jueves, 10 de julio de 2008

EL ENCANTO DE LAS CASITAS DE MUÑECAS

Hay en el norte de Europa un palacio rodeado de misterio

Solo las hadas podrían vivir en él, puesto que es muy pequeño.

Para muchos no es más que una lujosa casa de muñecas,

capricho de un millonario que no sabía en qué gastar su dinero.

Pero hay un aura en él, un algo, que no es terreno…

Esta tarde he decidido dedicar un tiempo a una de las labores que quería hacer en vacaciones. En realidad apenas se ha notado lo que he hecho, pero ya le tenía ganas, y es que quería dedicarme a hacer habitable mi casita de muñecas para los tinies BJDs, ya que son perfectas para su tamaño.

Desde muy niña he adorado las casitas de muñecas. Tengo dos recuerdos infantiles asociados a ellas. Uno, que mi compañera de clase Maite tenía una. A Maite siempre le envidié tres cosas (aunque según mi abuela, era ella la que me tenía envidia a mí): el cuento de “Los Invasores del Cuerpo Humano”, de Fernando Fernández, que tenían ella y otra chica de mi clase y que poco después conseguí a través de Círculo de Lectores; la enciclopedia de “El Mundo de los Niños”, que nunca tuve de niña y que conseguí de adulta en el rastrillo benéfico de todos los años (y que bien nos ha sacado de apuros de vez en cuando con los deberes de Leo); y su casita de muñecas, con la que nos pasábamos horas jugando. Era sencilla, con mueblecitos de madera tipo rústico, no como las elaboradas casas victorianas que venden ahora, pero me encantaba recorrer mentalmente sus habitaciones y me pregunto si mi manía de recrear mentalmente espacios arquitectónicos (¿seré una arquitecto frustrada? Naaaa, para ser arquitecto hay que ser muy meticuloso y yo no lo soy) me vendrá de ahí.

El segundo recuerdo fue ver, cuando tenía 16 ó 17 años, ya no recuerdo, en el parque Legoland de Billund, en Dinamarca, el Palacio de Titania. Era, en realidad, una casa de muñecas, o al menos estaba construido a esa escala, pero para mí fue algo muchísimo más importante: era el lugar donde me gustaría vivir, al menos en mis sueños, hasta el punto que mi novela inconclusa está inspirada en ese lugar (y los versos con que abro esta entrada eran los que abrían la novela). Hay poco que decir de ese palacio. Mirad las fotos, y juzgad vosotr@s mismos.

En cualquier caso, mi intención era, cuando tuviera muuuuuucho tiempo libre, hacerme mi propia casa de muñecas. Sería enorme, inmensa, como el palacio de Titania, y sería real… sería un lugar donde se podría vivir si tuvieras el tamaño adecuado… Nada de subir a los pisos por el dormitorio, o de poder abrirla sólo por una cara. Mi casa de muñecas tendría, al menos, dos vertientes, se podría abrir por los dos lados, el baño sería más pequeño que los dormitorios y no sería una habitación de paso, haría pasillos donde hiciese falta, la distribución sería coherente con la fontanería y la luz, no habría ventanas cortadas por tabiques, y tendría todas las habitaciones que sueño con tener en mi casa de verdad…

Soñar es gratis, y tan fácil…

Un año, mis padres quisieron con su mejor voluntad hacer realidad ese sueño. Me compraron para Navidad un kit para construir mi propia casa de muñecas, y si bien por un lado me quedé extasiada, por el otro no sabía por dónde cogerlo. Puedo soñar despierta con manualidades prodigiosas, pero a la hora d eponerlas en práctica, seamos honestos, como dicen los angloparlantes, soy toda pulgares.

Así que le pedí ayuda a mi padre, quien me ayudó a su estilo, o sea, montando él preciosísimamente y con su perfeccionismo habitual el armazón completo… y así se quedó. Ya cabían muebles, ya me tocaba a mí decorar. Pero no pusimos nunca las puertas, ni el tejado, con lo que los muebles quedaban a la vista (me puse tonta de comprar todas las ofertas por fascículos que veía de muebles baratos, ya que aunque ahora los precios de las casas de muñecas y sus complementos han bajado mucho, en aquella época, recién nacido Leo, todavía eran prohibitivos), y yo no quería empapelarla ni pintarla hasta que no preparase el kit de iluminación, para lo cual requería de nuevo la ayuda de mi padre… que aún no ha llegado…

La pobre casita, o el pobre armazón, fue acumulando polvo, los niños que venían de visita (y el mío propio) fueron jugando con ella y rompiendo muebles, y al final ha acabado en la bodega de casa de mis padres con todos sus complementos, material para hacer otra similar (que iría por el otro lado para cumplir mi sueño de una casa a dos vertientes) y una sensación de fracaso…

Pero a cambio, tengo otra.

La gente de Club del Coleccionista insiste en mandarme ofertas de lo más variopinto. Me llama “cliente VIP” aunque casi nunca les he comprado nada, y a veces insisten en llamar y llamar por teléfono pese a que odio que me intenten vender algo que no quiero. Si lo quiero, me lo compro. Si no, sólo me molestan, no me van a convencer. Sé que es su trabajo, pero es bastante odioso.

Una vez me ofrecieron una casa de muñecas.

Venía completamente montada, con instalación eléctrica incluida y todos los muebles. Pedí más información, sin decidirme del todo, pero al final caí. Sé que seguramente pagué por ella mucho más de lo que habría pagado comprando las cosas sueltas, pero venía completamente montada!!!!

Así que por fín tenía una en casa. Amontoné todos los muebles que traía e incluso seleccioné algunos de los que había comprado para mi proyecto fallido y la llené, la llené, la llené… Hasta el punto que se parecía a la casa en la que vivimos, llena de trastos y de desorden. Además, no me atrevía a colgar los cuadros ni las estanterías porque no tenía todavía muy claro dónde iba a ir cada cosa, así que aún era más caótico. Y encima, metí a (mal) vivir en ella a la pobre familia de porcelana que me habían regalado en alguna promoción por fascículos y que también quería remodelar a mi gusto.

Y de pronto, cambie de rumbo (una vez más) y vinieron las BJDs. Y con las BJDs, las pequeñinas de 14 cms. como Paula, de quién ya hablé, o los elfitos de Josema, o su Puki Puki superheroína. Y vi que eran de la escala perfecta para habitar esa casita, y no solo eso, sino que además eran mucho más adorables y expresivas que la pobre familia de “dummies” de porcelana. Así que la idea quedó flotando en mi mente y en mi agenda: Organizar la casita de muñecas.

Pues bien, hoy ha sido el día. A media tarde Leo ha dicho que se aburría, y yo no sabia muy bien que hacer con él, así que le he preguntado si le apetecía ayudarme. “¿Esa casita le iría bien a mis hombrecitos de Lego?”, me pregunta en plan negociador. “Hombre, un poco grande, pero cabrían…” “Si te ayudo, ¿podrían vivir en ella?”.”Hagamos un trato, tu me ayudas, y te dejo el piso de arriba para ellos”.

Y hemos pasado una tarde deliciosa, organizando, re-decorando, y, eso sí, soltando maldiciones cuando algo pequeñito se caía y tiraba todo lo que ya habíamos organizado pacientemente…

Pero ahora la casita está habitable y adorable. A los pobres “dummies” los he desterrado a la caja donde guardo el proyecto de casa de mis padres, e increíblemente, no he descartado tantos muebles como pensaba que iba a descartar. Paula, Nightshade, Foxglove y Wolfsbane ya se han mudado, merecidamente tras ganar el concurso de fotografía veraniega del grupo Elfdoll Unlimited (ya es el segundo concurso que gano en ese grupo y empiezo a estar preocupada, al final van a pensar que hago trampa o algo así, pero os juro que es en buena lid y con bastante ventaja de votos…), junto con Luna Rosa. Están recogiditos, felices y protegidos, cogen poco polvo y los veo desde las ventanas de la casita… ¿quién puede pedir más?

Oh, sí, que alguien eche a esos duendecillos molestos que se han instalado en el ático…

Adenda: Después en un ratito arreglé también el adosado de Semiramis. Lo suyo es casi más un almacén de juguetes que otra cosa, pero ella tampoco necesita más.

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