jueves, 21 de febrero de 2008

ROL EN VIVO EN EL PARKING CERRADO

Otro sueño curioso.

Ayer por la tarde Elena (DeVice) me sacó de una profunda siesta para decirme que se venían de compras a Zaragoza. Como pasa siempre que la noticia es buena, se me pasó enseguida el cabreo por la siesta interrumpida y en cuanto vino José Manuel (que vino a las 16:30, cuando el contaba haber estado en casa desde las 11 – pero esa es otra historia que contaré a pié de página*) y se lo dije, él también se animó a quedar. Es curioso, y hago otro inciso, hasta que punto queremos a estos amigos, que lo dejamos todo por quedar con ellos, y Josema que es tan reacio a quedar y a los compromisos entre semana, enseguida dijo que “le iría bien desconectar un poco”. En cualquier caso, recogimos a Leo del cole y nos bajamos directos al centro, dónde nos esperaban Miguel, Elena y Damián. En cierto modo, relevamos a este último, ya que aprovechó que nosotros llegábamos para irse él a buscar a Mabel al trabajo. Yo me quedé con las ganas de visitar el Pequeño Japón en el Centro Independencia, pero me quedé con la satisfacción de ver que Elena había conseguido gracias a mi oportuno aviso una de las Living Dead Dolls que colecciona, y que otra estaba en su lista de futuras candidatas.

Con ellos nos acercamos a la Librería Futuro y a Imaginarium, y luego nos fuimos hasta el Toys’r’us para alegría de Leo, que además de un libro de StarWars en la librería, se llevó dos Bionicles por el precio de uno en la juguetería. Tras lo cual nos reunimos con Mabel y Damián en el Continente para cenar en el Wok.

Como de costumbre lo pasamos pipa, y fue dificil desconectar y marcharnos cada uno a su casa antes de las 12 de la noche…. Pobre Leo, yo sufría por él y por su falta de sueño. Muchas veces en estas quedadas se aburre porque no hacemos más que hablar y hablar y el pobre se queda fuera… Pero aguanta como un jabato… es lo más dulce que puede haber en este planeta.

Y toda esta intro para comentar que a raiz de todo aquello, esta noche he vuelto a soñar con la Cuchipandi. Supongo que los echaba de menos.

Elena había organizado una partida de rol en vivo, y para ello nos había citado en un edificio de parkings (de estos que aparcas hacia arriba, no en subterráneo) que cerraba por las noches. Eso significaba que a partir de cierta hora se tenía que quedar vacío, y nuestra intención era quedarnos dentro y, cuando estuviera cerrado y no hubiera nadie, explayarnos a gusto y hacer la partida. La idea pintaba muy muy bien, pero por algún motivo era casi imposible quedarse dentro. Nos iban “pastoreando” hacia la salida y no encontrábamos excusa para volver a entrar, de forma que al final, de pronto, nos encontrábamos todos fuera mirando como iban echando unas enormes verjas cuadriculadas en todas las entradas al parking. Por un momento valorábamos la idea de escalarlas y entrar, pero había vigilantes y entre otros, Leo era demasiado lento para esquivarlos, así que al final desistíamos…

Recuerdo el final del sueño recorriéndonos las calles de Huesca en busca de otro lugar donde escondernos, con más bien poco interés, y más en nuestra habitual diversión. Uno de los lugares que considerábamos era una pequeña iglesia camuflada entre otras casas de la calle y de la que sólo se reconocía un pórtico con gárgolas en la entrada. Pero al final el gato y el despertador arruinaron lo que quedaba del sueño… y me quedé con ganas de más.

*Y MAS DE PARKINGS

Pues eso, que como digo a pié de página desgloso lo ocurrido con Josema.

Ayer tuve una reunión de trabajo a las 12,30 en Servicios Centrales, al lado del Boston, a la que acudí con el director del hospital. Como gracias a Dios y a las compañeras que hacen muy bien su trabajo, casi todos los temas eran de fácil solución, terminamos más bien pronto (a las 13,30) y tras una coca-cola a cuenta del jefe, éste me dio permiso para volvernos a casa directamente sin volver al hospital (está empezando a gustarme mucho más este director que el que teníamos antes, la verdad…). Así que yo toda ufana me volví a mi casita y metí el coche en el garaje una hora antes de lo previsto.

Como siempre, al entrar miré en dirección al lugar donde Josema aparca siempre el Altea. Vacío, así que todavía estaba trabajando. Bueno…

De pronto llego hasta donde aparco yo el León, y me encuentro un coche ocupando mi sitio. Cuando empiezo a montar en cólera pensando que alguien nos ha usurpado la plaza de garaje (cosa que no había ocurrido desde que cambiamos de portero), me fijo mejor y veo que es el coche de Josema. Genial. Claro, él no me esperaba hasta las 3,30, así que mantengamos la calma… Le llamo al móvil, y me cuelga. ¿Qué tripa se le habrá roto? ¡Hala, a malgastar una llamada en horario de tarifa cara para llamarle a casa!, ya que deduzco lógicamente que si el coche está en casa, él también. Le llamo, y, para colmo de males, me salta el contestador, así que conteniéndome MUCHO le digo “Alguien está ocupando MI plaza de garaje. Si estás en casa, baja y cambia el coche de sitio”.

Pero ahí no viene nadie, así que al final me doy por vencida y aparco en su complicado rincón.

Cuando llegué a casa me devolvió la llamada al móvil, y cuando le dije lo que pasaba, se acordó de repente “¡Se me había olvidado!”. Al parecer había aparcado allí a las 10 de la mañana, pensando que estaría solo un momento (y de paso entraba en casa a cagar, en la vida he visto persona más cagona que él, no me extraña que de novios cuando le llamaba por teléfono siempre estuviera en “el trono”, que decía su padre), se había ido al Clínico porque ahí no había dónde aparcar, y le habían enredado hasta las 4 en vez de una o dos horas como él pensaba.

Me lo tomé bastante bien para lo que soy, la verdad. Más teniendo en cuenta que él sí que llevaba toda la tarde de muy mala leche (hasta el punto que de camino al cole de Leo casi lo mando a la mierda un par de veces).

Eso sí, hasta que no volvimos esa noche del Carrefour no nos dio tiempo a intercambiar los sitios. No me dejó coger el coche a mí a pesar de que era absurdo que moviera el los dos. Quiero decir, mientras él aparcaba el suyo, yo podía ir aparcando el mío. Pero se empecinó en que no, y no quise discutir - ¿pa qué?

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