lunes, 7 de julio de 2008

SOLDADITOS DE PLOMO

Llevamos dos fines de semana sin pasar por casa, lo cual pasa factura a nuestra salud física, psíquica (¿nos estamos haciendo viejos?) ¡¡¡y monetaria!!!!…pero también es cierto que han sido dos fines de semana memorables y divertidos, y en esta mi semana de vacaciones espero recuperar comba y hacer todo lo que hubiera hecho de haberme quedado en casa en vez de disfrutarlos..

Digo espero, porque como siempre mi tiempo libre se me escurre de las manos como la arena de un reloj (no, no pretendo ser poética, os juro que es la sensación que tengo), y entre recoger cosas de los viajes, lavadoras, tender, cocinar (y mira que mi idea de cocinar normalmente es descongelar un tupperware de los que tanto agradezco a mi madre), hacer camas, mirar con desesperación el desorden imperante en mi casa y que siempre me prometo que recogeré en vacaciones pero nunca recojo, y otras muchas actividades más, incluyendo por supuesto horas y horas en el ordenador y Leo pidiendo que esté con él y le acompañe en sus juegos, al final resulta que de las largas listas de cosas pendientes que preparo siempre llena de buenas intenciones al principio de las vacaciones, solo tacho la mitad. Que algo es algo, por otro lado.

Así que debería empezar a darme de collejas por el resultado del fin de semana memorable que terminó ayer.

Nuestra segunda escapada consecutiva tras la del Parque Warner fue con Miguel y Elena a Gerona, a unas jornadas de miniaturismo y modelismo llamadas, creo, del Soldado de Plomo. Si he de ser sincera, y conforme se acercaba el día, iba teniendo mis dudas sobre si había sido buena idea apuntarnos o no. Gerona es una ciudad preciosísima, que me encanta, y de la que tengo fabulosos buenos recuerdos de dos escapadas que hice con Leo aprovechando que mandaban a Josema a trabajar allí. Eran de esas escapadas que yo llamo “de madre soltera”, porque mientras Josema trabaja, Leo y yo nos vamos por ahí a ver cosas. Además Gerona es muy fotogénica y en ambas escapadas me llevé a Yrdin, Luna y Bigán e hice fotos maravillosas con ellos.

Esta vez Miguel ya nos advirtió que habría poco tiempo para hacer fotos. Yo no estaba muy segura de si una feria de miniaturas iba a acaparar toda mi atención. Tuve, como con todo, mi temporada. Mis hobbies y aficiones pueden resumirse en dos refranes: “Quien mucho abarca, poco aprieta” y “Aprendiz de mucho, maestro de nada”: Esa soy yo. Así que en su momento, cuando empecé con el rol, hice mis pinitos, como muchos roleros, pintando figuritas de mis personajes. No se me daba mal del todo y hasta pinté alguna de encargo. Pero eso se fue quedando atrás, y entre que las figuritas están ahora completamente inaccesibles tras las cajas de trajes y complementos de los kekos, y que mi atención se ha ido centrando en otras cosas, proyectos como el Dragón de las Mil y Una Noches (vale, ese no era su verdadero nombre...) que me compré un día por despecho tras no haber ganado nada en “El Día del Dragón” que celebraba la Universidad, o el ajedrez que ibamos a ir montando poco a poco con figuras de “El Señor de los Anillos” , que ya hemos comprado completo pero que por supuesto no hemos ni empezado a pintar, siguen durmiendo el sueño de los justos y engrosando la lista de proyectos que jamás terminaré junto a mi casita de muñecas, las cabezas durmientes modificadas de varios kekos de resina y hasta la novela que sé que jamás escribiré.

Por ello, como digo, tenía mis dudas. Pensaba, de todos modos, que si me aburría, ya nos iríamos a hacer fotos de Maltazar por el casco histórico. Pero conforme se fue desarrollando el fin de semana, vi que mi gozo iba a caer en un pozo.

Para empezar, Miguel y Elena iban a llegar más bien tarde. Así que nosotros salimos por nuestra cuenta a primera hora de la mañana, de forma que Josema pudo pasar por Barcelona y asaltar Gigamesh antes de irnos a comer a Gerona. En Gerona comimos tarde, aunque maravillosamente bien, pero eran casi las 5 cuando llegábamos al hotel, y puesto que Miguel y Elena iban a llegar sobre las 7, ya nos dio pereza salir. Así que leímos, remoloneamos, y hasta Leo hizo algo de tarea, y dimos tiempo a que llegasen. Eso sí, el hotel valía la pena y no nos remordió nada la conciencia el no abandonarlo (más si tenemos en cuenta el precio).

Dada la hora a la que llegaron, cuando llegamos al local de la exposición ya estaban cerrando, así que sólo quedaba quedar con los amigos de nuestros amigos para cenar y esperar al día siguiente.

De la cena no sé si hablar. Llevamos una racha como para no asomar la cabeza en ningún evento, pero la cuestión en cualquier caso fue que tras pasar mucho calor, pedir montones de botellas de agua , aguantar muuuuucho retraso en el servicio, y que los que pidieron arroz a la langosta se dejasen el arroz porque estaba soso hasta decir basta, la gente que había organizado la cena (o al menos gente que tenía que ver con ello) se enfureció, pidió la presencia del encargado y las hojas de reclamaciones, y salimos del local a las 12 de la noche largas. He de decir que, al igual que nos pasó en el parque Warner, poner reclamaciones es tan ingrato como inútil, porque a la escasa satisfacción de dejar en acta lo que ha ocurrido, se contrapone la enorme pérdida de tiempo y el malestar con respecto a la gente contra la que reclamas. En el parque Warner, reclamar hizo que hasta las 2,30 no nos montásemos en más atracciones. En esta cena, reclamar hizo que tras la cena no hubiera más que hacer que dar un par de tumbos buscando una terraza en la que tomar algo (todas cerradas, curiosamente) y al final nos volviéramos a recoger en los hoteles, derrengados y con la sensación de haber perdido la noche… o al menos, de no haberla aprovechado como nos hubiera gustado.

Así que el domingo tocaba sólo feria de miniaturas. Fuimos tarde (estábamos demasiado cansados para madrugar, así que dejamos a Elena y Miguel coger la delantera), pero valió la pena.

Obviamente se juntaron muchos factores: Uno, el principal, por supuesto, las obras de arte que ahí había. Incluso a alguien a quien no le interese lo más mínimo el tema habría disfrutado viendo las maravillas que hace la gente, y envidiando su talento pintando, modelando, juntando piezas y creando dioramas. Hubo varios escenarios de los que me resultó imposible despegar a Leo. Y claro, el gusanillo se despierta de nuevo, y acabé comprando figuras para pintar. A escala mayor que las de rol, eso sí. Creo que serán más fáciles. Pero debería empezar a darme de bofetadas.

El resultado, hoy, ha sido pasar la mayor parte del día lijando y ensamblando el Angel Oscuro (por cierto, frase para la posteridad de su creador: "Revísala, y si tiene algún desperfecto me la traes, que la resina es muy caprichosa". "No lo sabes tu bien", pensé muerta de risa), ayudar a Leo a pintar sus tres puertas de diorama (dos que se compró él, y una que le regalaron en el mismo stand después de horas y horas abonado al mismo contándoles su vida con su encanto habitual) , y dejar prácticamente terminada (a falta de pequeños detalles) a Lara Croft (que aunque compré para Leo, obviamente iba pintar yo). Bueno, eso y recuperar el Balrog de Citadel, cutrísimo en comparación con las cosas vistas en esta feria, que hace años le compramos a Leo y que nunca terminamos siquiera de montar.

Por supuesto, una parte de mi espera aprovechar estas vacaciones para dejar las cuatro figuras, si no pintadas, al menos montadas.

Sí.

Me merezco las collejas, lo sé. Pueden dejarlas en la sección de comentarios…

Nota: Y encima se me olvidó comprar pinceles, que los tengo todos calvos…

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