jueves, 26 de junio de 2008

NOCHE DE PERROS

Esta noche he vuelto a tener un sueño viajero. Estábamos en alguna zona montañosa (me gustan las montañas, debe ser por haber nacido en una llanura plana como una hoja de papel), posiblemente los Alpes, de vacaciones toda la familia. Tras dar unas vueltas intentando hacer fotocopias y encontrando un local extraño que aunque se dedicaba a la venta a empresas de fungibles para ordenadores tenía una fotocopiadora cutre y me permitía fotocopiar un montón de folios, nos encaminábamos a una piscina pública, pero nos dábamos cuenta de que no había mucho tiempo, y pagar entrada para todos para un ratico era un tanto absurdo, así que se metían un rato mis padres con Leo y yo mientras esperaba fuera con Josema ordenando las fotocopias.

Al cabo de un rato nos íbamos a ver la ciudad. Era una ciudad extraña, ya que entre las casas típicamente alpinas, de ciudad moderna preparada para el turismo del esquí, había algunos edificios que parecían sacados de una fantasía de Indiana Jones. Parecían de una civilización antigua, entre egipcia y romana o griega, altos, de piedra color arena (muy fuera de lugar entre las edificaciones de madera) de varias plantas, y cuajados de esculturas en las fachadas. Josema estaba emocionado, porque los identificaba con no sé que culto a no sé qué divinidades que él conocía muy bien, y me decía los nombres, que ya no recuerdo. Al final llegábamos a uno de los edificios, que estaba dedicado a un dios en concreto, y entonces se desvelaba un poco el propósito del viaje en el sueño, ya que al parecer mis padres habían encontrado en el jardín unas esculturas antiguas, muy, muy antiguas, y llevábamos una para ofrendarla en dicho templo.

Rizando más el rizo, la escultura en cuestión era una especie de perrito, yo diría (¿será una obsesión?) que como un carlino, porque tenía los ojillos mirando a los lados como los de una ranucha, cuerpo parecido al de un bulldog y un rabillo rizado sobre el lomo. Si hubiera estado vivo, hubiera sido calcado al perrillo extraterrestre de la película “Men in Black”. Pero el caso es que dicha escultura era, a la vez y pese a su antigüedad, una especie de proyección kármica del alma de nuestra difunta y nunca olvidada perrita Kira, y como el templo del dios al que nos dirigíamos tenía algo que ver con los animales queridos y todo eso, llevábamos la escultura allí no sé muy bien para qué.

El templo, una vez pasada la fachada de piedra color arena, tenía una larga escalinata en su interior, de hecho prácticamente era una escalera todo él ya que la escalera empezaba como unos dos metros a partir de la puerta y llegaba casi hasta el tejado del edificio. A los lados había como rellanos con columnas y arriba un pasillo de unos dos metros de altura que se perdía en el interior. Me pregunto si estaba edificado en la ladera de la montaña o simplemente mi mente jugaba a ser Escher. En cualquier caso, subir tanta escalera con un perro de piedra en brazos era una paliza, y en un momento determinado nos parábamos a descansar en uno de los rellanos, y al dejar la estatua en el suelo cobraba vida y se convertía en un pizpireto Yorkshire. Aunque físicamente se parecía más al también difunto Robin, y aunque la llamábamos por otro nombre que tampoco recuerdo, esa perrita vivita y coleando era nuestra Kira, y nos miraba con ojillos alegres y empezaba a subir las escaleras por su cuenta, volviéndose de vez en cuando a mirarnos como diciendo adiós, pero sin invitarnos a seguirla.

El alma de Kira subía a donde debía estar, y nosotros no podíamos acompañarla.

Me desperté con ganas de llorar, y aún vuelvo a tener ganas cuando me acuerdo. Lo que llegamos a querer a aquella perrita, que se consideraba más humana que nosotros y se ofendía cuando no podía entrar a según qué sitios. Tengo que escribir un día largo y tendido sobre ella. Pero hoy no. Me inunda la nostalgia. ¡Cuánto la echo de menos!

1 comentarios:

Nicasia dijo...

Hace ya un añito que se murió mi Curra de mis amores, era una mil leches recogida de la calle (como todas mis mascotas)y ya estaba hecha una autentica abuela perruna. Lo que llega a querer a estos bichos...

 
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