, tuviera potestad para rellenar ese documento. Entonces aparecía un cuarto fantasma, el de una niña a la que en mi sueño conocía bien, y de pronto me preocupaba mucho, porque yo pensaba que esa niña no estaba muerta. “No lo está”, me decía el Dr. Ferrando, “sólo está dormida, y ha venido a ti en proyección astral”. Yo suspiraba de alivio, pero intuía que la niña corría peligro y le gritaba: “¡¡¡¡Despierta!!!!”, y entonces de pronto su espíritu desaparecía rápidamente como si algo tirase de él, y yo sabía que se había despertado justo a tiempo para salir pitando... porque estaba dormida sobre las vías del tren, y en ese momento (y lo veía perfectamente) pasaba uno a toda velocidad.

En semejante descarga de adrenalina empezó a sonar el despertador, y me levanté sujetándome los párpados como podía... Estos despertares tan bruscos, tan metida dentro del sueño, me sientan fatal.. Es como si a la que le trajeran de golpe y porrazo a su cuerpo fuese a mí, y el cansancio es hasta físico.

Odio madrugar... lo he dicho ya, ¿verdad?

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